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Una enseñanza, un Maestro

Del número de febrero de 1985 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Hay un solo Principio divino, Dios, y hay una sola enseñanza divina de ese Principio. Mediante Su Cristo, la Verdad, Dios se ha revelado a Sí mismo, a Sus leyes que todo lo gobiernan y a Su creación perfecta, incluso el hombre espiritual. La Biblia, y el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud por la Sra. Eddy, registran esta enseñanza y muestran cómo es aplicable para responder a las necesidades humanas.

Fundamentalmente, hay un solo Maestro también: la Mente, la Vida y el Amor divinos. Debido a que Cristo Jesús comprendía y demostraba cabalmente el Principio divino, Dios, él enseñó más eficazmente que ningún otro que el mundo haya conocido jamás. En la relación de Jesús con sus seguidores inmediatos, podemos descubrir cómo atraía el Maestro a sus discípulos y les enseñaba a su vez a enseñar. Aquel que confiaba en Dios implícitamente para cumplir con Su propia revelación dijo: “Escrito está en los profetas: Y serán todos enseñados por Dios. Así que, todo aquel que oyó al Padre, y aprendió de él, viene a mí”. Juan 6:45.

Con la Palabra de Dios revelada para que la estudiemos, y la presencia de Dios, actuando mediante Su Cristo eterno, para enseñarnos, ¿por qué necesitamos la instrucción en clase Primaria de Ciencia Cristiana? La Sra. Eddy pregunta: “¿Por qué leemos la Biblia, y luego vamos a la iglesia a escuchar su explicación? Sólo porque ambas cosas son importantes”. Y más adelante agrega: “Usted se beneficia leyendo Ciencia y Salud, pero le es muy ventajoso que la autora de esta obra lo instruya en esta Ciencia, quien la explica en detalle”.Escritos Misceláneos, pág. 35.

Si le interesa la instrucción en clase de la Sra. Eddy, puede que usted esté más cerca de esa oportunidad de lo que se da cuenta. Ella dispuso que maestros autorizados, claros en comprensión y firmes en demostración, enseñaran de la Biblia y de Ciencia y Salud, como ella enseñaba. Estos maestros, así calificados, representan la única escuela posible de Ciencia Cristiana; ellos practican y enseñan de la manera iniciada por nuestra Guía (ver Ciencia y Salud 11 2:3–5). En su Manual de La Iglesia Madre, ella protege el derecho que tiene todo alumno que recibe la instrucción en clase Primaria, de que se le enseñe la Ciencia pura y práctica contenida en Ciencia y Salud. De esta manera, uno puede asimilar el carácter de la enseñanza de la Sra. Eddy, que incluye la unidad, igualdad y pureza de la misma. En la medida en que maestros y alumnos se adhieren a las normas y al contenido expuestos en su instrucción son — al menos en espíritu — enseñados por la Sra. Eddy.

Los mismos Estatutos del Manual son pertinentes a cada maestro y a cada alumno, a cada clase y a cada asociación. Por ejemplo, cada maestro enseña del mismo texto: el capítulo “Recapitulación” de Ciencia y Salud, derivado del propio libro de clase de la Sra. Eddy (ver Man., Art. XXVII, Sec. 3, y Ciencia y Salud 465:1–3). Las elevadas normas morales y espirituales en los capítulos “La práctica de la Ciencia Cristiana” y “Enseñanza de Ciencia Cristiana” (ver especialmente Ciencia y Salud 444:35–445:20 y 455:4–18), y todo a lo largo del libro de texto y del Manual de la Iglesia, imponen imparcialmente sus exigencias indisputables. Estas normas, que exponen la acción de la ley divina, hacen que prevalezca la unidad a través de todo el sistema educativo de esta Ciencia. Sin embargo, hay una saludable diversidad de individualidad expresada entre los maestros. Por lo tanto, cada alumno debe elegir, mediante la oración, exactamente al maestro más adecuado a sus necesidades.

Bajo la protección del Estatuto del Manual (Art. XXVII, Sec. 5) que prohibe tanto el solicitar como aconsejar en favor de la instrucción en clase o en contra de ella, los miembros de La Iglesia Madre están moralmente obligados a respetar la diversidad de individualidad respetando el derecho de cada alumno a entrar en la clase Primaria libre de influencia personal. Si los futuros alumnos abrigan en su corazón sus aspiraciones y planes, y silenciosamente oran acerca de ellos, obedientemente ceden a la ley de Dios que fundamenta el Estatuto del Manual. La ley de Dios — la Ciencia divina misma — relaciona a toda la creación sabia y armoniosamente. De esta manera, el trabajo metafísico específico de una persona, mucho antes de que la clase se convoque, puede ayudar a esa persona a reclamar su libertad de la creencia de que hay muchas mentes para escuchar y obedecer las direcciones inequívocas de la Mente divina, Dios.

Las opiniones humanas puede que se sugieran a sí mismas como dudas concernientes a si uno está preparado para la instrucción en clase, o si uno la necesita. O puede que se presenten falsas sugestiones disfrazadas de temores concernientes al momento oportuno, lugar, distancia, provisión, y así por el estilo. Podemos y debemos rechazar tales sugestiones por ser ilícitas, y reemplazarlas con la verdad (ver The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany 24 1:2–9). La ley de Dios lo gobierna todo con poder soberano. Desarrolla en la consciencia todo lo que representa al Cristo, la Verdad, como uno lo percibe en la instrucción en clase y en las reuniones de asociación anuales. La función de alumno (ver Mar., Arts. XXVI y XXVII) florece perpetuamente en la vida de la persona que la valora. La prueba de ello se manifiesta en una experiencia de instrucción en clase permanente y satisfactoria, que finalmente triunfará sobre todas las sugestiones de indecisión, interferencia o imposibilidad. Esta prueba se manifiesta a medida que el futuro alumno pone en práctica lo que comprende.

