A través de la civilización, diversos sistemas han sido creados para gobernar y cuidar de la gente. Estos sistemas han estado basados en una variedad de ideologías políticas, ambición personal y demagogia, tradiciones tribales y comunales, y movimientos religiosos. Estas fuerzas han generado gobiernos que van desde las democracias representativas hasta las dictaduras personales. Una gran parte de la historia humana parece ser la historia tanto de controversias como de relaciones armoniosas entre estos diferentes gobiernos.
Si gran parte de esta historia puede ser considerada como la búsqueda humana de una forma más perfecta de gobierno, podemos contribuir a la solución mediante el desarrollo de una mayor comprensión del gobierno de Dios y confianza en ese gobierno. Su gobierno es perfecto, sin error, siempre justo. No tuvo ningún nacimiento — en el derramamiento de sangre ni en ningún otro esfuerzo humano — y no manifiesta una existencia frágil. Es eterno y siempre está en constante desarrollo. Es fuerte y benéfico. El profeta Isaías habló de su establecimiento en la tierra cuando dijo: “Lo dilatado de su imperio y la paz no tendrán límite, sobre el trono de David y sobre su reino, disponiéndolo y confirmándolo en juicio y en justicia desde ahora y para siempre”. Isa. 9:7.
La Biblia no sólo contiene la declaración sobre la ley y el gobierno de Dios, sino que narra innumerables relatos para mantenerse leal y en estricta obediencia a dicha ley. Pero la Biblia es más que el mero recuento de los intentos de los hombres y mujeres por interpretar el gobierno de Dios; sus pasajes llegan profundamente a la verdad de nuestro ser. Jeremías nos da una idea de ello cuando escribe: “Pero este es el pacto que haré con la casa de Israel:... Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón; y yo seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo”. Jer. 31:33.
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