El buen éxito en nuestra práctica de Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens), depende en gran manera de nuestra certeza de que es verdad absoluta. ¿Cómo obtenemos esta certeza, esa seguridad que está exenta de toda duda? Mediante el reconocimiento de que estamos estudiando y practicando una Ciencia divina infalible. Nuestra confianza no radica en nosotros como estudiantes que estamos aprendiendo a demostrar esta verdad paso a paso. Nuestra convicción descansa en el Principio infalible de la Ciencia.
La Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, Mary Baker Eddy, no inventó esta Ciencia. Descubrió la Ciencia divina que siempre ha existido o, más bien, coexistido con Dios. En Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras nos dice: “La Ciencia es una emanación de la Mente divina, y sólo ella es capaz de interpretar a Dios correctamente. Su origen es espiritual, no material. Es una declaración divina — el Consolador que guía a toda la verdad”.Ciencia y Salud, pág. 127.
La certeza de la Ciencia Cristiana radica en el hecho de que es la verdad absoluta acerca de Dios y el hombre, que se presenta en la Palabra inspirada de las Escrituras. Esta Ciencia afirma y confirma las enseñanzas del Metafísico por excelencia, Cristo Jesús, y las de los patriarcas, profetas y apóstoles inspirados por Dios. La misma certeza de la Verdad demostrada en sus obras sanadoras es nuestra base como sanadores cristianos hoy en día.
A través de la Biblia, encontramos a individuos cuyas acciones revelaron su firme convicción en la supremacía de las leyes de Dios. Aun cuando no estaban instruidos en la letra de la Ciencia, estos hombres y mujeres de ánimo espiritual poseían el espíritu de la Ciencia. Mediante este espíritu, dieron prueba del eficaz poder sanador de Dios. Por ejemplo, la historia de Sadrac, Mesac y Abed-nego en el libro de Daniel, nos muestra a estos tres hebreos demostrando la certeza de la Verdad en su firme fidelidad al mandato divino “No tendrás dioses ajenos delante de mí”. Ex. 20:3.
Frente al ultimátum de postrarse ante la estatua de oro que Nabucodonosor decretó que todos debían adorar, o ser echados dentro de un horno de fuego ardiendo, los hebreos optaron por confiar su vida completamente a Dios (ver Daniel 3:13–18). Su fe en la omnipotencia divina anuló el efecto del fuego, de manera que salieron del horno completamente ilesos. Dieron prueba de que la confianza radical en la Verdad es segura, merecedora de nuestra confianza absoluta hoy en día. Por muy severa que sea la dificultad, nuestra seguridad está en la Ciencia divina, las leyes del Amor que anulan las pretensiones de la materia.
Hace unos meses, se incluyó en una de nuestras Lecciones Bíblicas En el Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana. la conocida historia de Sadrac, Mesac y Abed-nego, y vi cierta analogía entre el decreto de Nabucodonosor y las teorías generalizadas acerca del cuidado de la salud.
El rey declaró que a cualquier hora en que sus súbditos oyeran el son de ciertos instrumentos musicales, debían postrarse y adorar la estatua de oro que él había levantado, y que si no lo hacían, sufrirían la pena de muerte. En nuestros días, las descripciones frecuentes en los distintos medios de comunicación y en las conversaciones acerca de enfermedades, y las recomendaciones detalladas para su tratamiento, parecen “estar dominando la situación” de igual manera. Con frecuencia, esta información viene acompañada de advertencias sobre graves consecuencias si quienes las escuchan no recurren a medios materiales cuando se presenta el primer síntoma.
Al igual que los tres hebreos, los Científicos Cristianos se han comprometido a servir y a obedecer al altísimo Dios, Espíritu divino. Cuando reconocemos y comprendemos que Dios es el sanador de todas las enfermedades, y el único legislador, no pueden aterrorizarnos los decretos de la mente mortal.
Nuestro método cristianamente científico del cuidado de la salud, está basado en la comprensión de la perfección inviolable del hombre como la idea espiritual de Dios, mantenida en armonía por la ley divina. Ciencia y Salud nos asegura: “Guiado por la Verdad divina y no por conjeturas, el teólogo (es decir, el estudiante — el expositor cristiano y científico — de la ley divina) trata la enfermedad con resultados más seguros que cualquier otro sanador sobre la tierra”.Ciencia y Salud, pág. 459.
