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En los primeros años de mi estudio de Ciencia Cristiana*, aprendí...

Del número de junio de 1985 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


En los primeros años de mi estudio de Ciencia Cristiana Christian Science (crischan sáiens), aprendí una lección muy importante. Todavía no era miembro de una filial de la Iglesia de Cristo, Científico, pero estudiaba regularmente las Lecciones Bíblicas delineadas en el Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana. En ese entonces, tenía una póliza vitalicia de seguro médico incancelable, de la cual dependía en gran manera. Sin embargo, luego comprendí que este sentido de seguridad era erróneo.

En cierta oportunidad, mi salud comenzó a decaer, y no pude trabajar. Ciertos miembros de mi familia se preocuparon por el rápido deterioro de mi condición física y me persuadieron para que visitara a un médico. Más adelante, me pusieron bajo estricto cuidado médico, y se nos aconsejó a mi esposa y a mí que nos mudáramos de la ciudad a una población vecina cerca de la playa. Siguieron meses de dietas severas y tratamientos médicos, pero mi salud no mejoraba. Por el contrario, me sentía cada vez peor; continuaba perdiendo peso, me sentía muy débil y pasaba la mayor parte del tiempo en la cama.

Luego, pasé por uno de los momentos de mayor temor en mi vida. Una noche, me encontraba físicamente imposibilitado para comer, ni siquiera podía levantar la cuchara para llevarla a la boca, y tuvieron que ayudarme para volver a la cama. Me sentía desalentado, sin esperanzas, con el temor de que había llegado el fin. Mi esposa se alarmó y llamó al médico, pero él dijo que no podía venir a causa de la distancia. Entonces, mi querida esposa, en su desesperación, me preguntó si quería que llamara a un practicista de la Ciencia Cristiana. Le respondí que sí. Pero no teníamos ningún ejemplar del The Christian Science Journal (y su lista de practicistas), ni tampoco teníamos el nombre de ningún practicista. La única persona que conocíamos en la zona era la agente de bienes raíces, cuya oficina estaba cerca de nuestro departamento. De manera que mi esposa llamó a esta señora y le preguntó si conocía a algún practicista de la Ciencia Cristiana, y añadió que era importante que nos pusiéramos en comunicación con uno inmediatamente. Ella contestó: “Lo siento mucho, pero no conozco a ninguno”. Pero luego añadió: “Espere un momento. En este momento está llegando una señora que creo que es una practicista de la Ciencia Cristiana”. Efectivamente lo era, y pronto estuvo al lado de mi cama.

La Biblia nos asegura: “Y antes que clamen, responderé yo” (Isaías 65:24). Esta practicista fue la respuesta a nuestro llamado, y me dio lo que yo más necesitaba en ese momento: las preciosas verdades sanadoras de la Ciencia Cristiana. No recuerdo todo lo que la practicista me dijo, pero recuerdo claramente que me dijo que debía escoger entre la medicina material y la Ciencia Cristiana; que no era posible trabajar partiendo de dos bases opuestas al mismo tiempo.

Mary Baker Eddy afirma en el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras (pág. 167): “Sólo por medio de una confianza radical en la Verdad puede realizarse el poder científico de la curación”. La elección era muy clara. Desde ese momento, sin reserva alguna, confié con todo mi corazón en el cuidado de Dios solamente. Cristo Jesús nos enseñó: “Para Dios todo es posible” (Mateo 19:26).

Antes de que la practicista se fuera, me sentí despierto y alerta, y completamente rejuvenecido. De inmediato me deshice de todas las píldoras y medicamentos que me habían recetado. Luego me vestí y comí una cena sustanciosa, sin el menor temor. Como era miércoles, mi esposa y yo fuimos a la reunión semanal de testimonios en la iglesia filial de la comunidad, que se encontraba a una cuadra de distancia. Después del culto, nos encontramos allí con la practicista, quien nos dijo que esperaba vernos allí esa noche. Todos nos regocijamos en el amor infalible de Dios y en el poder sanador de Su Cristo.

