“Ciertamente mi pueblo son, hijos que no mienten; y fue su Salvador... Y el ángel de su faz los salvó”. Isa. 63:8, 9. Es probable que todos, en alguna ocasión, nos hayamos sentido salvados, tiernamente cuidados por nuestro celestial Padre-Madre Dios. Pero quizás aún sentimos una cierta distancia entre nosotros y Dios. Quizás nos hemos preguntado cómo podemos estar espiritualmente más cerca de El, para sentir su presencia de un modo más profundo.
Piense en los ángeles. La mayoría de la gente sabe algo acerca de ellos. Los que leen regularmente esta publicación periódica están probablemente familiarizados con muchas de las cosas que Mary Baker Eddy dice de ellos, especialmente la definición que ella da en el libro de texto de la Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens), Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras: “Angeles. Pensamientos de Dios que vienen al hombre; intuiciones espirituales, puras y perfectas; la inspiración de la bondad, de la pureza y de la inmortalidad, que contrarresta todo mal, toda sensualidad y toda mortalidad”.Ciencia y Salud, pág. 581.
Pero, ¿qué decir acerca de Su presencia? Y, ¿qué tienen que ver los ángeles con ella? Bueno, probablemente todos nos hemos preguntado acerca de la presencia de Dios, cómo sería verlo a El cara a cara, estar completamente imbuidos de Su resplandor. Y — si usted es como yo — puede haberse sentido absolutamente seguro de que nunca ha pasado por esta experiencia, que nunca ha estado delante de El para nada.
Esto no quiere decir que Dios sea un hombre enorme, con barba, que habita en el cielo. El es incorpóreo y omnipresente, Espíritu sin límites. Cristo Jesús dijo: “Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren”. Juan 4:24. Aún así, la magnitud del ser de Dios puede parecer impresionante. Quizás no estemos seguros de cuál es nuestra relación con El; tal vez, ¡hasta deseemos mantenerlo mentalmente a distancia por temor a sentirnos abrumados por Su totalidad infinita!
Los ángeles fueron la respuesta a mis preguntas acerca de la presencia de Dios. Un día, estaba estudiando el versículo de Exodo que dice: “He aquí yo envío mi Angel delante de ti para que te guarde en el camino, y te conduzca en el lugar que yo he preparado”. Ex. 23:20.
Comprendí claramente que los ángeles no son simplemente mensajeros de Dios. Son la evidencia de que Dios mismo está presente. ¿Sería posible que durante el tiempo en que había estado albergando Sus pensamientos “angelicales”, había estado, sin saberlo, verdaderamente ante la presencia de Dios?
Piénselo. Todos podemos ser cada día los anfitriones de pensamientos celestiales. Las intuiciones espirituales apacibles nos impulsan hacia el bien, nos señalan el camino correcto que debemos tomar, profundizan e inspiran nuestros esfuerzos por razonar tomando como base la verdad. Cada uno de nosotros puede experimentar esta inspiración en cierta medida, en todo momento. ¿No es acaso este ánimo espiritual una indicación de la presencia de Dios? No se trata de mostrar gran magnificencia divina, sino simplemente de impartir la dirección, el consuelo y el alimento espiritual necesarios: las tiernas persuasiones de Su amor. La “voz callada y suave” del Cristo, la Verdad, susurrando en la consciencia.
Los ángeles no son simplemente pensamientos buenos en general. Son los pensamientos de Dios que nos llegan, las ideas exactas que necesitamos en un momento determinado. No son mensajeros enviados desde un punto celestial distante, sino los mismos mensajes de Dios que están presentes con nosotros.
¿Cómo podemos incrementar lo que vemos y oímos de Dios y profundizar nuestra comprensión acerca de El? ¿Cómo podemos llegar más plenamente ante Su presencia, como a menudo nos insta el Salmista? Primero, debemos sentir el anhelo de escuchar estos mensajes angelicales, lo que a menudo implica excluir conscientemente los pensamientos, deseos, inclinaciones y atracciones mundanos que interfieren: todas las cosas que pretenden competir con nuestra atención a la Verdad o perturbarla.
Luego, necesitamos estar dispuestos a oír los mensajes angelicales — prestar atención a lo que nos dicen, tomar muy en serio sus palabras, meditar sobre ellos — y luego ponerlos en práctica. Si nuestra respuesta a estos llamados es simplemente: “¡Buena idea! Tal vez lo haga mañana”, la mitad del mensaje se ha perdido. ¡Qué importante es oír y obedecer con prontitud Sus mensajes! En realidad, nada puede ser más vital para nuestro despertar espiritual que escuchar y actuar de acuerdo con lo que Dios nos está enviando a cada momento. De ahí, las urgentes instancias que se hacen a lo largo de las Escrituras a elevarse, estar alerta, vigilar. A “inclinar” o volver nuestro oído hacia el Espíritu. ¡A discernir y actuar!
Al responder a Dios en los aparentemente pequeños y cotidianos encuentros con Sus ángeles, vemos que suceden cosas maravillosas. Al colgar el cartel de bienvenida para estos huéspedes celestiales, no debemos sorprendernos cuando comiencen a llegar los invitados en gran número, y decidan quedarse a residir en forma permanente. Descubriremos que “el ángel de Jehová acampa alrededor de los que le temen, y los defiende”. Salmo 34:7. Levantan sus tiendas, por así decirlo, se afincan y toman firmes posiciones en la consciencia. Ya establecidos, nos alertan contra las sugestiones del mal y desafían a las influencias mundanas intrusas. Se unen en la batalla toda vez que las pretensiones de pecado, enfermedad y muerte quisieran avanzar y pretender entrar agresivamente en nuestra consciencia.
Estos permanentes pregoneros de la verdad también ayudan a traernos al “lugar que yo he preparado”, al lugar espiritual que Dios mantiene seguro como la herencia eterna de Sus amados hijos e hijas: usted y yo. Esto lo hacen al enseñarnos la verdadera naturaleza de Dios y la nuestra, como el reflejo claro y preciso de Su ser. Encontramos nuestro propio lugar en Su universo totalmente bueno, en donde en este preciso instante coexistimos con nuestro Padre divino.
Al aprender más acerca de Dios, vamos despertando poco a poco al verdadero ser espiritual que, en realidad, ya poseemos. Vemos y sentimos verdaderamente Su presencia cada vez más, hasta que finalmente llegamos a conocer la totalidad de Su gloria; lo vemos o comprendemos cara a cara.
De modo que, ¡regocijémonos! Cada día — cada momento — vivimos y nos movemos ante la presencia de Dios; y con cada pensamiento bueno y angelical al que prestamos oídos, sobre el que meditamos, y conscientemente obedecemos, nos acercamos más a la comprensión de que El está en todas partes.
No te sobrevendrá mal,
ni plaga tocará tu morada.
Pues a sus ángeles mandará acerca de ti,
que te guarden en todos tus caminos.
Salmo 91:10, 11
