Jesús dijo a sus discípulos que ellos eran la luz del mundo. Ver Mateo 5:14. De acuerdo con la opinión del mundo, ¡ellos no eran precisamente los mejores candidatos para ser su luz!
La sabiduría mundana sugería que, tal vez, Alejandro Magno o la civilización griega misma, habrían respondido mejor a esta descripción. O que, posiblemente, el Emperador Augusto podría haber sido llamado más adecuadamente la luz del mundo. Después de todo, el poeta Virgilio había escrito acerca de él: “Y aquí, aquí está el hombre, el prometido del cual ustedes saben — Augusto César — hijo de un dios, destinado a regir y a restaurar la era de oro...” La Eneida, Libro VI, líneas 791–793.
Pero los discípulos de Cristo Jesús fueron — y por cierto todavía son — la luz del mundo. Debido a su obediencia al Cristo, o el espíritu de Dios expresado por Jesús, llegaron a ser la luz de un mundo que se tambaleaba en las tinieblas de una supuesta vida en la materia.
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