Estoy agradecida a Dios, nuestro Padre-Madre, el Amor infinito, quien con su eterna gracia nos guía y cuida.
Hacia fines de septiembre de 1983, me atropelló un coche. Los transeúntes se apresuraron a ayudarme y a darme consejos; incluso me aconsejaron que me sacara radiografías. Después de asegurarles que yo estaría bien, me llevaron a la casa de una amiga. Estuve allí por espacio de media hora, y luego regresé a mi casa.
Tenía grandes hematomas en el cuerpo y estaba con mucho dolor. Pero, al mismo tiempo, sentía un gozo interior, una gran paz. Realmente no puedo describir este gozo. Me sentía rodeada de los brazos del Amor divino, y me aferré a mi firme confianza en Dios como mi médico siempre presente. No me hice sacar radiografías ni usé ningún tipo de medicina. En lugar de ello, confié completamente en Dios, y pedí a una practicista de la Ciencia Cristiana que orara por mí.
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