Estoy muy agradecida por haber sido criada en un hogar donde se practicaba la Ciencia Cristiana, porque esta Ciencia siempre ha sido para mí una manera de vivir. Durante mi niñez y adolescencia tuve muchas ocasiones de usar esta Ciencia. Recuerdo que una de las primeras veces en que oré por mí misma, fue cuando me salieron los dientes de la segunda dentición, y éstos estaban torcidos. Uno de los dientes de arriba estaba tan torcido hacia atrás, que no se podía ver cuando yo sonreía. Por medio de la oración solamente, los dientes se enderezaron.
Cuando cursaba el tercer año de secundaria, yo era muy gruesa. Sabía que me podía poner a dieta o depender de la oración para sanar. Escogí la oración. Me di cuenta de que la obesidad era una creencia falsa que necesitaba ser sanada, y que sólo con ponerme a dieta no sanaría de esta falsa creencia.
Como en aquella época me sentía lejos de ser bonita, mis oraciones y el estudio de la Ciencia Cristiana me guiaron a la comprensión de lo que realmente es la belleza. La Sra. Eddy dice en Ciencia y Salud (págs. 247–248): “La receta para la belleza es tener menos ilusión y más Alma, retirarse de la creencia de dolor o placer en el cuerpo y refugiarse en la inmutable calma y gloriosa libertad de la armonía espiritual”. Esta declaración me sirvió de guía. Vi que la materia, es decir, la existencia mortal, es una ilusión, y que la verdadera belleza proviene del Alma, Dios. Cuando obtuve más conocimiento de que el Alma era lo que me gobernaba, me sentí confiada en que yo expresaba naturalmente belleza, armonía y gozo, cualidades que provienen del Alma.
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