Roberto creció en la costa marítima del extremo norte de Nueva Zelanda. Le gustaba mucho hacer largas caminatas por el morro desierto que se internaba en el Océano Pacífico entre las playas de arena dorada, y sentarse en los picos rocosos para mirar las olas que se estrellaban contra las rocas, deslizándose hacia playas más tranquilas. En verano, brillantes flores rojas de los “pohutukawa” (árboles originarios de Nueva Zelanda) y las altas plantas de lino en flor bordean las playas. En épocas pasadas, los Maoríes, que habitaban en Nueva Zelanda antes de que llegaran los europeos, hacían telas y canastas con el lino.
Una hermosa tarde de verano cerca de NavidadLos lectores recordarán que las estaciones en el hemisferio sur son exactamente opuestas a las del hemisferio norte. De modo que cuando llega la Navidad, es verano en Nueva Zelanda., Roberto fue a hacer una larga excursión por una parte del morro que aún no había explorado. El sol brillaba sobre las olas, y la tierra tenía un aroma fresco y perfumado que venía de la “manuka” (planta de Nueva Zelanda parecida a la papa). Pero a medida que él se iba acercando al lugar, la tierra era más pedregosa y resbaladiza, de modo que se hacía peligroso continuar. Roberto miró a su alrededor, buscando una ruta más segura y justo abajo de él, bordeando el acantilado, encima de las rocas vio un angosto sendero para ovejas. En el sendero había un sólido arbusto de lino. Si se deslizaba por el pedregullo, el arbusto lo sostendría y podría caminar hacia la punta del morro. Era una hermosa vista, el arbusto en flor, encaramado en el acantilado a unos seis metros sobre las rocas y las olas azules chocando contra ellas. Mientras se deslizaba para meterse en medio del arbusto, sintió una alegría por lo hermoso del día.
¡Pero le esperaba una gran sorpresa! Las flores de lino estaban llenas de avispas, que no se sintieron muy contentas ante ese personaje de gran tamaño que irrumpía contra su arbusto. Comenzaron a picarlo en la cara y en todas las partes expuestas de su cuerpo.
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