Estoy muy agradecida por haber sido criada en un hogar donde se practicaba la Ciencia Cristiana, porque esta Ciencia siempre ha sido para mí una manera de vivir. Durante mi niñez y adolescencia tuve muchas ocasiones de usar esta Ciencia. Recuerdo que una de las primeras veces en que oré por mí misma, fue cuando me salieron los dientes de la segunda dentición, y éstos estaban torcidos. Uno de los dientes de arriba estaba tan torcido hacia atrás, que no se podía ver cuando yo sonreía. Por medio de la oración solamente, los dientes se enderezaron.
Cuando cursaba el tercer año de secundaria, yo era muy gruesa. Sabía que me podía poner a dieta o depender de la oración para sanar. Escogí la oración. Me di cuenta de que la obesidad era una creencia falsa que necesitaba ser sanada, y que sólo con ponerme a dieta no sanaría de esta falsa creencia.
Como en aquella época me sentía lejos de ser bonita, mis oraciones y el estudio de la Ciencia Cristiana me guiaron a la comprensión de lo que realmente es la belleza. La Sra. Eddy dice en Ciencia y Salud (págs. 247–248): “La receta para la belleza es tener menos ilusión y más Alma, retirarse de la creencia de dolor o placer en el cuerpo y refugiarse en la inmutable calma y gloriosa libertad de la armonía espiritual”. Esta declaración me sirvió de guía. Vi que la materia, es decir, la existencia mortal, es una ilusión, y que la verdadera belleza proviene del Alma, Dios. Cuando obtuve más conocimiento de que el Alma era lo que me gobernaba, me sentí confiada en que yo expresaba naturalmente belleza, armonía y gozo, cualidades que provienen del Alma.
Sí, ayuné: mentalmente. Mi ayuno fue aceptar cada día más la bondad de Dios, y de abstenerme más firmemente de ceder a la cólera, la vanidad, la depresión, la frustración, y así por el estilo.
El resultado de mi estudio fue mayor de lo que yo esperaba. Aunque perdí más de dieciocho kilos, lo más importante fue que, en el proceso, también perdí el peso de sentirme tímida e ineficaz. Y gané un concepto totalmente nuevo del hombre como idea de Dios. El peso no ha sido un problema desde esa curación.
Esas curaciones y otras me han guiado a la comprensión de que “para Dios todo es posible” (Mateo 19:26). Y como una madre, continúo confiando en el cuidado de Dios.
Cuando nuestro primer hijo estaba a punto de nacer, descubrimos que estaba en posición de nalgas. La partera profesional que me atendía, no se sintió capaz de atender el parto sin la ayuda de un médico. Mi esposo y yo oramos, y muy pronto encontramos un médico que aceptó atender el parto en su consultorio. El nacimiento ocurrió sin peligro y armoniosamente. El niño y yo estábamos bien, y pudimos regresar a nuestro hogar una hora después del alumbramiento.
El médico me dijo que todos mis hijos nacerían de nalgas. Inmediatamente negué la posibilidad de que hubiera falta de armonía en el futuro. De hecho, siempre que pensaba en la predicción del médico, oraba. Mis oraciones con frecuencia incluían esta declaración de Ciencia y Salud (págs. 470–471): “Las relaciones entre Dios y el hombre, el Principio divino y la idea divina, son indestructibles en la Ciencia; y la Ciencia no conoce ningún alejamiento de la armonía ni retorno a ella, sino mantiene que el orden divino o ley espiritual, en que Dios y todo lo que es creado por El son perfectos y eternos, ha permanecido inalterado en su historia eterna”. Gradualmente me dí cuenta de que el hombre jamás está fuera del reino de Dios. Como la armonía proviene de Dios, es suprema. Así que mi vida simplemente tenía que expresar la bondad de Dios.
Dos niños más nacieron en nuestra casa con la ayuda de la misma partera. Ambos nacimientos fueron normales, sin peligro y con alegría. Después de cada nacimiento, en una hora yo estaba en pie y en compañía de mi familia. Estoy muy agradecida por las constantes oraciones de un practicista de la Ciencia Cristiana, que trabajó con nosotros durante cada embarazo.
