A veces tenemos una experiencia que parece difícil y desagradable, pero luego nos damos cuenta de que, gracias a ella, se puso al descubierto y se destruyó tanto error, y la Verdad se hizo tan visible, que, en realidad, fue una bendición.
Una experiencia así me ayudó a comprender bien que las lesiones y las enfermedades son sólo cuadros mentales oscuros de creencias, sugestiones mesméricas, que la Ciencia Cristiana destruye al presentar la realidad espiritual: un Padre perfecto y universal, que es Mente, y Sus hijos inmortales y perfectos, Su imagen misma y expresión. El apóstol Juan dice de este bondadoso Padre: “Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en él”. 1 Juan 1:5.
Un miércoles por la tarde, cuando iba a la filial de la Iglesia de Cristo, Científico, que queda cerca de mi casa, me di un fuerte golpe al caerme. Cuando recobré el sentido, me sentía mareada y entumecida, y no podía ver con uno de los ojos. Pero sentí a Dios muy cerca de mí. Sabía que El no había cambiado en estos últimos instantes, y, en realidad, tampoco lo había hecho yo por ser Su reflejo. Supe con firmeza que no hay lapso en la armonía que el Principio divino mantiene.
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