Después de haber enseñado, durante varios años, a estudiantes mayores en una Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana, se me pidió que enseñara en la clase de niños de ocho años de edad. Esto fue bastante inesperado, y reaccioné negativamente. Acudí a un amigo, el cual era un Científico Cristiano experimentado, y le dije con cierta desesperación: “Me pidieron que enseñara a niños de ocho años. Mi enseñanza ha estado orientada hacia la clase de los mayores. ¿Qué debo hacer?”
Hubo un largo silencio del otro lado de la línea. Luego escuché: “Si no puedes explicar la Ciencia Cristiana a un niño de ocho años, es porque tú mismo no la has comprendido”.
Me quedé sorprendido. Esperaba un consejo bondadoso, pero esta reprimenda fue el mejor consejo que pude haber recibido. Me volví totalmente a Dios en oración con un “Gracias, Dios mío, por esta oportunidad de servirte”. Estoy seguro de que yo aprendí más de esos niños de ocho años, que lo que yo les enseñé.
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