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La alegría nos necesita

Del número de febrero de 1985 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Un programa de televisión que se transmite en las primeras horas de la mañana anunció la perturbadora noticia de que habían atentado contra la vida de una figura política de fama internacional. Humildemente me torné a Dios y oré así: “Padre, ayúdame a sentir Tu presencia. Necesito Tu alegría”. Sentí la necesidad de reclamar esta cualidad de Dios que da dominio, porque las cualidades de Dios, tales como la alegría, no existen en forma abstracta; están incorporadas individualmente en el hombre. La respuesta del Padre vino instantáneamente, y me bendijo.

En ese instante, la escena de la televisión cambió, y dieron un programa en el que entrevistaban a un grupo de personas que se habían destacado en el teatro y estaban definiendo su posición como cristianos en la industria del espectáculo. Una joven actriz dijo que, para ella, Dios era una presencia que la acompañaba. El público en el estudio quiso saber qué quería decir con eso. Según recuerdo, ella dijo: “Bien, El está tán cerca de mí, que me comunico con El en todo”. Entonces continuó explicando que confiaba en Dios hasta para los pequeños detalles de la vida diaria, como en el caso de no poder encontrar un zapato. Dijo que su fe en El siempre era respondida de manera práctica y que nunca dejaba de decir: “Gracias, Dios”, desde lo más profundo de su corazón.

El sencillo relato de esta persona reavivó mi debilitada fe. Me sentí animada por el fulgor perdurable del Amor universal. Me acordé de que, a pesar de lo que los sentidos nos informan, el universo de Dios es espiritual, está gobernado en su totalidad por El con precisión y orden. Este hecho, cuando es comprendido, puede aliviar con misericordia toda aflicción mortal.

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