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Hermanos de la promesa

Del número de febrero de 1985 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Jesús dijo a sus discípulos que ellos eran la luz del mundo. Ver Mateo 5:14. De acuerdo con la opinión del mundo, ¡ellos no eran precisamente los mejores candidatos para ser su luz!

La sabiduría mundana sugería que, tal vez, Alejandro Magno o la civilización griega misma, habrían respondido mejor a esta descripción. O que, posiblemente, el Emperador Augusto podría haber sido llamado más adecuadamente la luz del mundo. Después de todo, el poeta Virgilio había escrito acerca de él: “Y aquí, aquí está el hombre, el prometido del cual ustedes saben — Augusto César — hijo de un dios, destinado a regir y a restaurar la era de oro...” La Eneida, Libro VI, líneas 791–793.

Pero los discípulos de Cristo Jesús fueron — y por cierto todavía son — la luz del mundo. Debido a su obediencia al Cristo, o el espíritu de Dios expresado por Jesús, llegaron a ser la luz de un mundo que se tambaleaba en las tinieblas de una supuesta vida en la materia.

El escepticismo mundano acerca de quiénes ellos eran y de lo que eran, no los afectaba. Lo que otros pensaban de ellos, y aun sus propios temores, y la desconfianza propia que ocasionalmente se les presentaba, en realidad no los hizo desviarse. Sabían que eran de Cristo. En las palabras de Pablo, eran “hijos según la promesa”. Rom. 9:8. La inquebrantable promesa, o pacto, de Dios con aquellos que Lo buscan y Lo conocen mediante el sentido espiritual. Así es cada fiel Científico Cristiano. Y lo son todos los que verdaderamente están descubriendo el reino de Dios.

Aquellos que ven la Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens) desde un punto de vista mundano, a veces la clasifican como una pequeña secta, con pocas esperanzas de éxito permanente. Pero observadores del siglo primero que pensaban de esta misma manera, sin duda habrán llegado a una similar y a extremadamente errónea conclusión acerca de los seguidores de un desconocido maestro judío que provenía de una remota provincia.

Jesús dijo: “El que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida”. Juan 8:12. Y los seguidores de Jesús nunca dudaron de quiénes ellos eran. No pensaron de sí mismos como seguidores de una limitada agrupación humana sin importancia, sino sabían que eran de Cristo: hombres nuevos con todas las perspectivas transformadas en el amanecer de una nueva comprensión.

Esta nueva perspectiva no conduce al orgullo o al fariseísmo. En vez de ello, humilla al ego humano y bendice la humildad cristiana que espera solamente a Dios, el Espíritu.

No es de extrañarse que un mundo constituido de hipótesis de la mente mortal parezca tener tan poco lugar para prioridades y propósitos espirituales. Puede parecer un mundo lleno de poderosos medios informativos, de disciplinas autoritarias, de gente inalcanzable, y de aceleradas tendencias sin más moralidad que la que tiene una estrella fugaz.

Pero tal percepción del mundo es una percepción errónea: un concepto pasado de moda. El descubrimiento de la Ciencia Cristiana lo ha hecho obsoleto. Mary Baker Eddy dice acerca de esta Ciencia: “No es una búsqueda de sabiduría, es sabiduría: es la diestra de Dios que tiene asido al universo — todo tiempo, espacio, inmortalidad, pensamiento, extensión, causa y efecto; que constituye y gobierna toda identidad, individualidad, ley y poder”.Escritos Misceláneos, pág. 364.

El gran descubrimiento espiritual es que el mundo, como lo describe la mente mortal, literalmente no existe. Lo que realmente existe es el universo espiritual, en el cual el motivo principal, la atracción, la dinámica y la inteligencia del universo son espirituales. Por lo tanto, todo lo que es espiritual y bondadoso es valorado y está protegido en este universo gobernado por el Amor divino.

En consecuencia, es de gran ayuda recordar que no somos mortales con una mentalidad religiosa, tratando de llevar a la práctica la Ciencia Cristiana dentro de un universo material. En vez, somos renacidos en el Cristo, hermanos de la promesa porque, en cierto grado, estamos percibiendo la Verdad divina, lo que es Dios y Su todo.

