Si a usted le acabaran de decir que nunca estaría bien, ¿no se sentiría perplejo y quizás algo confundido si otra persona le dijese con firmeza y convicción: “No tiene por qué estar enfermo”? Entonces podrán comprender cómo me sentí el día en que una Científica Cristiana enjugó mis lágrimas y me alentó a mantenerme firme “contra las potestades de este mundo”, Ver Efes. 6:12. según dijo ella.
Me encontraba en una Sala de Lectura de la Ciencia Cristiana. La única razón por la que me dirigí allí fue porque necesitaba hablar con alguien. Después de haber estado manejando el automóvil durante una hora, llorando, divisé el letrero de la Sala de Lectura, y pensé que quizás encontraría allí a alguien que escuchase mis problemas. Simplemente me rehusaba a aceptar el veredicto que me acababan de dar.
Aunque no había comprendido de qué me hablaba la bibliotecaria cuando dijo: “No tiene por qué estar enferma”, me aferré a sus palabras al igual que un hombre que se está ahogando se aferraría a una cuerda. ¿Acaso era posible que existiese otra salida? De algún modo, sus palabras penetraron el entumecimiento que se estaba apoderando de mí. Un rayo de esperanza empezó a brillar a través de mis temores. Pero, ¡la siguiente declaración de la bibliotecaria fue tan sorprendente como la primera! Sus palabras, citando a San Pablo, fueron suaves pero firmes: “Por tanto, tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y habiendo acabado todo, estar firmes”. Efes. 6:13. ¿Qué tenía que ver el hecho de ponerme la armadura con mi curación? Podía ciertamente percibir que esta enfermedad constituía el mal, pero, ¿qué clase de firmeza podía asumir contra el mal? Luego, la bibliotecaria tiernamente me dijo que yo era la hija perfecta de Dios.
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