¿Cómo pudo haber sucedido esto? ¿Qué lo causó? ¿Cómo comenzamos a tratar el caso en la Ciencia Cristiana?
Estas fueron algunas de las preguntas que se nos presentaron a mi esposa y a mí cuando nuestro hijo menor se hirió una mano y necesitó ayuda.
Después de tomar los pasos necesarios para limpiar y vendar cuidadosamente la herida, y consolarlo, dedicamos toda nuestra atención a la oración sanadora para el niño. Pero nuestros más sinceros esfuerzos eran continuamente interrumpidos por las importunas preguntas antes mencionadas.
Finalmente, comenzamos a vislumbar que esos interrogantes tenían que ser enfrentados específicamente y descartados, a fin de que nuestras oraciones fueran más eficaces. Empezamos de inmediato a afirmar la totalidad de Dios como la única realidad. Negamos vigorosamente la creencia falsa de que no sabíamos cómo proceder o de que éramos incapaces de ayudar al niño. Reconocimos que, por ser el hombre la verdadera idea de Dios, reflejábamos la inteligencia divina. Por lo tanto, podíamos razonar correctamente.
Desde el punto de vista de que la realidad es espiritual e inalterable, la causalidad no es un misterio, encerrada en lo desconocido. No tiene nada que ver con las suposiciones de la materia y sus limitaciones. Dios, el bien infinito, es la única causa. Un bien y un amor ilimitados, así como ilimitadas bendiciones, tienen que ser el único efecto. “Por la palabra de Jehová fueron hechos los cielos, y todo el ejército de ellos por el aliento de su boca... Porque él dijo, y fue hecho; él mandó y existió”. Salmo 33:6, 9.
Mientras tenía al niño en mis brazos, oré y razoné con las verdades espirituales que yo comprendía.
Si Dios, el Espíritu, es la única causa, si “él dijo, fue hecho;... mandó y existió”, ¿qué es, entonces, lo que realmente constituye la identidad, sustancia y ser del niño? Las cualidades de Dios que refleja, tales como inocencia, amor, pureza, belleza.
Comprendí que estas indestructibles características divinas jamás podían ser afectadas por la materia. No podían ser destruidas por un accidente. El verdadero ser del niño estaba por siempre protegido por la totalidad de Dios, sostenido por el Amor ilimitado. Esto era la verdad para el niño y para todos.
Como resultado de esta inspiradora oración, el niño sanó rápidamente. La herida dejó de sangrar, y el malestar cesó casi de inmediato, y el niño salió a jugar. En pocos días, no había vestigio alguno de la fea condición. Y, más importante aún, todo el incidente desapareció de la consciencia del niño.
Analizando lo sucedido, mi esposa y yo nos dimos cuenta de que, al basar nuestros esfuerzos en la verdad acerca de Dios y del hombre, habíamos abierto la puerta a la curación en la Ciencia Cristiana. Habíamos negado al mal sus pretensiones de origen y manifestación.
El fundamento de un falso sentido de causa y efecto es el concepto equivocado de que la creación es básicamente material en vez de espiritual; que la creación existe, funciona y opera independientemente de Dios, quien es Espíritu; que el temor es tan natural como inevitable; que las circunstancias físicas, condiciones y acontecimientos pueden hacer del hombre un desvalido e inepto. Al nosotros rechazar y destruir estas creencias mediante la comprensión de los hechos espirituales del ser, los buenos resultados se manifestaron.
Una declaración que nos ayudó inmensamente fue la siguiente de Ciencia y Salud por la Sra. Eddy: “La causalidad espiritual es la única cuestión a considerar, pues, más que ninguna otra, la causalidad espiritual se relaciona con el progreso humano”.Ciencia y Salud, pág. 170. En vez de tratar de contestar los interminables interrogantes de la mente carnal (una supuesta inteligencia separada de Dios), basamos nuestras oraciones firmemente en “la única cuestión a considerar”: la causalidad espiritual.