En el capítulo “La práctica de la Ciencia Cristiana” en Ciencia y Salud, la Sra. Eddy escribe (pág. 425): “Corregid la creencia material con la comprensión espiritual, y el Espíritu os formará de nuevo. Jamás volveréis a tener otro temor que no sea el de ofender a Dios, y jamás creeréis que el corazón o cualquier otra parte del cuerpo os pueda destruir”. Siento una profunda gratitud por el constante apoyo de mi esposa durante ese tiempo de prueba, y por la dedicación de la practicista, quien estaba, en cierto sentido, en camino a mi cabecera aun antes de que la llamáramos.

Sabía que me había curado; que estaba libre de un falso sentido de seguridad en la materia, que incluía confianza en los médicos y en los medicamentos e, incluso, en la póliza de seguro médico, la cual cancelé voluntariamente a la semana siguiente de la curación. La verdadera seguridad emana de Dios. Los medicamentos sólo tienen un poder imaginario y, por consiguiente, no son un sustituto del poder sanador de Dios. La Sra. Eddy nos recuerda en la página 228 de nuestro libro de texto: “No existe poder aparte de Dios. La omnipotencia tiene todo el poder, y reconocer cualquier otro poder es deshonrar a Dios”.

Ahora tenemos en nuestra familia tres generaciones de Científicos Cristianos que confían en Dios de todo corazón. En los últimos cuarenta años, nuestra familia ha experimentado muchas curaciones; algunas han sido instantáneas y otras han ocurrido más lentamente; muchas han llegado por medio de nuestras oraciones, y otras, por medio de la oración de bondadosos practicistas.

Cuando íbamos en un viaje de negocios hace unos años, tuve que llamar a un practicista después de media noche, desde una ciudad lejana. Desde hacía algún tiempo había estado sufriendo de un doloroso desorden estomacal, y, esa noche, me desperté con una gran molestia. Le dije a la practicista que el dolor era tan agudo que me parecía imposible soportarlo. Ella me respondió calmadamente que yo sabía quién yo era en realidad, que yo representaba al Cristo; que expresaba al Cristo. Me dijo que simplemente me aferrara a la verdad y que ella comenzaría a orar por mí inmediatamente.

Regresé a la cama, y, al poco tiempo, me sentí impulsado a ir al baño, en donde expulsé un objeto bastante grande. Esta curación ha sido permanente; un caso claro de cirugía mental por medio de la aplicación de la Ciencia Cristiana.

Mi confianza en la Ciencia Cristiana también ha sido indispensable en la administración de un negocio de familia. Aprendí en la Ciencia a confiar en la sabiduría de Dios y a seguir su guía infalible. Después de tomar instrucción en clase de la Ciencia Cristiana, mi maestro me explicó que, al servir de verdad a nuestros clientes, estamos en efecto “en los negocios de nuestro padre”, sirviéndole a El, y que, por consiguiente, nuestras necesidades son satisfechas. Hemos podido comprobar esto. Desde que comenzamos a trabajar en la Ciencia con respecto a nuestro negocio, hemos recibido abundante provisión de todo lo que hemos necesitado. Nunca más volvimos a carecer de nada, tanto en el aspecto financiero como en cualquier otro aspecto.

Aun cuando nuestro negocio, que era un supermercado, estaba ubicado en una ciudad que era notoria por sus juegos de azar legalizados, estábamos persuadidos de que confiar nuestro progreso a la posesión de máquinas tragamonedas o a la venta de bebidas alcohólicas, no estaba de acuerdo con el Principio; y prosperamos sin ninguna de las dos cosas.

Estas primeras experiencias en la Ciencia Cristiana causaron un impacto perdurable en mi progreso espiritual. Estoy muy agradecido por cada uno de los aspectos de la Ciencia Cristiana, y, también, a nuestro Padre-Madre Dios, cuyo gran amor hizo posible todas estas curaciones.

Divina voluntad,
impulsas mi obrar;
de Dios, la gloria y el poder,
que alientan mi labor.

[Himnario de la Ciencia Cristiana, N. 354]

Realmente, mi copa está rebosando.


Fui testigo de las curaciones que mi esposo menciona más arriba, y deseo expresar mi gratitud por la Ciencia Cristiana. Ella es nuestra manera de vivir, y tratamos de practicar esta religión cada día. Sé en lo profundo de mi corazón que cualquiera que lo desee puede experimentar los beneficios que la Ciencia Cristiana trae por medio de la confianza en el único Dios maravilloso, que a todos nos ama.

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