Hace más de un año, mientras llevaba un recipiente con líquido caliente, tropecé en la escalera. Al caerme, no sólo me quemé el brazo izquierdo y el pecho, sino que me golpeé fuertemente las costillas. Cuando me movía sentía gran incomodidad.
Oré durante varios días, y no le dije a nadie en la familia lo que había sucedido. (No había nadie en casa cuando sucedió este incidente.)
Un día, mi hija me tocó el brazo afectado. Debo de haber hecho algún gesto, porque me preguntó qué me había pasado, y le conté lo sucedido. Las dos pensamos que era prudente llamar a un practicista de la Ciencia Cristiana, quien accedió a orar por mí. Sus declaraciones, en las que me aseguró que el hombre de Dios no puede haberse caído ni lastimado, además de su clara percepción al ver la absoluta irrealidad en esta creencia de accidentes, me ayudaron y confortaron.
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