Para desarrollar la habilidad para curar por medio de la Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens), es esencial comprender claramente puntos metafísicos importantes. Uno de esos puntos concierne a la pregunta: “¿Es el temor la causa de la enfermedad y el malestar?”
Mary Baker Eddy dice muy claramente que sí. En Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, escribe: “La causa promotora y base de toda enfermedad es el temor, la ignorancia o el pecado”.Ciencia y Salud, pág. 411. Si de todos sus escritos tomamos esa sola referencia en cuanto al tema, podríamos suponer equivocadamente que la enfermedad tiene una causa mental verdadera y permanente, cuando, en realidad, jamás hay una causa verdadera para la enfermedad.
Cuando proseguimos con el tema estudiando todo lo que la Sra. Eddy escribe sobre el mismo, vemos que el temor no es la causa verdadera de nada. Al escribir acerca de la naturaleza de la causa, dice: “La Mente inmortal es la única causa; por consiguiente, la enfermedad no es ni causa ni efecto”.Ibid., pág. 415. Más adelante en Ciencia y Salud, leemos: “Ni la enfermedad misma ni el pecado ni el temor tienen poder para causar una enfermedad o una recaída”.Ibid., pág. 419.
Las citas en los párrafos segundo y tercero pueden parecer, al comienzo, contradictorias, pero un estudio más cuidadoso aclara que cada una de ellas revela verdades básicas que necesitamos para la curación. La primera cita: “La causa promotora y base de toda enfermedad es el temor, la ignorancia o el pecado”, indica que el aparente origen de la enfermedad está en las actitudes de pensamiento que no se originan en Dios. Contradice la teoría, aún generalmente aceptada, de que la causa de la enfermedad surge fundamentalmente de las condiciones físicas de la materia misma: alguna inarmonía orgánica o funcional del cuerpo o cerebro materiales.
No obstante, la revelación de la Ciencia Cristiana presenta a la atención de la humanidad el hecho de que la materia no tiene inteligencia para gobernar nuestra experiencia. Las aparentes condiciones químicas, eléctricas y orgánicas del cuerpo no son inteligentes, pues la inteligencia no es una propiedad de la materia inerte, por más que la la humanidad crea que es así. La inteligencia pertenece solamente a la Mente, Dios; jamás es expresada en los elementos materiales o por medio de ellos, sino totalmente por medio de las ideas espirituales de la Mente.
El comprender que la causa aparente de la enfermedad no es física, es un paso hacia su curación. Esta comprensión elimina la creencia misma de que la vida y la inteligencia están reguladas por la materia misma. Nos muestra que la manera de pensar materialista es la única responsable de la enfermedad: actitudes tales como el “temor, la ignorancia o el pecado”.
Algunos médicos y siquíatras ahora reconocen que las actitudes del pensamiento parecen causar muchas dificultades físicas y que se manifiestan a sí mismas como tales. Pero eso no da respuesta a la pregunta acerca de qué es esa mente que parece tener tal poder y dónde está esa mente. Necesitamos la revelación de la Ciencia Cristiana para resolver el desafío de la enfermedad. Esta Ciencia explica que no hay mente que cause la enfermedad, pues la única Mente es Dios, el bien. La Mente es Espíritu. La Mente no es una condición química del cerebro material, pues lo físico no tiene inteligencia. Tampoco es la Mente una mente o alma etérea en el cuerpo que, de alguna manera, nos gobierna por su propia cuenta. La Mente es Dios únicamente. Esta Mente divina es nuestra Mente una y única, puesto que cada uno de nosotros es, en realidad, la idea de Dios, Su expresión espiritual, el hombre.
La Ciencia Cristiana jamás ignora la enfermedad o dice: “Todo está en tu mente”. Puesto que Dios es la única Mente, la Ciencia nos enseña a demostrar la perfección de la Mente divina como nuestra Mente. Aprendemos que es necesario reemplazar el temor, mediante la oración y el estudio, con una amable confianza en la bondad de Dios; reemplazar la ignorancia con la comprensión espiritual del completo gobierno de Dios de Su creación. Y así vemos que el pecado tiene que ser destruido totalmente mediante nuestra expresión de móviles y actos purificados.
