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Soy casado y tengo dos niños.

Del número de junio de 1985 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Soy casado y tengo dos niños. Con bastante anticipación antes de terminar un curso para graduados en la universidad, me preparé para el próximo paso: encontrar un empleo adecuado. Empecé por redactar una lista que incluía cosas como el tipo de trabajo que prefería hacer y en dónde nos gustaría vivir. Luego, leí un hermoso folleto sobre empleo, que compré en una Sala de Lectura de la Ciencia Cristiana. Uno de los artículos, que encontré de mucha ayuda, señalaba que no debemos tratar de usar a Dios para resolver nuestros problemas. En cambio, deberíamos usar nuestros problemas como una oportunidad para expresar a Dios. Si dejáramos de tratar de emplear a Dios para nuestros propios obstinados propósitos, pronto encontraríamos que El nos emplea para Sus propósitos.

Después de pensar en estas declaraciones, sentí que había dado demasiada importancia a la redacción de esa lista. Al hacer esto, había estado tratando de emplear a Dios para mis propios propósitos. De hecho, estaba diciendo: “Bien, Dios, esto es lo que quiero. Cuando lo tengas listo, ¡házmelo saber!” Esto era, a las claras, un planteamiento incorrecto. Así que me deshice de la lista y decidí hallar qué era lo que Dios quería que yo hiciera.

Cuando comencé a buscar trabajo, llené solicitudes aun para aquellos empleos que no parecían ser del todo adecuados a mis necesidades. Recibí una cantidad de respuestas favorables, pero finalmente todas mis solicitudes, a excepción de una, fueron rechazadas. La única que quedaba era para un trabajo muy promisorio; sin embargo, un par de semanas después de haber terminado el curso para graduados, descubrí que no había sido elegido para ese puesto.

Estábamos muy decepcionados con ese resultado. Había un alto índice de desempleo, y el panorama parecía sombrío. No tenía otras solicitudes de empleo pendientes, y después de muchos meses de solicitar trabajo, me encontré nuevamente en las mismas.

Me volví a Dios, orando con mayor diligencia, y durante esa semana, encontré de particular ayuda la Lección Bíblica en el Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana. Esta incluía referencias del Génesis, en las que se relataba cómo Agar y su hijo habían sido echados de la casa al desierto. Cuando el agua se les había agotado, y el niño se estaba muriendo de sed, Agar lo puso debajo de un arbusto y tornó su mirada, porque no podía soportar verlo morir. Pero entonces Dios le abrió los ojos a ella, y vio una fuente llena de agua. (Ver Génesis 21:9-19.)

Esta historia ilustró muy claramente para mí que, en verdad, el Amor divino cuida de nosotros en todo momento. Me di cuenta de que, ahora y aquí mismo, el Amor nos está dando todo lo que necesitamos. La escasez — sea tanto de salud como de un empleo provechoso — es una falsa creencia, puesto que Dios está siempre presente.

Como resultado de la oración, me di cuenta de que debía tener más confianza en Dios y ser constante en afirmar que Su amor es infalible y perfecto. Durante esos días de una muy fértil y recompensadora comunión con El, a través del desarrollo del sentido espiritual, me llené de confianza. No puedo recordar haberme sentido jamás tan cerca de Dios o haber estado más completamente seguro de Su presencia.

Pocos días después de haber comenzado a orar con mayor diligencia, recibí una carta en la que una firma, a la que ni siquiera había solicitado empleo, me solicitaba una entrevista. La firma supo de mí por medio de una agencia privada de empleos con la cual me había comunicado pocos meses antes. Fui a la entrevista, y, poco después, se me ofreció un trabajo, el cual acepté. Ese trabajo se adapta particularmente bien a mi experiencia y aptitudes, y el salario es generoso.

Durante mi búsqueda de empleo, hubo muchas más bendiciones de las que podría resumir en este testimonio. Estoy muy agradecido a Dios por cada una de ellas.


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