En una oportunidad, a pesar de haber recibido ayuda por medio de la oración de fieles practicistas de la Ciencia Cristiana, en forma intermitente y por más de un año, y agregando a esto mi propio estudio de la Biblia y de los escritos de la Sra. Eddy, no parecía ver progreso alguno en la curación. (El problema era de una cojera que se agravaba y afectaba ambas piernas y la parte inferior de la espalda, acompañada por un dolor casi constante.) Sin embargo, sabía que no tenía que dejarme dominar por el desaliento, ni debía permitirlo. Sabía, además, la importancia de estar alerta a la intuición espiritual, por medio de la cual oímos, o comprendemos espiritualmente, la Palabra de Dios, y hallamos respuesta a nuestras oraciones.
En la primavera de 1979, actué basándome en el pensamiento que me venía y me volvía a venir, de que me comunicara con un practicista de la Ciencia Cristiana con el cual una vez tuve breve comunicación y que vivía en una ciudad a varios cientos de kilómetros de donde yo vivía. Mi esposo estuvo de acuerdo con llevarme a verlo. Cuando llegamos, aunque yo no tenía cita, el practicista aceptó recibirme en el término de una hora.
Durante nuestra visita, el practicista y yo hablamos del origen verdadero y divino del hombre, el cual contradice las falsas creencias humanas que dicen que el hombre es enteramente biológico, o, por lo menos, en parte materia y en parte Espíritu. Luego, me dijo que leyera esta declaración en el libro de texto de la Ciencia Cristiana (Ciencia y Salud por la Sra. Eddy, pág. 561): “Juan vio la coincidencia de lo humano y lo divino, manifestada en el hombre Jesús, como la divinidad abrazando a la humanidad en la Vida y su demostración — reduciendo a la percepción y comprensión humanas la Vida que es Dios”.
También me dijo, con profunda alegría, de la satisfacción que sentía cada día al levantarse temprano, y declarar el dominio sobre el mal que Dios le ha otorgado al hombre, y luego aceptar cualquier prueba como una oportunidad para practicar y demostrar esto. ¡Súbitamente me desperté de la letargia mental que me había atado! Y me fui de la oficina de este señor lista para ganar mi batalla, convencida de la bondad ilimitada de Dios, de mi inseparabilidad de El y de la nada del mal.
Salí regocijándome por mi talento (y el de todos) otorgado por Dios para sanar espiritualmente; ya no quise hacer el papel del “perdedor” descrito en la parábola de Jesús sobre los talentos. (Ver Mateo 25:14–29). Tampoco me vi tentada otra vez a “enterrar” mi “talento”. Ya no sentí que mi Padre, Dios, era un amo duro, que había permitido que yo llevara la carga de un severo problema. De hecho, me sentí tan fuerte, tan bien otra vez, que en vez de sentirme angustiada ante la idea de subir muchos escalones de la iglesia, con regocijo ofrecí enseñar en la Escuela Dominical, lo cual me obligaba a caminar dos pisos hacia abajo (y dos de vuelta), además de los escalones de la parte exterior. Una vez que comencé, sentí que nunca había disfrutado tanto al dar clases en la Escuela Dominical. ¡Y parecía que a los niños también les encantaba venir! Me sentí llena de gratitud por la Escuela Dominical, por la iglesia filial, por ser miembro de La Iglesia Madre y por la instrucción en clase de Ciencia Cristiana.
Esta única visita al practicista y unos pocos llamados telefónicos posteriores, unidos a la nueva alegría y vigor que otra vez traje a mi diario estudio y oraciones durante varios meses, me liberaron enteramente de toda cojera y dolor.
La Sra. Eddy escribe en la página 227 de Ciencia y Salud: “La ilusión de los sentidos materiales, y no la ley divina, os ha atado, ha enredado vuestros miembros libres, paralizado vuestras capacidades, debilitado vuestro cuerpo y desfigurado la tabla de vuestra existencia”. Luego nos asegura (pág. 228): “La esclavitud del hombre no es lícita. Cesará cuando el hombre tome posesión de su legado de libertad, su dominio otorgado por Dios sobre los sentidos materiales”. Esto fue ciertamente comprobado en mi experiencia. Ahora disfruto de una actividad plena, y todos los días estoy agradecida por esta vivificante experiencia y la nueva perspectiva del dominio otorgado por Dios, que cada uno de nosotros puede practicar específicamente todos los días.
Reno, Nevada, E.U.A.
