Skip to main content Skip to search Skip to header Skip to footer

“Soy inofensivo”

Del número de noviembre de 1985 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Roberto creció en la costa marítima del extremo norte de Nueva Zelanda. Le gustaba mucho hacer largas caminatas por el morro desierto que se internaba en el Océano Pacífico entre las playas de arena dorada, y sentarse en los picos rocosos para mirar las olas que se estrellaban contra las rocas, deslizándose hacia playas más tranquilas. En verano, brillantes flores rojas de los “pohutukawa” (árboles originarios de Nueva Zelanda) y las altas plantas de lino en flor bordean las playas. En épocas pasadas, los Maoríes, que habitaban en Nueva Zelanda antes de que llegaran los europeos, hacían telas y canastas con el lino.

Una hermosa tarde de verano cerca de NavidadLos lectores recordarán que las estaciones en el hemisferio sur son exactamente opuestas a las del hemisferio norte. De modo que cuando llega la Navidad, es verano en Nueva Zelanda., Roberto fue a hacer una larga excursión por una parte del morro que aún no había explorado. El sol brillaba sobre las olas, y la tierra tenía un aroma fresco y perfumado que venía de la “manuka” (planta de Nueva Zelanda parecida a la papa). Pero a medida que él se iba acercando al lugar, la tierra era más pedregosa y resbaladiza, de modo que se hacía peligroso continuar. Roberto miró a su alrededor, buscando una ruta más segura y justo abajo de él, bordeando el acantilado, encima de las rocas vio un angosto sendero para ovejas. En el sendero había un sólido arbusto de lino. Si se deslizaba por el pedregullo, el arbusto lo sostendría y podría caminar hacia la punta del morro. Era una hermosa vista, el arbusto en flor, encaramado en el acantilado a unos seis metros sobre las rocas y las olas azules chocando contra ellas. Mientras se deslizaba para meterse en medio del arbusto, sintió una alegría por lo hermoso del día.

¡Pero le esperaba una gran sorpresa! Las flores de lino estaban llenas de avispas, que no se sintieron muy contentas ante ese personaje de gran tamaño que irrumpía contra su arbusto. Comenzaron a picarlo en la cara y en todas las partes expuestas de su cuerpo.

“¿Qué hago ahora?”, murmuró Roberto. No podía echar a correr por el angosto sendero, pues el enjambre de avispas era tan denso que le impedía ver. El dolor era tan intenso que hasta sintió deseos de saltar del arbusto hacia las rocas que estaban abajo. Por tanto, hizo lo único que podía: oró a Dios.

A pesar de que Roberto vivía lejos de la iglesia filial más cercana para asistir a la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana, sus padres le habían enseñado bastante sobre esta religión, y un pequeño grupo de Científicos Cristianos se reunían todos los domingos para leer la Lección Bíblica En el Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana. semanal y cantar himnos. Roberto recordó un salmo que comienza: “Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones”. Y, le vino a la memoria otro versículo que dice: “Estad quietos, y conoced que yo soy Dios”. Salmo 46:1, 10.

Se quedó muy quieto y luego dijo a las avispas: “¡Váyanse! Ustedes son inofensivas criaturas de Dios”.

Entonces, pensó más detenidamente y dijo: “Todos somos criaturas de Dios inofensivas. Yo también soy inofensivo. Dios lo creó todo, y todo es bueno”. Se dio cuenta de que las avispas pensaban que él era su enemigo y simplemente trataban de defenderse. Lo veían como a un intruso enorme que había venido irrumpiendo en medio de las flores en ese alegre día de verano. De la misma manera, él había pensado que las avispas eran sus enemigas, responsables por arruinar su agradable caminata a lo largo de la costa.

Al comprender todo esto, las avispas dejaron de atacarlo y regresaron a sus flores. Fue como si hubiesen percibido que él ya no les causaría más problemas.

Sin embargo, al pararse, Roberto aún se sentía adolorido y muy asustado, Pronto la cara se le puso tan hinchada que apenas podía ver. Quería que sus padres o un practicista de la Ciencia Cristiana lo ayudaran a sanar. Pero primero tenía que caminar casi cuatro kilómetros por el morro hasta la casa más próxima.

Comenzó a caminar muy despacio, tratando de recordar algún pasaje de la Biblia adecuado a la situación.

Roberto recordó el relato del viaje de Pablo a Roma, tal como se describe en Hechos. Ver Hechos, caps. 27–28. Pablo estaba con un grupo de prisioneros e iban en camino para ser juzgados. Primero, naufragó su barco, luego él fue atacado por una víbora. Pablo pudo haberse sentido muy solo — o quizás asustado — pero simplemente sacudió el brazo y desprendió a la víbora. Difícilmente podía saber en ese momento cuánto iba a ayudar a la conversión del Imperio Romano al final de ese viaje. El sencillamente estaba obedeciendo a Dios y confiando en Su cuidado. Pablo debió haber estado seguro de que al predicar al Cristo, la Verdad, estaba trabajando para Dios y que era inocente de cualquier crimen.

Roberto vio que si sus propias intenciones habían sido inocentes, si él no había querido causarles ningún daño a las avispas, sus aguijones no podían causarle ningún daño. El había sido parte del gozoso e inofensivo día de Dios. El todavía era parte de ese día, y expresaba alegría y obediencia. Si realmente pudiera decirle a Dios: “Yo soy Tu expresión; guía mis pasos”, Dios le mostraría cómo llegar a su casa.

Al final de su larga caminata, Roberto podía ver lo suficientemente bien como para correr hasta su casa. Su mamá se dio cuenta de que tenía la cara hinchada y que había estado llorando. Se sentaron juntos mientras él le contaba lo que había sucedido. Su mamá le mostró un pasaje de Ciencia y Salud por la Sra. Eddy que afirmaba lo que él había pensado sobre las avispas. “Comprendiendo el dominio que el Amor mantenía sobre todo, Daniel se sintió seguro en el foso de los leones, y Pablo probó que la víbora era inofensiva. Todas las criaturas de Dios, moviéndose en la armonía de la Ciencia, son inofensivas, útiles e indestructibles”.Ciencia y Salud, pág. 514. Comentaron cómo, en realidad, la belleza del día nunca había sido interrumpida. Todo el incidente era una mentira acerca de las criaturas de Dios. Aun si las avispas y él habían cometido un error, en realidad, eso nunca había sucedido en el día de Dios.

Pronto el dolor y la hinchazón desaparecieron por completo, y su corazón dejó de latir tan fuerte. Roberto fue nuevamente a la playa a recoger caracoles y a deslizarse sobre las olas. Las picaduras ya ni siquiera le daban comezón. Roberto jamás olvidó esa lección acerca de las criaturas de Dios.

Las experiencias de curaciones en los artículos del Heraldo se verifican cuidadosamente, incluso en los artículos escritos por niños o para niños.

Para explorar más contenido similar a este, lo invitamos a registrarse para recibir notificaciones semanales del Heraldo. Recibirá artículos, grabaciones de audio y anuncios directamente por WhatsApp o correo electrónico. 

Registrarse

Más en este número / noviembre de 1985

La misión del Heraldo

 “... para proclamar la actividad y disponibilidad universales de la Verdad...”

                                                                                                          Mary Baker Eddy

Saber más acerca del Heraldo y su misión.