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Jesús y la Ciencia del Cristo

Del número de noviembre de 1985 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Galileo, Newton, Darwin, Einstein; si tuviéramos que hacer una lista de los diez más grandes científicos de todos los tiempos, indudablemente que dichos nombres, que son tan conocidos, aparecerían en la lista de casi todos. Sin embargo, en la mayoría de ellas faltaría un nombre aún más conocido, Jesús de Nazaret.

Por cierto que él nunca escribió un tratado científico ni preparó un informe de laboratorio. Nunca enseñó en una gran universidad ni recibió fondos para la investigación científica. Y, sin embargo, “Jesús de Nazaret fue el hombre más científico que jamás anduvo por la tierra”, escribe la Sra. Eddy en Ciencia y Salud. Y agrega a esta fascinante declaración: “Penetraba por debajo de la superficie material de las cosas y encontraba la causa espiritual”.Ciencia y Salud, pág. 313.

Todo enfoque e investigación científicos tienen que ver, de alguna manera, con causa y efecto. El razonamiento por deducción, como se usa en las ciencias matemáticas, comienza con una causa establecida y, luego, busca los efectos lógicos que resultan de esa causa. El razonamiento por inducción, como se practica en las ciencias físicas, ve al mundo desde el punto de vista del efecto material e intenta encontrar las causas materiales de todos los efectos que se pueden observar.

Sin embargo, Jesús fue un científico en un sentido mucho más grande de lo que el mundo es capaz de comprender. Aunque su vida no estuvo dedicada a la experimentación o al examen y manipulación de fenómenos físicos, él era científico. Reconoció y probó que sólo hay una causa infinita, o Principio divino, que gobierna el universo con leyes espirituales inviolables. Poniendo en práctica su claro e inspirado entendimiento de esas leyes, sanó a los enfermos, reformó a los pecadores y resucitó a los muertos. Tales efectos son naturales cuando la causalidad espiritual — y no una hipótesis material — se aplica a la experiencia humana.

La astronomía, la biología, la química, la física, etc., expresan los esfuerzos de la humanidad, sinceros pero materiales, por entender al universo y definirlo a la vez lógica y sistemáticamente. La Ciencia del Cristo es la absoluta verdad de causa y efecto espirituales que Jesús incorporó y demostró a lo largo de su carrera terrenal. Más aún, ante esta absoluta verdad, todo conocimiento humano parcial debe ceder al hecho espiritual. Este proceso es lo que constituye la curación científica y espiritual.

Cuando la estrella de Belén apareció en los cielos para anunciar al niño nacido de una virgen, ¿acaso no se manifestó una Ciencia muy superior a la astronomía o a la biología para anunciar la llegada del niño de Belén? Cuando Jesús transformó el agua en vino en las bodas de Caná de Galilea, una Ciencia superior a la química entró en acción. Cuando caminó sobre el agua y cuando calmó la tempestad furiosa, no fue ni la física ni la metereología lo que inspiró su mandato: “Calla, enmudece”. Marcos 4:39. Cuando el Maestro sanó la hemorragia de una mujer que había gastado en médicos todo lo que tenía, sin ningún resultado, lo que el mundo denomina ciencia de la medicina cedió a la Ciencia del Espíritu. Cuando restauró al paralítico a una vida útil, Jesús aplicó las leyes de la existencia espiritual, que no se encuentran en la fisiología. Y cuando se levantó de la tumba triunfante sobre la muerte, Jesús probó irrevocablemente que todas las condiciones materiales pueden ser superadas científicamente mediante el entendimiento de la Ciencia del Cristo.

Sin embargo, la opinión humana es reacia a reconocer semejante evidencia de la actividad del Cristo como científica. En vez, prefiere revestir de misterio y misticismo la obra de la vida de Jesús. Ciencia y Salud responde a esta tendencia en estas palabras: “Las burlas a la aplicación de la palabra Ciencia al cristianismo no pueden impedir que sea científico lo que está basado en el Principio divino, lo que es demostrado de acuerdo con una regla fija divina y puesto a prueba”.Ciencia y Salud, pág. 341.

