Soy casado y tengo dos niños. Con bastante anticipación antes de terminar un curso para graduados en la universidad, me preparé para el próximo paso: encontrar un empleo adecuado. Empecé por redactar una lista que incluía cosas como el tipo de trabajo que prefería hacer y en dónde nos gustaría vivir. Luego, leí un hermoso folleto sobre empleo, que compré en una Sala de Lectura de la Ciencia Cristiana. Uno de los artículos, que encontré de mucha ayuda, señalaba que no debemos tratar de usar a Dios para resolver nuestros problemas. En cambio, deberíamos usar nuestros problemas como una oportunidad para expresar a Dios. Si dejáramos de tratar de emplear a Dios para nuestros propios obstinados propósitos, pronto encontraríamos que El nos emplea para Sus propósitos.
Después de pensar en estas declaraciones, sentí que había dado demasiada importancia a la redacción de esa lista. Al hacer esto, había estado tratando de emplear a Dios para mis propios propósitos. De hecho, estaba diciendo: “Bien, Dios, esto es lo que quiero. Cuando lo tengas listo, ¡házmelo saber!” Esto era, a las claras, un planteamiento incorrecto. Así que me deshice de la lista y decidí hallar qué era lo que Dios quería que yo hiciera.
Cuando comencé a buscar trabajo, llené solicitudes aun para aquellos empleos que no parecían ser del todo adecuados a mis necesidades. Recibí una cantidad de respuestas favorables, pero finalmente todas mis solicitudes, a excepción de una, fueron rechazadas. La única que quedaba era para un trabajo muy promisorio; sin embargo, un par de semanas después de haber terminado el curso para graduados, descubrí que no había sido elegido para ese puesto.
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