Quiero expresar especial gratitud por la estipulación hecha por nuestra Guía, la Sra. Eddy, para establecer las Salas de Lectura de la Ciencia Cristiana. Durante una época en que vivía en un país extranjero, nada en mi vida parecía salir bien. En esa sociedad había ciertas formas de comportamiento a las que no me podía ajustar. Como resultado, yo era objeto de mucha crítica. Parecía que nadie me quería.
A tal grado llegó mi ansiedad, que estaba considerando recibir la ayuda de un psiquiatra, cuando, por coincidencia, encontré una Sala de Lectura de la Ciencia Cristiana en el mismo edificio en que estaba la filial local de la Iglesia de Cristo, Científico. Entré, sin saber exactamente qué buscaba. La encargada de la Sala de Lectura me enseñó cómo leer la Lección Bíblica (que aparece en el Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana), lo que hice. No puedo recordar nada de lo que leí, excepto una palabra, que se me quedó grabada. Esa palabra fue “amor”. En poco tiempo, me pusieron en comunicación con una practicista de la Ciencia Cristiana, una persona muy dinámica y vivaz, quien me habló del amor que Dios tiene para con Sus hijos, entre quienes, yo era uno. Salí de esa visita como un hombre nuevo.
La semana siguiente, tuve un accidente automovilístico. Afortunadamente, ninguno de los niños que llevaba a la escuela se lastimó. Yo acababa de empezar a estudiar Ciencia Cristiana y no sabía que los efectos de accidentes podían ser anulados por medio de la oración. En ese país, un accidente automovilístico es considerado como algo muy serio. Me llevaron a la comisaría de la policía local. Mi esposa notificó a mi oficina lo que había acontecido. De las treinta y cinco personas que trabajaban en esa oficina de ventas, parece que todas tomaron tiempo libre para ayudarme con mi problema. Algunas llamaron a abogados, otras llamaron a políticos o a otra gente de influencia. Todo el tiempo que estuve en la comisaría, alguien de la oficina estuvo conmigo. Al final, el veredicto del juez fue que yo tenía que comprar el automóvil que pertenecía a la otra persona implicada en el accidente.
Como mi esposa estaba próxima a tener nuestro hijo menor, no teníamos dinero para el desembolso inicial. No me quedaba más remedio que pedir un préstamo de mi empleador; esto era práctica común en ese país. Debido a razones personales, ni el gerente de ventas ni el gerente general querían hacerme el préstamo, aunque era la norma acostumbrada. Sin embargo, se vieron forzados a hacerlo cuando todo el departamento de ventas amenazó con irse en huelga en mi nombre. Obtuve el dinero, y pude salir de la comisaría después de doce horas.
El acuerdo al que se había llegado con la compañía respecto al pago del préstamo era que me descontarían cierta cantidad de cada cheque hasta que se terminara de pagar el préstamo. Cuando pasaron dos días de cobro sin que hicieran ningún descuento, telefoneé a la oficina de contaduría para saber la razón. Fue entonces que me informaron que no sólo las treinta y cinco personas del departamento de ventas habían prometido dar dinero de sus futuros salarios para pagar todo el préstamo, sino también hasta otras personas que trabajaban en la fábrica. Creo que esta práctica ayuda fue resultado directo de lo que yo había vislumbrado del gran amor de Dios durante mi visita a la practicista. Para mí y mi esposa esto ha sido una experiencia inolvidable.
Posteriormente, cuando ya estábamos viviendo en los Estados Unidos, unos amigos invitaron a nuestra familia a pasar un fin de semana con ellos. Durante una de las mañanas que pasamos con ellos, había mucho bullicio en la casa mientras se preparaba el desayuno. Esto fue interrumpido de pronto por los gritos de uno de nuestros hijos, que había sufrido una profunda herida en la cabeza. La apariencia de la herida era alarmante. En medio del tumulto que esto causó en la casa, recuerdo haber guiado al muchacho hasta el lavabo, donde lavé la herida con agua.
En ese momento, me vino a la mente “la exposición científica del ser”, que se encuentra en Ciencia y Salud por la Sra. Eddy (pág. 468). Empieza así: “No hay vida, verdad, inteligencia ni sustancia en la materia. Todo es Mente infinita y su manifestación infinita, porque Dios es Todo-en-todo”. Me invadió una gran calma, y me sentí muy elevado. Entonces me dejé distraer por la hijita de nuestros amigos, quien dijo: “Con esto fue que golpearon a David”. En sus manos tenía un azadón de los que se usan en el jardín. Ahí mismo supe lo que tenía que hacer. Tenía que ver la irrealidad de la creencia de accidente o lesión, y saber que Dios cuida a su hijo y que éste no puede sufrir ningún daño. Sin embargo, mientras recobraba mi anterior estado de calma y equilibrio, oí a la mamá del niñito que había causado el accidente regañándolo. El niñito respondió: “Lo hice porque quise hacerlo”. La calma que había obtenido por medio de la oración fue interrumpida por una profunda sensación de resentimiento hacia él. Entonces me di cuenta de que debía comprender que este niño era tanto un hijo de Dios como eran los míos; que era el amado y amable reflejo de su Padre-Madre Dios. Una vez que logré esto, la hemorragia cesó totalmente.
Llevé a mi hijo a una cama en la planta alta de la casa, donde continué orando durante unos diez minutos. De pronto, el niño se sentó y dijo que deseaba salir a jugar. Esto fue el final del incidente. La herida cerró rápidamente sin cicatrices ni otras consecuencias.
De esta experiencia aprendí lo importante que es ver más allá de la evidencia falsa y material, y contemplar la armonía de la creación de Dios. También aprendí una lección sobre el perdón, que me hizo despertar más y ver el amor profundo que el Padre tiene para con todos Sus hijos
Estas son dos de las muchas manifestaciones del amor y protección de Dios que he obtenido en mi vida desde que por primera vez entré en aquella Sala de Lectura hace ya años.
Costa Mesa, California, E.U.A.