Cuando nuestro segundo hijo tenía alrededor de un año, estuvo gravemente enfermo por un período de varios días. Sentí un gran temor. Llamamos a un maestro de Ciencia Cristiana para que nos ayudara, y él nos aseguró que no era legítimo que este niño sufriera. Después que hablamos con él, nuestros temores se aplacaron, y nos sentimos muy confiados en que el niño sanaría a través de la oración.
Algunas declaraciones de la verdad ayudaron a traer los cambios necesarios en mi pensamiento. La frase de Ciencia y Salud (pág. 468): “No hay vida, verdad, inteligencia ni sustancia en la materia”, vino a mi mente. Razoné que, en realidad, la vida no está en la materia. La materia nunca podía decirme nada acerca de la verdadera naturaleza espiritual de nuestro hijo, quien, como hijo de Dios, expresa la vida, la verdad, la inteligencia y la sustancia de Dios. No sentí más temor del cuadro material que me enfrentaba. Vi claramente que el Padre-Madre Dios de este niño, lo amaba, alimentaba y sostenía, y que el amor de Dios nunca incluye la enfermedad.
Con este pensamiento, recordé algo que oí en una conferencia de Ciencia Cristiana. El conferenciante dijo que si tenemos temor, es porque no estamos seguros de lo que habrá de suceder en el futuro. La respuesta a esta inseguridad está en confiar más en Dios, quien es bien inmutable, Amor imperecedero y Vida eterna. Yo sabía que si dependía solamente en Dios, el bien, el resultado sólo podía ser bueno. Nuestro hijo era verdaderamente, en ese mismo momento, el hijo perfecto de Dios, y su vida consistía sólo en continua perfección.
Mi liberación del temor y mi absoluta confianza en Dios fueron el punto decisivo. El mismo día en que me sentí libre, el niño comió, gateó y muy pronto estaba normal. Había sanado por completo. Por esta curación, y por todas las otras curaciones que ha tenido nuestra familia, estoy muy agradecida.
También estoy muy agradecida por la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana, por ser miembro de una iglesia filial y haber tomado instrucción en clase de Ciencia Cristiana. Cada una de estas cosas ha fortalecido mi confianza en el poder sanador, restaurador y regenerador de Dios.
El Paso, Texas, E.U.A.
Como mi esposa, yo también me crié como Científico Cristiano, y mi familia confió en la Ciencia Cristiana para la curación. La curación de nuestro hijo, relatada en el testimonio de mi esposa, me ha hecho sentir más agradecido de que mis padres hayan dependido de la oración para la curación, y esto ciertamente ha reforzado mi confianza en Dios.
Cuando la situación de nuestro hijo parecía más grave, comencé a pensar profundamente sobre qué era necesario hacer para que el niño viviera. Mi amor por nuestro hijo, y mi determinación de que él viviera, me guiaron a reexaminar mi pensamiento sobre si deberíamos depender de la oración para la curación. Cuando la condición del niño no mostró mejoría, me pregunté: “¿Estamos haciendo todo lo mejor que podemos por nuestro hijo? ¿Debemos continuar dependiendo únicamente de la Ciencia Cristiana para su curación, o hay un punto en que sería mejor buscar ayuda médica?” Lo que me importaba era que mi hijo viviera. Tenía que estar seguro, en mi corazón, de que estábamos dando a nuestro hijo el mejor cuidado posible.
Mi respuesta vino rápidamente cuando leí una declaración de Ciencia y Salud (pág. 410). Estas palabras de la Sra. Eddy sobresalieron. Ella escribe: “Cuanto más difícil parezca la circunstancia material que deba vencer el Espíritu, tanto más fuerte debiera ser nuestra fe y tanto más puro nuestro amor”. Para mí, era como si la Sra. Eddy hubiera estado exactamente en la misma situación en que yo me encontraba, y estaba dando la instrucción exacta que se necesitaba. Vi que confiar en Dios para la curación era el curso de acción más seguro, inteligente, racional y confiable. Me di cuenta de que lo que se necesitaba en la curación era una mayor fe y un amor más puro.
Siempre estaré agradecido por esta curación, y por lo que me ha enseñado acerca de confiar en Dios para la curación.