Cuando nace un niño, sus padres no exclaman en pánico: “¡No tiene dientes! Es mejor ser paciente y esperar ese primer dientecito blanco. Ellos saben que su bebé sí tiene dientes, pero todavía no son visibles. Los padres esperan a que aparezca el primer diente en poco tiempo y se alegran cuando aparece.
¿Tenemos confianza en que todo lo que sea necesario puede aparecer en nuestra vida, aun cuando no haya señal visible de que aparecerá? En el reino de Dios, el desarrollo de lo que es justo y bueno no es sólo una cosa relativamente cierta; la ley de Dios produce el bien sin excepción. Podemos confiar en esa ley absoluta del bien. El comprender lo que la ley de Dios es, y cómo podemos aplicarla nos ayuda a tener la certeza de que el aparecimiento del bien es inevitable.
La Ciencia Cristiana restaura el cristianismo primitivo. Es la ley misma de Dios para ser reconocida y demostrada por lo que es; no es un método que podemos usar para obtener lo que queremos. La Ciencia Cristiana es la manera de ceder a la santa presencia de Dios, y demostrar así Su bondad. La salud, la armonía, el amor, la actividad correcta, proceden de Dios y son indicaciones de Su cuidado para con el hombre. Su Cristo, el ideal siempre presente de la Verdad, impulsa su expresión visible en nuestra vida. Por cierto, incluimos verdaderamente esta sustancia del bien en la consciencia porque somos el hombre espiritual, el reflejo mismo de Dios. No tenemos que “obtener” el bien que ya incluimos. El hombre tiene todo el bien de Dios porque refleja todo el bien procedente de Dios.
Leemos en el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud por la Sra. Eddy: “El Espíritu es la sustancia única, el Dios infinito, invisible e indivisible”.Ciencia y Salud, pág. 335. A medida que devotamente vivimos de acuerdo con la ley de Dios, el Espíritu, empezamos a experimentar la evidencia visible de Su cuidado para con nosotros. El recurrir de todo corazón a la ley de Dios es necesario, y a medida que miremos hacia el Espíritu solamente, verificaremos la verdad espiritual de que el bien siempre está presente porque Dios siempre está presente.
En su libro No y Sí la Sra. Eddy escribe: “La ley de Dios se resume en tres palabras: ‘Yo soy Todo’... ” No y Sí, pág. 30. La ley de Dios es la ley de Su presencia siempre eterna y amor supremo. La ley de Dios no es una decisión arbitraria que nos es impuesta por un Dios irrazonable que da a unos cosas buenas y niega el bien a otros. La ley de Dios es el hecho de lo que El es y hace. Dios es Principio divino, que mantiene al hombre y al universo en armonía y orden perpetuos como testimonio de Su perfección divina. La ley de Dios del bien está siempre en vigor, siempre es la única ley que existe. Su omnipresencia significa que Su reflejo, el hombre, siempre está completo y no le falta nada que sea necesario para expresar armonía.
¿Cómo podemos demostrar visiblemente la verdad de que la ley de Dios provee lo que necesitamos? La Biblia nos da un concepto para considerar. El escritor de Hebreos dice: “Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve”. Más adelante continúa: “Es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan”. Hebr. 11:1, 6.
La fe que produce resultados es la confianza absoluta en lo que sabemos de la ley de Dios. Aun cuando veamos una pequeña señal visible de la bondad de Dios, a medida que nos apartamos de la evidencia física y aplicamos la ley de Dios a nuestras necesidades, sentimos los efectos de la ley divina. El aplicar la ley divina significa saber lo que Dios es. Dios es Principio divino. El siempre está presente. Dios y el hombre coexisten. Dios jamás niega ningún bien a Su idea, el hombre. Tampoco hay ninguna circunstancia, ni poder o influencia aparte de Dios que obstruya el aparecimiento inevitable del bien. Nada hay que se oponga a la ley de Dios. Nuestra devota insistencia y seguridad espiritual de que Dios y Su bondad siempre están presentes, hace que la ley de Dios influya en nuestros pensamientos y en nuestra vida. La Verdad disipa el error de creer que el bien está ausente, y hace que estemos conscientes de la armonía que Dios nos confiere.
En el reino de Dios, toda actividad buena y correcta está presente ahora. Cuanto más certeza tengamos de Su presencia siempre presente, menos tiempo de espera habrá entre la necesidad que tengamos y la respuesta a esa necesidad. Cristo Jesús ciertamente demostró esta verdad en su obra sanadora.
Jesús estaba tan consciente de que la salud es la condición verdadera y constante del hombre de Dios, que dijo al hombre en el estanque de Betesda, quien había estado incapacitado durante treinta y ocho años: “Levántate, toma tu lecho, y anda”. La Biblia dice: “Y al instante aquel hombre fue sanado, y tomó su lecho, y anduvo”. Juan 5:8, 9.
A la desconfiada mente humana puede parecerle que el bien jamás vendrá. Pero a medida que confiadamente nos sometemos a la voluntad de Dios del bien para nosotros, entonces nada puede detener ese bien para que aparezca en la forma en que satisfaga mejor nuestras necesidades.
El aparecimiento continuo del bien es natural e inevitable, porque Dios constantemente está expresando Su bondad en el hombre. El hecho mismo de que estamos conscientes de la necesidad de algún aspecto específico del bien en nuestra vida, puede recordarnos que la presencia de ese bien ya está disponible para ser demostrado. Y podemos demostrar esto.
A medida que confiemos en Su ley y la apliquemos, podremos estar seguros de que Su bondad se hará visible donde más la necesitamos: en nuestra vida diaria.