“Principio... demostrado... regla... prueba”. ¡Con cuánta claridad la Sra. Eddy capta en pocas palabras la naturaleza de la actividad científica! Desde ese punto de vista, Jesús bien merece ser designado por ella como “el hombre más científico que jamás anduvo por la tierra”. Las enseñanzas del Maestro nunca se desviaron del Principio que es la causalidad espiritual. Persistente y pacientemente guió a sus discípulos en su práctica de la “regla divina fija”. Y hoy en día, tal como lo hizo hace veinte siglos, la Ciencia del Cristo continúa dando prueba de su origen y eficacia.

El siglo veinte ha visto un vasto crecimiento del conocimiento humano basado en el estudio y la investigación. Por tanto, para muchos, Jesús y su obra parecen remotamente alejados del mundo científico de hoy, y prefieren reducir su ejemplo simplemente a una cuestión de fe. Santiago repudió tal concepto cuando escribió: “Pero alguno dirá: Tú tienes fe, y yo tengo obras. Muéstrame tu fe sin tus obras, y yo te mostraré mi fe por mis obras... ¿Mas quieres saber, hombre vano, que la fe sin obras es muerta?” Sant. 2:18, 20.

La Ciencia que Jesús vivió y practicó pone en evidencia en la experiencia humana, ahora como entonces, la presencia y el gobierno indiscutible de la Mente divina. El progreso científico — interpretado espiritualmente — es la manifestación en el pensamiento humano de conceptos más elevados, más amplios y más completos de que la Mente perpetuamente desarrolla sus propias ideas. Este desarrollo opera sin interrupción de acuerdo con la ley divina. Esto ocurre lógica, tranquila e inevitablemente. La impaciencia y ansiedad de la manera de pensar mortal, no pueden acelerar o intensificar este aparecimiento, sino que la consciencia y la agudeza espirituales lo captan.

Que estas declaraciones son demostrables y no meramente teóricas lo demuestra una experiencia que tuvimos en mi familia hace algunos años. Mientras mi esposa estaba atareada limpiando el horno, un defecto en el envase del aerosol que estaba utilizando hizo que una descarga de la corrosiva substancia química le cayera directamente en los ojos. Esto le produjo un intenso dolor y el deterioro de la vista. Como estudiantes de Ciencia Cristiana inmediatamente oramos a Dios para entender más a fondo las leyes de la causalidad espiritual que capacitaron a Jesús para sanar el deterioro de la vista. La Lección Bíblica en el Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana, esa semana, incluía la parábola de Jesús de una mujer que puso levadura “en tres medidas de harina, hasta que todo fue leudado”. Mateo 13:33. También incluía estas interesantes declaraciones de Ciencia y Salud: “Los siglos pasan, pero esa levadura de la Verdad siempre está operando. Tiene que destruir la masa entera del error y ser así eternamente glorificada en la libertad espiritual del hombre.

“En su significado espiritual, la Ciencia, la Teología y la Medicina son medios del pensamiento divino, los cuales incluyen leyes espirituales que emanan del poder y de la gracia invisibles e infinitos”.Ciencia y Salud, pág. 118.

Al meditar sobre esas declaraciones, pudimos rechazar la sugestión de que las leyes materiales de la química gobernaban la situación y que una reacción química irreversible había tenido lugar. Vimos con toda claridad que la química — si se entendía en su significado espiritual como la estructura y las relaciones de la Verdad — podía ser considerada como “medios del pensamiento divino”. Dado esto, la consecuencia lógica es que no existe ninguna ley que rija la suposición errónea de que un medio del pensamiento divino pueda deteriorar la naturaleza o esencia de la creación más elevada de Dios, es decir, el hombre. Con esa comprensión se efectuó la curación: el dolor cesó; la vista fue recuperada; y la curación ha sido permanente, sin ninguna clase de consecuencias.

Ejemplos de este tipo no ocurren aisladamente fuera de la ley científica. Son, en cambio, el resultado natural de la ley divina en perpetua acción, aquí y ahora. Jesús aplicó esta ley en su ministerio sanador y dejó a la humanidad un precioso legado de enseñanza y práctica científicas. Su prueba viviente de la Ciencia del Cristo es un ejemplo para que todos los estudiantes sinceros lo sigan. Su vida, su mensaje, su obra, son tan relevantes para el siglo veinte y para el futuro como lo fueron en el siglo primero, porque él realmente fue “el hombre más científico que jamás anduvo por la tierra”.

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