Para tener la certeza sobre pasos a dar respecto a la instrucción en clase, se requiere el cultivo del sentido espiritual que es apoyado por la inagotable sustancia divina de la dirección inequívoca y provisión abundante que surge del valor persistente. La enseñanza tiene su origen en la Mente divina, y viene a la consciencia humana mediante el Cristo. El espíritu del Cristo es muy capaz de sostenernos durante todo el tiempo en que estamos esforzándonos por identificarnos con una clase en particular de un maestro en particular, y preparándonos para ella.

La individualidad verdadera de todos los maestros y de todos los alumnos es la del hombre espiritual, inseparable de su creador celestial. Este hombre perfecto — nuestra verdadera identidad — inevitablemente refleja pura y libremente a la única Mente o Espíritu que es el Principio divino. Si deseamos despertar a nuestra inseparabilidad con Dios, podemos poner en práctica ese deseo. Podemos dejar de trazar planes humanos, y obedientemente seguir la inspiración divina que recibimos a medida que oramos.

Ciencia y Salud declara una ley santa que puede ser aplicada para gobernar el establecimiento y mantenimiento de la relación entre el alumno y el maestro antes, durante e, incluso, después de la clase: “El Espíritu diversifica, clasifica e individualiza todos los pensamientos, los cuales son tan eternos como la Mente que los concibe; pero la inteligencia, existencia y continuidad de toda individualidad permanecen en Dios, que es su Principio divinamente creador”.Ciencia y Salud, pág. 513.

Mediante la ley irresistible que gobierna toda individualidad y asociación justa, la Mente infinita, el Amor inefable, responde a toda oración que se efectúa en busca de tal clasificación y progreso espirituales. Jesús dijo: “Si algo pidiereis en mi nombre, yo lo haré”. Juan 14:14. La oración a la manera del Cristo, la cual ampliamente incluye la manera de pensar y de proceder de acuerdo con los preceptos cristianos, guarda y guía todos los deseos puros de recibir las sagradas lecciones de la clase. Da impulso a la comunicación apropiada con un maestro. Entonces el solicitante sabe que no ha estado trabajando solo en sus oraciones para la ubicación apropiada. El maestro ora también para la formación y progreso de la clase.

Invirtiendo lo que parece el orden humano de las cosas, Jesús dijo: “No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros, y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca; para que todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, él os lo dé”. Juan 15:16. La elección tanto del maestro como del alumno está destinada a coincidir gozosamente cuando el Cristo, la Verdad, prepara el camino. El resultado armonioso evidencia que los móviles justos de las personas interesadas, las que desean enseñar y las que desean aprender la verdad, están, realmente, unidos indisolublemente.

Demostrando nuestro camino hacia la clase y a través de ella, no puede dejar de aumentar nuestra comprensión y práctica de la Ciencia divina, o Consolador, del que nuestro Maestro dijo: “Os enseñará todas las cosas” (Juan 14:26). El sistema de enseñanza espiritual que fluye del Consolador, establece fidelidad incondicional a la autoridad de la revelación contenida en Ciencia y Salud, y al poder de la oración. El Consolador dulcifica y fortalece así la relación entre maestro y alumno, una relación constituida no sólo para las doce preciosas lecciones de la clase, sino para el cumplimiento de la misión del maestro en el desarrollo progresivo de la “inclinación promisoria por la Ciencia Cristiana” del alumno (Man., Art. XXVI, Sec. 2; ver también Ciencia y Salud 454:26–31).

La clase no tiene el propósito de poner a un maestro o un cuaderno entre el alumno y los libros de texto o la Iglesia; su propósito es que, al acercar más al alumno tanto a los libros de texto como a la Iglesia, éste se acerque más a Dios. El maestro recurre a los libros para responder a las preguntas del alumno; en asuntos de normas, evita las opiniones humanas, dirige a sus alumnos al Manual de La Iglesia Madre y apoya a la Iglesia de Cristo, Científico. Así, mediante el ejemplo, el maestro muestra a sus alumnos dónde encontrar las respuestas por sí mismos. Así es que el maestro o la maestra gana los premios más elevados que puede desear un maestro, premios sobre los cuales escribe la Sra. Eddy: “El maestro que más hace por sus alumnos es aquel que más se despoja del orgullo y del yo, espiritualiza su propio pensamiento, y, por ende, es capaz de expulsar el error de las mentes de sus alumnos para que se llenen con la Verdad”.Esc. Mis., págs. 92–93.

En la realidad divina, la individualidad verdadera del hombre refleja la comprensión y demostración completas de las leyes de Dios, o Ciencia, y no necesita de enseñanza. Finalmente, entonces, tenemos que encontrar en nuestro propio estudio y práctica el cumplimiento de la comprensión y demostración que tan afectuosamente se nos enseñó. De manera que, paso a paso, en proporción a nuestra devoción como estudiantes y practicistas de la Ciencia Cristiana, obtenemos nuestra expresión individual del bien que hemos admirado y respetado a través de la bondad que otro ha demostrado. La única enseñanza nos dirige hacia el único Maestro.

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