¿Puede mantenerse firme nuestra fe en la certeza de la Ciencia Cristiana, incluso cuando parece que nuestra obra sanadora no ha sido eficaz? Sí, si comprendemos la razón por la cual no hemos tenido éxito. El Principio divino de la Ciencia Cristiana jamás falla, pero nuestra comprensión de este Principio y aplicación de sus reglas algunas veces son insuficientes. Nuestra necesidad en tales momentos es dedicarnos a obtener una mayor comprensión espiritual y asemejarnos más al Cristo.
Cristo Jesús sanó a un muchacho epiléptico a quien sus discípulos no pudieron sanar. Refiriéndose al demonio (la enfermedad), ellos preguntaron a su Maestro: “¿Por qué nosotros no pudimos echarlo fuera? Jesús les dijo: Por vuestra poca fe; porque de cierto os digo, que si tuviereis fe como un grano de mostaza, diréis a este monte: Pásate de aquí allá, y se pasará; y nada os será imposible. Pero este género no sale sino con oración y ayuno”. Mateo 17:19–21.
“Poca fe” da a entender incredulidad y falta de fe. Para curarnos a nosotros mismos o a otro, debemos tener absoluta fe en Dios, en el poder de la ley divina para anular los males materiales de cualquier clase. Puede ser que los discípulos se hayan sentido subyugados por el cuadro perturbador ante sus ojos. Esto pudo haberles impedido sanar al muchacho. Pero Jesús estaba tan seguro de la perfección invariable del hombre como hijo de Dios que rápidamente echó fuera el trastorno y restauró la salud al muchacho. Para el sanador, la evidencia de la Verdad tiene que ser mucho más real que el engañoso testimonio de los sentidos físicos. Sólo así podemos dar prueba de la naturaleza ilusoria de la enfermedad.
Jamás perdamos tiempo preguntándonos por qué nuestra aplicación de la Ciencia Cristiana o la de otros no ha sido eficaz. En vez, dediquémonos a la “oración y ayuno”, a una mayor espiritualización y abandono de cualidades materiales del pensamiento, que son el requisito para el éxito.
La certeza de la oración científica fue demostrada en una curación reciente ante una emergencia que tenía que ver con un niño pequeño.
Una noche, una practicista de la Ciencia Cristiana recibió la llamada de una madre pidiéndole tratamiento por medio de la oración para su hijo de un año y medio de edad. Después de haber estado bajo un sol ardiente en la piscina de una vecina toda la tarde, el niño manifestaba gran malestar físico.
Cuando la practicista comenzó a orar por el niño, vio que la necesidad principal era anular, mediante la ley espiritual, la creencia material de que una prolongada exposición a los fuertes rayos solares puede producir efectos graves en los niños pequeños. Afirmó que el niño no era un mortal pequeño y vulnerable, sino que verdaderamente era la idea espiritual e incorpórea de Dios, gobernada por las leyes de la Mente divina, y no por la materia. Se aferró firmemente al hecho espiritual de que él jamás había estado fuera del omnímodo amor de Dios. La verdad era que él jamás había estado expuesto a nada excepto a la radiación del Alma.
A medida que continuaba orando, la frase “sombra contra el calor” se repetía en su pensamiento. Recurriendo a las concordancias de la Biblia, encontró este versículo: “Porque fuiste fortaleza al pobre, fortaleza al menesteroso en su aflicción, refugio contra el turbión, sombra contra el calor; porque el ímpetu de los violentos es como turbión contra el muro”. Isa. 25:4. Esta verdad parecía un hecho espiritual exactamente opuesto a la creencia en un período excesivo de exposición a los rayos del sol. La practicista reconoció con gratitud que una comprensión de las benéficas leyes de Dios, que están en constante operación, provee una “sombra contra el calor”.
Poco después, sonó el teléfono nuevamente. La madre informó que la temperatura del cuerpo del niño era normal, que respiraba con naturalidad y que dormía apaciblemente. Tanto la madre como la practicista se regocijaron con esta rápida y clara prueba de la certeza de la curación por la Ciencia Cristiana.
La Sra. Eddy escribe: “Mantened perpetuamente este pensamiento: que es la idea espiritual, el Espíritu Santo y Cristo, lo que os capacita para demostrar con certeza científica la regla de la curación, basada en su Principio divino, el Amor, que está por debajo, por encima y alrededor de todo el ser verdadero”.Ciencia y Salud, pág. 496.
He aquí una guía segura para la práctica exitosa.