Este nuevo sentido más espiritual acerca de quiénes somos, aporta a nuestra experiencia humana poder sanador, dirección u orientación exactas y extraordinarias aptitudes. Debilita y destruye la atracción rastrera del pecado, mina la creencia falsa en un poder maligno que con eficacia pueda resistir el bien. Aporta, como lo indica la Sra. Eddy, un fuerte y nuevo sentido de identidad, individualidad, ley y poder.

La mente mortal no sabe cómo pueden suceder estas cosas. Es ignorante del poder de la consciencia espiritual.

No podemos consentir en estar de acuerdo con las opiniones de la mente mortal acerca de la Ciencia Cristiana. Después de todo, nos estamos instruyendo en el poder de Dios, no en las aptitudes humanamente estimadas de personas o de grupos organizados. Y esta verdad acerca del todo de Dios no sólo está transformándonos, sino que también está transformando al mundo. A menos que esta fuerza, la más revolucionaria de todas las fuerzas, sea tomada en consideración, es imposible predecir el futuro de la religión, de la humanidad o de la Iglesia de Cristo, Científico.

La Verdad está cambiando el punto de vista que la humanidad tiene de sí misma, elevando el pensamiento a conclusiones más elevadas. Prepara a los Científicos Cristianos para comprender la Ciencia Cristiana en términos mucho más amplios; purifica los motivos, despierta más esperanzas. Y la Verdad también prepara a la humanidad para una mayor aceptación de la Ciencia Cristiana. Como lo explica la Sra. Eddy: “En esta época la tierra ayudará a la mujer; la idea espiritual será comprendida”.Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, pág. 570. Y en otra parte escribe: “Las promesas se cumplirán”.Ibid., pág. 55.

¿Qué es, entonces, lo que se exige de nosotros? Se exige fidelidad. La Sra. Eddy habló de sus expectativas para el siglo veinte. Pero las clasificó con la cláusula “si la vida de los Científicos Cristianos atestigua de su fidelidad a la Verdad...” Pulpit and Press, pág. 22.

Esta fidelidad a la Verdad abarca una profunda purificación y un desarrollo que participan de la naturaleza del Cristo. También requiere una mejor comprensión metafísica de lo que la Verdad misma está desarrollando acerca de quiénes somos y qué somos realmente como Científicos Cristianos.

¿Hemos sido engañados en creer que somos miembros de una pequeña secta, acorralada, que lucha por reconocimiento y trato justo de parte del mundo? ¡Qué liberación de pensamiento y acción emana de la comprensión de que somos impulsados conforme al Principio mismo del universo, la Verdad y el Amor divinos que sólo pueden llegar a ser más y más aparentes al anhelante corazón de la humanidad.

¡Qué inspiración y descanso emanan de la comprensión de que estamos trabajando para el bien de la humanidad, que amamos a la humanidad y que las verdades de la Ciencia Cristiana son, en realidad, profundamente amadas y perfectamente naturales para el pensamiento espiritual de la humanidad que se está despertando.

Nuestra Guía explica: “Para el sentido mortal, la Ciencia parece al comienzo velada, abstracta y oscura; pero una promesa luminosa corona su frente”.Ciencia y Salud, pág. 558. Esta promesa no es la promesa de aptitudes, influencia o poder humanos. No es la promesa de un capullo, el cual puede o no florecer; o la promesa de una nueva flor, que quizás no dure. Esta promesa trae consigo la Palabra de Dios — Su eterno pacto con aquellos de corazón contrito — desde la época de Abraham hasta la de Isaías, la de San Pablo y hasta la de hoy mismo.

Sabemos que Su promesa es que aquellos que llegan a estar humildemente conscientes de cuánto tienen que aprender del Cristo, la Verdad, y que se arrepienten de la falsa creencia de la mente mortal y del ego mortal, serán guiados, protegidos y satisfechos de un modo completamente diferente y superior a cualquier cálculo mortal. Encontrarán que la Vida es Dios.

De esta manera, la opinión del mundo de lo que es posible o razonable, se desvanece. Y lo que queda es el gran hecho de que somos hermanos de la promesa: la omnipotente promesa de Dios para el hombre.

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