Durante toda mi carrera como oficial del Ejército, padecí de dolor en la parte inferior de la espalda. Sufría más o menos varios días cada mes, y, a menudo, pasaba un fin de semana en cama para descansar la espalda. Durante nuestros frecuentes cambios de casa, siempre tenía que cuidarme de no levantar nada pesado, pues de lo contrario, no podría moverme durante un rato. En una ocasión, hace más de diez años, tuve que ser hospitalizado al quedar paralizado de la cintura para abajo, porque tenía un nervio comprimido en la espalda.
Estaba muy contento cuando llegué a la edad de cuarenta años, porque el Ejército ya no requeriría que tomara pruebas de aptitud física. Pero entonces cambiaron los reglamentos, y los que tenían más de cuarenta años también debían tomar las pruebas. Volví a empezar mi programa de acondicionamiento físico. Un día, al estar haciendo ejercicios, me fui contra una pared y me lastimé la espalda; durante los tres meses siguientes esta condición se fue agravando progresivamente.
Sólo unos pocos meses antes de este incidente yo me había interesado en la Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens). Pero quise esperar un poco antes de llamar a una practicista de la Ciencia Cristiana para pedirle ayuda mediante la oración, debido a la espalda lastimada, pensando que sanaría “por sí sola”. La practicista me alentó mucho, y durante unos pocos días pensé que ya había sanado. Pero varios días después, la condición se agravó repentinamente. Tenía un fuerte dolor y estaba totalmente imposibilitado para caminar, ni siquiera podía pararme derecho. Después de un miserable fin de semana, con lágrimas en los ojos informé a la practicista que iba a recurrir al tratamiento médico. (Más que nada, yo quería inmediato alivio del intenso dolor.)
Casi arrastrándome llegué hasta el automóvil, y mi esposa me llevó al hospital militar local. Allí un cirujano ortopédico me examinó la espalda e hizo que se me tomaran rayos X. Después se me informó que tenía la columna vertebral en estado de deterioro y que requería cirugía, pero que yo tenía buena suerte, pues él era el cirujano de espalda de más experiencia en esa rama. Sin embargo, me daba poca esperanza de que yo quedara completamente satisfecho con la cirugía, y me dijo que existía el riesgo de que después de la operación empeorara. Más alarmante aún, aseveró que, si no se hacía la operación, la columna seguiría deteriorándose y que tal vez no podría volver a caminar.
Sin deseos de hacerlo, accedí a que se llevara a cabo la operación, desesperado por obtener alivio del dolor, y por temor a las consecuencias si rehusaba. Entonces, mientras un miembro del personal llenaba los formularios del hospital para mi admisión, mi esposa entró a la sala de emergencia para ver si yo estaba bien. Ella había estado orando y leyendo literatura de la Ciencia Cristiana mientras se me examinaba. (Ella sólo había asistido a una filial de la Iglesia de Cristo, Científico, durante seis meses, y ninguno de los dos éramos miembros.) Después que hablamos un poco, mi esposa me alentó a dar otra oportunidad a la Ciencia Cristiana. Le dije que así lo haría. El cirujano renuentemente accedió a firmar un formulario que me permitía salir del hospital durante dos semanas para un descanso total, y me dio una receta para unas píldoras que me aliviarían el dolor. El dijo que me esperaba de vuelta en dos semanas, ya que nunca había sabido que se mejorara, sin cirujía, una columna vertebral que estaba deteriorándose. Dijo que seguramente el dolor me obligaría a volver. Nunca compré la medicina, y nunca volví al hospital.
Regresé a casa en una silla de ruedas y con muletas. En seguida llamé a la practicista y le dije: “Me gusta mucho más lo que usted me dice que lo que me dijo el cirujano”. El pronóstico del cirujano acerca de mi condición física había sido totalmente negativo, mientras que las aseveraciones de la practicista acerca de la perfección presente de mi ser, como hijo amado de Dios, me habían dado esperanza. Durante unas pocas semanas, la practicista oró por mí y hablaba conmigo diariamente, indicándome pasajes específicos para leer de la Biblia, y de Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras por Mary Baker Eddy.
Aunque esas semanas incluyeron dolor físico, también me trajeron gran alegría espiritual, ya que mi encierro forzoso me dio la oportunidad de estudiar Ciencia Cristiana seriamente por primera vez.
De todo lo que leí y estudié durante ese período pude entender más fácilmente la parábola de Cristo Jesús de la cizaña y el trigo. Consideré que la verdad espiritual era la “buena semilla”, y el error, o percepciones erradas acerca de Dios y el hombre, eran la “cizaña” (ver Mateo 13:24–30). De la parábola del sembrador, identifiqué la mentalidad espiritualizada con la tierra fértil con la mente mortal o la creencia en un poder aparte de Dios, con el camino, los pedregales y los espinos, en donde la semilla de la verdad fue ahogada (ver Mateo 13:3–8, 18–23).