A medida que empezamos a comprender estos puntos, aprendemos a resolver inteligentemente la cuestión de si el temor causa la enfermedad. Vemos que el temor no es una realidad autoconstituida. No hay temor en la Mente divina, Dios, la fuente de nuestros pensamientos verdaderos. Cuando la Sra. Eddy señaló que el temor y otras actitudes perturbadoras del pensamiento causan la enfermedad, simplemente estaba mostrándonos que la enfermedad en la experiencia humana es totalmente mental y que de ninguna manera es física. Pero para curar la enfermedad tenemos que razonar aún más, como lo hizo ella, y comprender que, en realidad, la enfermedad tampoco es mental, porque no es una condición de la Mente, Dios. En realidad, la enfermedad no es ni física ni mental, ni es causada por una condición física o mental. Es completamente inexistente en la Mente que es Dios. Por consiguiente, es inexistente en nuestro ser verdadero como reflejo de la Mente.
Esta es la posición que tenemos que adoptar si hemos de curar completamente las dificultades que parecen ser causadas por el temor. Una y otra vez en toda la Biblia está el mandato de Dios: “No temáis”. El profeta hebreo oyó la Palabra de Dios: “No temáis, ni os amedrentéis; ¿no te lo hice oir desde la antigüedad, y te lo dije? Luego vosotros sois mis testigos. No hay Dios sino yo. No hay Fuerte; no conozco ninguno”. Isa. 44:8.
Si nos sentimos tentados por el temor y nos preocupamos de que el temor que sentimos puede ser la causa de la creencia en la enfermedad o intensificar tal creencia, es alentador considerar la declaración de la Sra. Eddy en Retrospección e Introspección: “La Ciencia dice al temor: ‘Tú eres la causa de toda enfermedad; pero eres una falsedad autoconstituida — eres oscuridad, nada. Estás sin “esperanza y sin Dios en el mundo”. No existes y no tienes derecho de existir, porque “el perfecto Amor echa fuera el temor” ’ ”.Ret., pág. 61.
Nuestro remedio es siempre la comprensión del perfecto Amor, el Amor divino. Dios, el Amor divino, es la única causa, la única Mente. No hay actitudes de temor, de ignorancia o de pecado en el Amor divino, y ninguna en el reflejo del Amor, nuestra verdadera y única identidad. Todo lo que el Amor crea, o de lo que está consciente, es la eterna e invariable armonía de su propia creación. Y el Amor divino, que es creador de todo, indefectiblemente mantiene y sostiene a la creación en armonía espiritual.
Cuando Cristo Jesús oyó que la hija de Jairo había muerto antes que él pudiera llegar a la casa de ella, las palabras tranquilizadoras de Jesús a Jairo fueron: “No temas; cree solamente, y será salva”. Lucas 8:50. Y fue resucitada. Es natural no ser temeroso, porque el hombre de Dios no es ni puede ser temeroso. En la perfecta creación de Dios no hay nada que temer, porque Dios, el Amor divino, es Todo-en-todo.
La obra sanadora de Jesús era instantánea y eficaz, porque él no sólo sabía que Dios es la única causa, sino que también demostró, por la manera en que vivía su vida, que Dios es la única causa. Jesús era intrépido porque comprendía que Dios es Amor, y sus pensamientos estaban llenos de amor. Jesús no ignoraba la bondad de Dios, ni se sometió en ninguna forma a la creencia de pecado. Su vida era un ejemplo viviente de la verdad de que el temor, la ignorancia y el pecado son fraudulentos, y que la aparente presencia de éstos se somete a la Vida, la Verdad y al Amor.
Esta misma comprensión espiritual propia del Cristo, y la demostración verdadera de que Dios es la única Mente del hombre, pueden empezar ahora a gobernar todo lo que pensemos y hagamos. Entonces el Cristo, la Verdad, llenará cada vez más nuestra vida con la armonía que la Mente divina siempre está expresando en su propia creación.
El temor no es una causa verdadera. No es un pensamiento verdadero; no viene de ningún lugar ni puede hacernos nada. De modo que, si somos tentados por sugestiones de temor, tenemos el derecho de negarnos a ser perturbados. Dios mantiene eternamente a Su propia creación en armonía. Nuestra responsabilidad es reconocer la impotencia del temor debido a su nulidad absoluta y rechazarlo terminantemente. Entonces, a medida que continuemos con nuestras oraciones, nuestro estudio, nuestro tratamiento metafísico y nuestra afectuosa demostración de la manera de vivir propia del Cristo, se efectuará la curación. En realidad el temor jamás causa la enfermedad, ni puede impedir la curación.
Cuando la comprensión y la demostración del Amor divino gobiernen nuestra vida, el temor y sus llamados efectos tendrán que desaparecer.
