Una noche vi a muchos aspirantes a actores y actrices improvisar actuaciones sin tener ningún libreto. Cuando el director decía una palabra como temor, duda, derrota, libertad, triunfo, ellos representaban esa emoción o sentimiento. Las representaciones eran tan persuasivas que me inducían a sentirme triste o jubilosa, de acuerdo con la emoción transmitida. Finalmente, tuve que recordarme a mí misma que sólo estaban actuando, que los sentimientos que representaban no eran reales.
¿Cuán a menudo en la escena humana nos ha asaltado el temor, la duda, el desaliento? Tal vez nos haya embargado una sensación de derrota sin solución aparente. Estos estados depresivos de pensamiento que quisieran apoderarse de nosotros parecen muy reales. ¡Qué importante es verlos a la misma luz con la que finalmente vi las representaciones en el escenario! Así como éstas no eran sentimientos reales, tampoco el temor, la duda y el desaliento son parte real del hombre.
Es preciso despojarnos de estos estados deplorables del pensamiento y demostrar la impotencia de todo lo que parece causarlos, mediante el conocimiento de la verdad y la regeneración moral y espiritual. Quizás la carencia crónica nos haya desalentado. ¿Qué podemos hacer? Cristo Jesús nos da una respuesta: “No temáis, manada pequeña, porque a vuestro Padre le ha placido daros el reino”. Lucas 12:32. Aquí vemos que el Padre, el Amor divino, nos está bendiciendo. La consciencia de que Dios es Espíritu infinito, nuestro Padre todo bondadoso que cuida a Su idea, el hombre, es una fuente de fortaleza y tiene el efecto de reemplazar el temor por una confianza serena de que todo está bien.
Este pasaje bíblico nos asegura plenamente que a nuestro Padre, el Amor divino, le place darnos el reino, no negárnoslo. Por eso, en lugar de ser engañados por el cuadro de carencia que presenta la mente mortal, podemos estar agradecidos porque, en realidad, somos la bendita idea de un Padre que es del todo bondadoso. A medida que realmente aceptamos, mediante una vida espiritualizada y moral, el fluir perpetuo del Amor divino, nos despojamos de la creencia de que somos mortales carentes de cosas necesarias, que el bien es oscuro y está lejano. Recordemos a menudo que el hombre jamás está fuera de la totalidad del amor de Dios, nunca está excluido de Su tierno cuidado, y mediante la práctica de los preceptos cristianos comprendamos la verdad.
Tal vez el argumento de que algunos no tenemos suerte, o que somos víctimas del azar o que estamos sujetos a circunstancias más allá de nuestro gobierno nos hace sentir derrotados. La creencia en la casualidad, la suerte o la superstición quisiera convencernos de que Dios, el bien infinito, no está siempre presente y que Su gobierno del hombre está sujeto a los defectos y fábulas humanos. Es preciso que rechacemos tales creencias engañosas sobre la fuente divina de todo bien y rehusemos ser engañados por argumentos ingeniosos del pensamiento mortal. Nuestra necesidad es también vivir en armonía con la voluntad de Dios.
En el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud, la Sra. Eddy escribe: “Sed firmes en vuestra comprensión de que la Mente divina gobierna y que en la Ciencia el hombre refleja el gobierno de Dios”.Ciencia y Salud, pág. 393. A medida que aceptamos firmemente la verdad espiritual de que hay una sola Mente que está gobernando al hombre, nos despojamos de la preocupación temerosa de que hay otra mente tratando de gobernar o desgobernar. Puesto que esta inteligencia suprema es el bien infinito, su gobierno del hombre y del universo tiene que ser bueno: infalible, invariable, inmutable. El elevar el pensamiento a la contemplación de esta verdad nos libera de la incertidumbre de la creencia en la casualidad, la fortuna o la fluctuación del bien. El temor de que algún poder o fuerza demoníaca pudiera influir, obstaculizar o controlar al hombre, se desvanecerá en la proporción en que abandonemos la voluntad humana y lleguemos a conocer a Dios como el Principio divino del ser, la única causa, el único poder, el único gobernador.
