A veces la gente enfrenta en su vida períodos cuando las cosas parecen casi irremediables. El pesar, la depresión, las pérdidas personales, la separación de un ser querido, todo esto puede pretender establecerse en nuestro corazón como un invierno verdadero. Puede parecer que hay tan poca luz y calor que la existencia parece estar rodeada de hielo.
Sin embargo, el evangelio de la gracia salvadora de Dios, como se explica en la Ciencia Cristiana, está aquí hoy en día, con las gozosas nuevas de que luz abundante y calor están siempre a nuestra disposición. Se encuentran en el Cristo — la manifestación de Dios — que abraza a los corazones humanos y ofrece el consuelo y misericordia más tiernos. Ciencia y Salud por la Sra. Eddy da la definición de “Cristo”: “La divina manifestación de Dios, la cual viene a la carne para destruir el error encarnado”.Ciencia y Salud, pág. 583. En otra parte del libro de texto de la Ciencia Cristiana se encuentra también esta explicación: “El Cristo es la verdadera idea que proclama al bien, el divino mensaje de Dios a los hombres que habla a la consciencia humana”.Ibid., pág. 332.
Ambas descripciones del Cristo nos dan un sentido de acción divina, un sentido de Dios impartiendo Su verdad a la consciencia humana para destruir el error, para elevar, iluminar, para dar gozo y propósito. El Cristo nos da el calor radiante del Amor divino, quitando la frialdad del desaliento y derritiendo el rigor de la desesperación. A través de pruebas, y por medio de victorias obtenidas mediante la oración y coronadas por el Cristo, mucha gente ha conseguido la confianza basada en la inspiración que se expresa en estas líneas del Himnario de la Ciencia Cristiana:
Si ruge la tormenta
o sufre el corazón,
mi pecho no se arredra,
pues cerca está el Señor.Himnario, N.° 148.
Cristo Jesús demostró con su ministerio sanador la acción divina de la Verdad y el Amor. La mujer que fue sorprendida en adulterio necesitaba, con seguridad, el toque redentor del Amor. ¡Qué ternura y consuelo debe haber sentido cuando Jesús la liberó de la esclavitud del pecado y no la condenó! Ver Juan 8:1–11.
También tenemos el caso del hombre junto al estanque de Betesda que había estado paralítico durante treinta y ocho años. Estaba allí esperando que lo ayudaran a descender al estanque, que se creía que tenía un efecto terapéutico “de tiempo en tiempo”. Pero siempre llegaba al agua otro antes que él. Su vida debe haberle parecido muy oscura y sin esperanza. Sin embargo, cuando Jesús vio la necesidad del hombre, el Maestro lo sanó por medio del poder de Dios. Ver Juan 5:1–15. La luz de la Verdad divina apareció y la oscuridad mental desapareció ante ella.
El mismo Cristo, la Verdad, que dio poder a Jesús, está hoy en día aquí, revelando por la Ciencia del Cristo que el hombre es, en realidad, la semejanza pura de Dios, el Espíritu perfecto. El hombre — nuestra propia identidad verdadera — es el precioso reflejo del Alma divina, el Amor sin límites. El hombre verdadero es íntegro, completo, eternamente en paz en los cálidos brazos del Padre.
Estas verdades espirituales representan la esencia de lo que hay más allá del poder maravilloso del Salvador para sanar y redimir el sufrimiento de los corazones. Y estas verdades nos ofrecen, aún ahora, el mismo consuelo sanador. Una explicación clara de la manera cristianamente científica en que Jesús curaba está en Ciencia y Salud: “En la Ciencia divina, el hombre es la imagen verdadera de Dios. La naturaleza divina se expresó de la mejor manera en Cristo Jesús, quien reflejó más exactamente a Dios a los mortales y elevó sus vidas a un nivel más alto que el que les concedían sus pobres modelos de pensamiento — pensamientos que presentaban al hombre como caído, enfermo, pecador y mortal. La comprensión, semejante a la del Cristo, del ser científico y de la curación divina, incluye un Principio perfecto y una idea perfecta — Dios perfecto y hombre perfecto — como base del pensamiento y de la demostración”.Ciencia y Salud, pág. 259.
Aun cuando nuestra experiencia humana parezca estar a veces en gran desacuerdo con la verdad espiritual, toda discordancia no es sino un concepto equivocado y mortal de la existencia. Y en medio de las tormentas o durante las frías épocas del corazón, nuestra oración humilde, al permanecer firmemente en el bien verdadero y permanente de la creación espiritual de Dios, puede abrir la puerta al Cristo salvador. Cuando el mensaje tierno de Dios — el mensaje de la Verdad — habla a la consciencia, obtenemos un deseo genuino de tener el bien, un sentimiento profundo de gratitud por ser el hijo de Dios, un concepto inspirado de una vida digna de vivirse. Y así nos regocijamos en la promesa de las Escrituras de una renovación dulce: “Porque he aquí ha pasado el invierno, se ha mudado, la lluvia se fue; se han mostrado las flores en la tierra”. Cant. 2:11, 12.