Una comprensión clara acerca de la causalidad espiritual fue fundamental en el incomparable ministerio sanador de nuestro Maestro, Cristo Jesús. El desafió y venció las llamadas leyes de la materia. Cuando calmó la tempestad, no pensó cuál era la causa de que las olas estuvieran tan grandes o de que el viento fuera tan fuerte. Jesús recurrió a la única causa, Dios; a la inalterable paz del Amor divino. Una y otra vez el Mostrador del camino hizo que sus seguidores dejaran de contemplar las apariencias externas y reconocieran la realidad espiritual básica.
“Rabí, ¿quién pecó, éste o sus padres, para que haya nacido ciego?” le preguntaron una vez sus discípulos a Jesús sobre un ciego a quien había sanado. Rechazando esta forma de razonar e indicando lo inútil de buscar una causa material para sanar espiritualmente, el Maestro respondió: “No es que pecó éste, ni sus padres, sino para que las obras de Dios se manifiesten en él”. Juan 9:2, 3. !Y se manifestaron! El hombre recibió la vista.
Manifestar, o expresar, “las obras Dios”, es una ocupación a “jornada completa” para todos nosotros. No obstante, muy a menudo parece que estamos preocupados tratando de demostrar meros acontecimientos y circunstancias externas, especialmente cuando se presenta algún problema.
Pero, ¿acaso la base cristiana para sanar de una influenza se encuentra, por ejemplo, en recordar que al estar sentados en un lugar donde había una corriente de aire la noche anterior fue cuando aparecieron los primeros síntomas de la enfermedad? O si nos sentimos cansados, ¿lo atribuimos al hecho de que ayer trabajamos demasiado?
La Ciencia del cristianismo nos enseña a reconocer y demostrar constantemente la causalidad espiritual. Esta Ciencia demuestra que la salud es un atributo de Dios, la cual refleja Su linaje, el hombre, y, por tanto, no es una condición de la materia. Siendo éste el caso, ¿puede la salud ser víctima de condiciones climáticas? ¿Pueden la energía y el vigor agotarse toda vez que tienen su fuente en Dios? El Espíritu inalterable está perpetuamente expresándose mediante el hombre en energía, vitalidad; en la capacidad de ser buenos y hacer lo bueno.
Bajo cualquier circunstancia, es contraproducente tratar de explicar la causalidad partiendo de lo físico. Aun en el campo de la física no es posible adaptar el proceso de la materia a moldes sencillos de causa y efecto; las acciones y funciones de la materia realmente varían según se las observa. El tenue rayo de luz que actúa como una onda bajo ciertas condiciones, en otras aparece como una partícula.
¿Qué nos indica esto?
Tal vez que mientras basemos nuestra percepción de las cosas en la materia (un concepto erróneo acerca de la sustancia, vida, realidad) estaremos expuestos, en creencia, a las características y limitaciones de la materia. Pero éste no es el caso cuando obtenemos una comprensión dirigida por Dios acerca de la existencia.
Adoptar este último enfoque no significa que debemos ignorar las pretensiones del mal en nuestra vida. Todo lo contrario. Dios perfecto, hombre perfecto y creación perfecta, es la regla indestructible del ser espiritual, y el comprender esto nos capacita para hacer frente a las importunas preguntas de la mente carnal, y superarlas.
¿Cómo pudo haber sucedido esto? ¿Qué lo causó? ¿Cómo comenzamos a tratar el caso en la Ciencia Cristiana?” En vez de tratar de contestar a tales preguntas basándonos en los sentidos físicos, debemos elevarnos más alto. Consideremos “la única cuestión”: la causalidad espiritual. Todo lo que sucede en el reino de la Mente (Dios) y en la idea de Dios (el hombre) es la percepción espiritual y el desarrollo del bien ilimitado. Este bien destruye todas las pretensiones del mal. El Espíritu es la sola y única causa. La sustancia y la fuerza expresiva del Espíritu son el único efecto. El aceptar y usar de manera práctica estos hechos tal vez requiera un poderoso y devoto esfuerzo de nuestra parte, pero mediante tal esfuerzo se efectúa la curación.
