La mujer que está en el púlpito no sabe nada de Einstein, Heisenberg, Bohr, o de los grandes físicos que aparecerían en el siglo veinte. Su sermón es dado en Boston, E.U.A., en 1880. No obstante, en él declara con convicción: “Nos hallamos en medio de una revolución; la física va cediendo lentamente a la metafísica; la mente mortal se rebela contra sus propios límites; cansada de la materia, quisiera captar el significado del Espíritu”.La curación cristiana, pág. 11.
Esta mujer fue Mary Baker Eddy, la fundadora de la Ciencia Cristiana
Christian Science (crischan sáiens). Algunas décadas más tarde, libros y revistas populares se ocupaban de explicar al público los cambios extraordinarios que estaban ocurriendo en el concepto que las ciencias naturales tenían de la materia.
La materia ya no se estaba considerando más como una colección de átomos sustanciales como se creía que era en el siglo diecinueve. Ahora se la percibía como un conjunto de partículas diminutas, invisibles y de corta vida, más pequeñas que los neutrones. Pero estas partículas mismas se ven como un modelo de sucesos subatómicos: acontecimientos que cambian de continuo, que se pueden explicar solamente en términos de probabilidades matemáticas. ¡Y estas probabilidades son alteradas por el mismo hecho de ser observadas!
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