En mi deseo de ver la separación de la cizaña de la mente mortal, del trigo de la consciencia espiritual, estudié especialmente las siguientes palabras de la Sra. Eddy (Ciencia y Salud, pág. 392): “Estad de portero a la puerta del pensamiento. Admitiendo sólo las conclusiones que queráis que se realicen en resultados corporales, os gobernaréis armoniosamente. Cuando se presente la condición que según vuestra creencia ocasiona la enfermedad, ya se trate de aire, ejercicio, herencia, contagio o accidente, desempeñad entonces vuestro oficio de portero y cerrad el paso a tales pensamientos y temores malsanos. Excluid de la mente mortal los errores nocivos; entonces el cuerpo no podrá sufrir a causa de ellos”. Lo extraordinario es que, la tercera frase de esta cita contiene cinco condiciones erróneas que se referían directamente a mi situación en ese tiempo: enfermedad, ejercicio, herencia, accidente y temor.
¿Qué “errores nocivos” había yo permitido entrar por la puerta del pensamiento? ¿Qué cizaña había plantado la mente mortal en mi huerto mental? Con amor y paciencia la practicista me ayudó a darme cuenta de lo siguiente por medio del estudio de la Biblia y Ciencia y Salud:
• La creencia en un deterioro de la vida como resultado de tiempo acumulado, era una cizaña. Ciencia y Salud expone la verdad que la destruye (pág. 246): “La vida y sus facultades no se miden con calendarios”.
• Mi actitud hacia la prueba obligatoria de aptitud física del Ejército, era otra cizaña. Yo había visto lo requerido como una prueba necesaria para probarles a otros mi aptitud física, mas bien que una oportunidad para verificar con alegría mi aptitud, mi perfección, como hijo de Dios, como El ya me conocía.
• La creencia de que yo había heredado una espalda defectuosa de mi padre, era otra cizaña. La verdad es que, como hijo de Dios, sólo tengo la herencia del bien.
• La creencia de que yo podía lastimarme por medio de un accidente, era otra cizaña. Nuevamente encontramos la verdad en Ciencia y Salud (pág. 424): “Los accidentes son desconocidos para Dios, o Mente inmortal, y tenemos que abandonar la base mortal de la creencia y unirnos con la Mente única, a fin de cambiar la noción de la casualidad por el concepto correcto de la infalible dirección de Dios y así sacar a luz la armonía.
“Bajo la divina Providencia no puede haber accidentes, puesto que no hay lugar para la imperfección en la perfección”.
• Por fin, el temor de la tal llamada condición, fijo en el pensamiento por la “prueba fotográfica” de los rayos X y el pronóstico alarmante del cirujano, fue la cizaña más persistente que tuvo que ser desarraigada. Por medio de la Ciencia, empecé a aprender que mi ser no era materia sana y materia enferma, como el pronóstico médico o como los rayos X podrían indicar. En vez de eso, estaba aprendiendo que, en mi ser verdadero, yo era un hijo perfecto de Dios, totalmente espiritual y totalmente bueno.
Mi progreso fue lento, y, a menudo, estaba tentado a volver con el cirujano, pero la practicista me ayudaba alentándome. Una vez dije que me faltaba la fe para continuar en la Ciencia Cristiana, la practicista me dijo que no me preocupara, que ella tenía suficiente fe para los dos. Y, ¡ciertamente que la tenía!
Finalmente, la verdad fue la que venció. Después de dos semanas podía pararme y caminar lentamente. Volví a mi trabajo con tiempo parcial. Después de cuatro semanas pude andar normalmente, aunque quedaba un remanente de dolor. Y al cabo de seis semanas, el dolor desapareció por completo. Hasta la fecha, después de años, nunca he tenido otro dolor de espalda de ninguna clase, aun cuando me he mudado de casa dos veces y he tenido que levantar muchas cajas y muebles pesados.
Por medio de esta curación, vencí no sólo la creencia errónea de que había tenido un accidente, sino también las creencias erróneas, que implicaban herencia, edad y enfermedad. La Ciencia Cristiana me sanó total y permanentemente. La Verdad, Dios, claramente era el mejor cirujano de todos. Fue como si me hubiera crecido una columna vertebral totalmente nueva. ¡Podía pararme tan derecho y erguido como nunca!
Con toda seguridad, la Ciencia Cristiana es la columna misma de la verdadera Cristiandad, porque la Ciencia Cristiana nos enseña cómo seguir el ejemplo de Cristo Jesús, que dijo (Juan 8:32): “Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres”. Teniendo la Verdad como nuestra “columna espiritual”, todos nosotros podemos participar en el ministerio sanador de Cristo y ser bendecidos por él. Todos podemos conocer la libertad y la alegría genuinas, nuestra verdadera herencia como hijos de Dios.
Alexandria, Virginia, E.U.A.