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Una época de transición

Del número de octubre de 1985 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Esta es una época de transición. Hemos visto que se ha producido un alejamiento de la imposición de la autoridad y disciplina. El derrumbamiento de un sistema anticuado a menudo se manifiesta como un vacío, y debido a que la imposición de la disciplina no ha dado lugar a la autodisciplina, con frecuencia parece como si no hubiera ninguna disciplina. La libertad, que realmente es la liberación de hacer lo que uno debe y no lo que uno quiere, se interpreta más generalmente como libertinaje. La desaparición de mucha de la observancia religiosa convencional, no ha sido seguida necesariamente por un conocimiento mayor de lo que Cristo Jesús dio a entender cuando dijo: “El reino de Dios está entre vosotros”. Lucas 17:21. Como resultado, la lealtad suprema tiende a ser para con uno mismo, con todo el desequilibrio que esto implica entre el privilegio y el deber, entre el derecho y la responsabilidad, entre dar y recibir.

El vacío, en vez, se ha llenado, con mucha frecuencia, con elementos perturbadores. La anarquía política e industrial permanece desenfrenada; el poder que tienen pequeños grupos para controlar a otros aumenta; el odio, la envidia, la sospecha y la avaricia parecen predominar, y el idealismo queda limitado por el oportunismo.

Podríamos decir, por cierto, que estas son generalidades. Las hebras de la compasión, el interés por el bienestar común y el idealismo, están entretejidos en la tela de la sociedad tanto hoy como siempre lo estuvieron. Pero detrás de las crisis políticas, sociales y económicas que enfrentamos, ¿no hay, acaso, un malestar moral más profundo?

La Sra. Eddy describe sucintamente lo que ocurre cuando las antiguas bases desaparecen y aún no se han reconocido las nuevas normas: “Los mortales tienen que emerger de esa noción de que la vida material es todo–n–todo. Tienen que romper sus cascarones con la Ciencia Cristiana y mirar hacia afuera y arriba. Mas es posible que el pensamiento, desligado de su base material pero aún sin instrucción en la Ciencia, se desenfrene con esa libertad y de esa manera se contradiga”.Ciencia y Salud, pág. 552. Se deben, pues, hacer dos preguntas. La primera es: ¿cómo puede desligarse el pensamiento de la perspectiva material sin la ruptura concomitante de la ley y el orden morales? La segunda es: ¿qué fuerza, en una época de crisis evidente, mantendrá al crimen bajo control?

La respuesta a la primera pregunta descansa en ver la naturaleza verdadera del trastorno que está ocurriendo. Nuestro punto de partida tiene que ser el de saber que lo único que está ocurriendo es el desarrollo mismo de la Mente. La iniciativa y el impulso de un cambio productivo pueden venir de una sola fuente, la Mente; y la Mente es reflejada por el hombre y el universo. No hay dos universos, uno espiritual y otro material. Lo que al sentido material parece ser un universo material, es simplemente una aserción errónea en cuanto a la realidad espiritual. Ahora bien, si los trastornos de la sociedad son interpretados simplemente como la acción de los mortales deshaciéndose de las cadenas que ellos creen que les han sido impuestas por otros mortales, y si se cree que este proceso fue iniciado meramente por el esfuerzo humano, entonces la experiencia resultante puede estar sujeta a los defectos de la actividad humana solamente, es decir, al dualismo, la limitación, la resistencia y la inversión. No es posible resolver los problemas de la mente humana con los materiales de esa mente.

Si, por otra parte, comprendemos que-lo que está apareciendo, por oscuramente que lo percibamos, es un básico hecho espiritual que causa que los conceptos erróneos acerca de él desaparezcan, entonces experimentamos las cualidades del Espíritu: la pureza, la integridad y el poder irresistible para efectuar el bien. En el primer caso, la destrucción mortal contra una condición mortal puede parecer que deja un vacío. En el segundo caso, la disolución de un concepto erróneo acerca de un hecho eterno no puede resultar en un vacío, sino que sólo puede revelar más claramente lo que ya está presente. La primera percepción tiende a destruir para reemplazar; la segunda, tiende a destruir para elucidar lo que existe.