Una de las causas comunes del desaliento y del derrotismo es la creencia persistente de insuficiencia, que nuestra carga es demasiado difícil de llevar y que nuestra capacidad es limitada. Tal vez insistamos en que hemos trabajado mucho y no hemos llegado a nada. La desesperanza parece apoderarse de nuestro ser. Para superar estas sugestiones mentales agresivas, necesitamos darnos cuenta de que el hombre no es un mortal desubicado. El argumento de que somos identidades físicas inadaptables, incompletas o limitadas debe ser denunciado vigorosamente por ser una mentira.
Pablo nos dice: “Vosotros estáis completos en él, que es la cabeza de todo principado y potestad”. Col. 2:10. ¡Pensemos en eso! El hombre está completo en Cristo. Es la completa idea de Dios, el bien infinito, y no carece de nada. La falta de compleción o de suficiencia pretende que el hombre es una identidad finita, separada o desconectada de la sabiduría y totalidad de Dios, el Principio divino del ser. La Ciencia Cristiana enseña que el hombre es inseparable de Dios, que es la representación espiritual de la única inteligencia suprema, y que refleja la sabiduría, la comprensión y las capacidades infinitas de la Mente divina.
A través de la oración y la cristianización del carácter podemos aceptar el hecho de que el hombre, el reflejo de Dios, no sólo es inseparable de la fuente divina de todo bien, sino que está unido a la plenitud y totalidad de su Padre-Madre. Podemos ver que cada identidad espiritual, sin excepción, es íntegra, perfecta y armoniosa, es la idea completa de un Padre generoso cuya provisión para cada uno de Sus hijos es ilimitada. El firme reconocimiento de estas verdades y el esfuerzo sincero por expresar la bondad de Dios en la vida diaria tienen el efecto de liberarnos de sentimientos de imperfección e insuficiencia.
Este hecho fue demostrado en la experiencia de una persona que enfrentó un problema grave tras otro. Cada dificultad parecía ser insuperable, y sus esfuerzos por vencerla parecían no tener efecto. El desaliento y la derrota parecían haberse apoderado de ella completamente; el temor y la duda la atacaban a cada paso. Con profunda humildad oró para ser iluminada, para tener una comprensión más clara del Cristo siempre presente, la Verdad, que ella sabía que jamás podía ser realmente oscurecida o estar fuera de alcance.
Un pasaje de la Biblia declara: “Bramaron las naciones, titubearon los reinos; dio él su voz, se derritió la tierra”. Salmo 46:6. La acción del poder de Dios, según lo muestra este versículo, no es un proceso arduo, ni requiere un período de tiempo. Ella se hizo estas preguntas: ¿está presente esa misma omnipotencia divina ahora para bendecir? ¿Puede el bramar del temor y la duda, del desaliento y la derrota, desvanecerse ahora mismo? Se dio cuenta de que el poder de Dios es por toda la eternidad y que era preciso que ella reconociese este poder más plenamente. Vio que no hay otro poder ni fuerza ni siquiera para pretender negar, desafiar o invertir el poder de Dios. Y reconoció que el hombre es el reflejo perfecto del bien infinito todopoderoso y siempre presente.
Después, encontró esta declaración en Ciencia y Salud: “Es imposible que el hombre pierda algo que es real, puesto que Dios es todo y eternamente suyo”.Ciencia y Salud, pág. 302. ¿Cómo podrían la pérdida, la carencia y la imperfección tener realmente un lugar en su vida cuando Dios es Todo y se expresa por siempre? Comprendió agradecida que ella era verdaderamente la idea de Dios; que nunca podía perder ningún elemento del bien, porque nunca podía estar separada de la fuente divina de todo el bien. Reconoció que nunca había perdido su Principio divino, Dios, su unidad con el bien siempre presente y con la ley y armonía del Principio.
Los resultados aparecieron pronto. Cada problema se resolvió armoniosamente. Pero, lo más importante, la duda, el desaliento y el sentirse derrotada desaparecieron.
Escuchemos estas alentadoras palabras de Ciencia y Salud: “Mantened perpetuamente este pensamiento: que es la idea espiritual, el Espíritu Santo y Cristo, lo que os capacita para demostrar con certeza científica la regla de la curación, basada en su Principio divino, el Amor, que está por debajo, por encima y alrededor de todo el ser verdadero”.Ibid., pág. 496.
La duda, el temor y el desaliento deben ceder ante el poder del Cristo de Dios.