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[Original en portugués]

Estoy agradecida a Dios, nuestro Padre-Madre, el Amor infinito,...

Del número de octubre de 1985 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Estoy agradecida a Dios, nuestro Padre-Madre, el Amor infinito, quien con su eterna gracia nos guía y cuida.

Hacia fines de septiembre de 1983, me atropelló un coche. Los transeúntes se apresuraron a ayudarme y a darme consejos; incluso me aconsejaron que me sacara radiografías. Después de asegurarles que yo estaría bien, me llevaron a la casa de una amiga. Estuve allí por espacio de media hora, y luego regresé a mi casa.

Tenía grandes hematomas en el cuerpo y estaba con mucho dolor. Pero, al mismo tiempo, sentía un gozo interior, una gran paz. Realmente no puedo describir este gozo. Me sentía rodeada de los brazos del Amor divino, y me aferré a mi firme confianza en Dios como mi médico siempre presente. No me hice sacar radiografías ni usé ningún tipo de medicina. En lugar de ello, confié completamente en Dios, y pedí a una practicista de la Ciencia Cristiana que orara por mí.

En la primera oportunidad, me volví a la Biblia y oré con el Salmo 121, versículos 1–3: “Alzaré mis ojos a los montes; ¿de dónde vendrá mi socorro? Mi socorro viene de Jehová, que hizo los cielos y la tierra. No dará tu pie al resbaladero, ni se dormirá el que te guarda”.

En Ciencia y Salud por la Sra. Eddy (pág. 219), encontré este pasaje que me ayudó mucho: “En las matemáticas, no multiplicamos cuando debiéramos restar, pretendiendo luego que el resultado está correcto. Tampoco podemos decir en la Ciencia que los músculos dan fuerzas, que los nervios dan dolor o placer, o que la materia gobierna, y luego esperar armonía como resultado. No son los músculos, los nervios, ni los huesos, sino la mente mortal que hace que todo el cuerpo esté ‘enfermo y todo el corazón doliente’; por el contrario, la Mente divina cura”.

La curación completa tuvo lugar cuando leí un artículo en un ejemplar de El Heraldo de la Ciencia Cristiana, edición en portugués. El artículo incluía estas palabras del Himno N.° 278 del Himnario de la Ciencia Cristiana: “Es el Amor el que sana asperezas”. Después de leer estas palabras, de repente me sentí bien. Era como si hubiera estado a oscuras y una luz se hubiera encendido. La curación se realizó, y no hubo efectos posteriores del accidente.

No sé qué habría sido de mí sí no hubiera encontrado la Ciencia Cristiana. Debo mucha gratitud a Dios por las muchas curaciones que he tenido. Estoy muy agradecida por ser miembro fundador de la Sociedad de la Ciencia Cristiana en nuestra ciudad, por ser miembro de La Iglesia Madre, La Primera Iglesia de Cristo, Científico, en Boston, Massachusetts, y por haber tomado instrucción en Clase Primaria de la Ciencia Cristiana en portugués.


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