Cuando el cuadro humano es uno de cismas, facciones, anarquía y desintegración, no debemos tratar de encararlos situándolos en su propio nivel. Ver el desenfreno de la pluralidad y luego tratar de reconciliar los elementos en conflicto, es una tarea infructuosa. Hacer que muchos sean uno, no es posible. Si la premisa es “muchos”, entonces es falsa, y la conclusión tiene que ser equivocada. Sólo a medida que comprendamos la unicidad del ser, podremos de tal manera disolver la creencia de pluralidad, que los aparentes “muchos” se comprendan entre sí, en vez de no comprenderse. El hecho espiritual siempre disminuye la creencia en una alternativa material hasta que lo humanamente anormal ceda a lo deseable y normal. La verdad es que el Uno infinito no interpreta mal, no envidia, no resiste ni sospecha de sí mismo. De manera que esos elementos no han de encontrarse ni en la Mente ni en su manifestación, el hombre.

La respuesta a la pregunta: “¿Qué fuerza mantendrá bajo control al crimen y al abuso?”, se infiere en la profecía de la Biblia relacionada con Judá: “No será quitado el cetro de Judá, ni el legislador de entre sus pies, hasta que venga Siloh; y a él se congregarán los pueblos”. Gén. 49:10. La Sra. Eddy escribe: “El valor moral es ‘el león de la tribu de Judá’, el rey del reino mental”.Ciencia y Salud, pág. 514. Las cualidades morales tienen que reinar hasta que lo mortal sea abrazado por completo por lo espiritual.

A través de toda la Biblia, se da importancia al valor moral, y su resultado es reiterado en los asuntos de hombres y mujeres. El porcentaje de valor representado por “un hombre pobre, sabio” Ecl. 9:15., fue suficiente para salvar a una ciudad; el poder moral, en oposición al físico, capacitó a David para derrotar a Goliat. En tiempos modernos como en los antiguos, hemos sido testigos de individuos y naciones que, armados de sabiduría y valor moral, se mantuvieron firmes contra desafíos físicos abrumadores.

Pero en estos últimos días tenemos que hacer más que estar con el rey del reino mental. El valor moral está ciertamente un paso más allá de la fuerza física; pero debido a que esta cualidad todavía se practica en el reino mental humano, está en la arena donde siempre habrá luchas, adversarios y dificultades. El advenimiento de Siloh, el Cristo, eleva la experiencia al reino espiritual, donde hay un solo hecho, una sola ley, un solo estado. Lo espiritual, a su vez, abraza a lo moral, tal como lo mayor incluye a lo menor. Cuando el hecho espiritual ocupa totalmente la consciencia, ya no estamos del lado de la verdad en contra del error, sino que estamos conscientes de la totalidad de la Verdad. El sentido mortal más elevado prevalece mientras el hecho espiritual transforma la escena. Esta transformación es inevitable, porque lo que realmente está operando todo el tiempo es lo espiritual, lo cual opera a pesar de la creencia de que algo está ocurriendo al nivel materialmente mental.

No ocurre ningún vacío ni pérdida de contacto con la vida diaria cuando la experiencia es elevada fuera de la esfera de antagonistas al reino donde el bien indivisible es el derecho verdadero del hombre. Lo espiritual mantiene lo que es moralmente un requisito, hasta que nada quede en la consciencia sino lo espiritual. La Sra. Eddy por cierto espera algo más elevado que el empuñar el cetro del león cuando escribe: “Satanás es desencadenado sólo por un tiempo, como lo previó el autor del Apocalipsis, y el amor y la buena voluntad para con el hombre, más dulce que un cetro, son entronizados ahora y para siempre”.The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany, pág. 201. Aun cuando el “pensamiento, desligado de su base material pero aún sin instrucción en la Ciencia”, pueda desenfrenarse con la libertad, el pensamiento cabalmente instruido por la Ciencia jamás puede ser arrancado de su base espiritual. Sin la comprensión de que la única base, el único poder, es espiritual, el desligamiento de una base material puede que no deje apoyo alguno. El comprender que todo procede de la Mente, a pesar de cualquier otra creencia en contra, permite que lo mayor abrace a lo menor en nuestra consciencia, mientras que jamás nos separamos de la única base que realmente existe. El persistir en este conocimiento es la tarea del estudiante de la Ciencia Cristiana. Entonces, el acto de separarse de todo lo que no pertenece al reino de Dios es acompañado por la paz y no por la lucha.

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