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Paz cuando sentimos que no hay paz

Del número de febrero de 1985 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


La gente a través del mundo clama por paz. En naciones como Afganistán, El Salvador, o el Líbano, donde confrontaciones de fuerzas armadas dejan aflicción y desesperación; en ciudades, donde el aumento del crimen a menudo crea ansiedad; en barrios, donde prejuicios raciales o religiosos pueden causar inquietud y rencor; en hogares, donde conflictos personales atormentan a las familias: en todos estos lugares la gente está ansiosa por tener paz. Ciertamente que debe de haber una forma de encontrarla, aun cuando muchos sientan que no hay paz.

Algunas personas quizás hasta pregunten: ¿Qué es la paz? Por cierto que ella ha de incluir el deponer las armas; respetar la propiedad ajena, la individualidad y los derechos de consciencia; tener un tierno afecto entre hermanos y hermanas, padres e hijos, esposos y esposas. Pero la paz es mucho más que esto.

En su más profundo significado espiritual, la paz es una cualidad de Dios. Y el hombre real — nuestra verdadera identidad — es la semejanza pura de Dios, quien es Espíritu ilimitable, Amor infinito, la única Mente. Como reflejo del Amor divino, el hombre expresa todas las cualidades de Dios. La verdadera paz es, entonces, inherente a la verdadera naturaleza del ser del hombre. Por consiguiente, no es una mercancía que se pueda perder o quitar. La paz es un elemento que forma parte de lo que realmente somos.

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