En la parábola del hijo pródigo, Ver Lucas 15:11–32. Cristo Jesús le dio al mundo un nuevo enfoque de lo que es el linaje verdadero del hombre. Cuando el hijo pródigo regresó a su hogar, su padre le dio un vestido, un anillo y calzado, símbolos de su lugar en la casa de su padre y de ser digno hijo de su padre. Cuando el hijo dijo que no lo merecía, el padre no respondió, sino que simplemente ordenó a sus siervos que trajeran esos regalos de honor. Se podría decir que para Dios no hay nadie que no merezca Su amor. El no tiene hijos que no sean merecedores de este amor. Todos son amados.
Quien sienta que ha sido el hijo rechazado y no amado, puede retractarse de esta sugestión y regresar a su verdadero Padre-Madre y ponerse el vestido, el anillo y el calzado que simbolizan su filiación y dignidad espirituales, comprendiendo su identidad como hijo espiritual del único Dios. Dios constantemente sabe y ama, por lo tanto, aprecia a Su creación. Podemos participar de este aprecio y reconocimiento al abandonar conceptos erróneos y al comprender y expresar nuestra relación con el único Dios omnipresente.
La escritora se dio cuenta de que recuerdos desagradables de un pasado infeliz podrían sanarse al aprender más sobre la relación del hombre con Dios, como lo enseña la Ciencia Cristiana. Ella anhelaba sanar un problema de exceso de peso a través de la Ciencia Cristiana, porque quería la curación permanente que el crecimiento espiritual trae. Ella sabía que la dieta y el ejercicio podrían ayudarla sólo temporalmente. Un día, cuando estaba orando, se preguntó: “¿Cuál es la carga que llevo encima?” y rápidamente respondió: “Una niñez de privaciones”. Debido al divorcio y la enfermedad de sus padres, muchos años atrás, fue necesario que otros la criaran. Se sintió que no era amada, que estaba desamparada y que era rechazada. Después de mucha oración para aprender más acerca de su naturaleza verdadera como hija de Dios, ella encontró alivio en la promesa bíblica: “Y os restituiré los años que comió la oruga”. Joel 2:25. Entonces ella se dio cuenta de que, así como no podía regresar a su niñez, tampoco podía continuar buscando a un adulto que hiciera por ella lo que no se había logrado en el pasado. Y las cualidades espirituales nunca pueden perderse. Comprendió que anhelaba personas en vez de cualidades.
Cuando se liberó de la pretensión de la mente mortal de que dos padres biológicos eran necesarios para una existencia feliz, necesarios para satisfacer las necesidades humanas, su consciencia se llenó de recuerdos de pruebas del cuidado del Amor divino que ella había tenido a través de todos esos años. Cuando había necesitado guía, la sabiduría estuvo presente para guiarla; cuando la crisis la amenazó, la honradez la rescató; cuando la oportunidad se presentó, la provisión llegó de fuentes inesperadas para ayudarla a que aprovechara esa oportunidad. Al pensar en ello, pudo ver que cualquiera que hubiese sido el desafío, ella había tenido la necesaria cualidad moral o espiritual para satisfacer las exigencias. Esto era prueba de que Dios siempre había estado con ella, cuidándola. ¡Cuán amada se sintió cuando comenzó a apreciar su relación con su Padre y Madre! Sintió que había demostrado algo de la promesa en el Apocalipsis: “El que venciere heredará todas las cosas, y yo seré su Dios, y él será mi hijo”. Apoc. 21:7. Un efecto secundario de esta curación fue que, pocos meses después, ella podía usar vestidos cinco tallas más pequeñas.
El hecho de que tenemos un Padre divino, quien a la vez es Padre y Madre, reemplaza las limitaciones impuestas por las creencias en padres materiales e historia mortal, y trae curación a quienes sienten que han tenido una niñez infeliz o de privaciones. La Sra. Eddy dice en Ciencia y salud: “El Amor, el Principio divino, es el Padre y la Madre del universo, incluso el hombre”.Ciencia y Salud, pág. 256. Cuando aprendemos a apreciar y a reconocer nuestra relación con nuestro Padre-Madre celestial, adquirimos un entendimiento de nosotros mismos como hijos de Dios, siempre perfectamente cuidados y amados, y nuestro diario vivir se convierte en una experiencia más bendecida.
Precisamente donde parece que un mortal nos ha fallado, Dios y Sus cualidades estaban allí, aun cuando no las reconocimos en ese momento. Al dejar de buscar a personas que satisfagan nuestras necesidades, y al afirmar la presencia de Dios, veremos que somos los hijos espirituales y amados de Dios y que El siempre nos ha cuidado al proveernos espiritualmente con cualquier cualidad que sea necesaria. Cuando estemos dispuestos a reconocer que estas cualidades espirituales fueron expresadas en nuestro pasado, nos habremos demostrado a nosotros mismos que El ha sido un Padre siempre presente. Cuando entendamos que estas cualidades estaban allí, aunque lo supiéramos o no, la curación se efectúa.
Como la Sra. Eddy escribe: “Estando el hombre real unido a su Hacedor por medio de la Ciencia, los mortales sólo tienen que apartarse del pecado y perder de vista la entidad mortal, para encontrar al Cristo, al hombre verdadero y su relación con Dios, y para reconocer la filiación divina”. Ibid., pág. 316. Cuando aceptamos y actuamos desde la base de una sola realidad — el amor eterno de Dios por el hombre — nos sentimos amados en vez de despreciados, apreciados en vez de rechazados, y nunca indignos, sino siempre necesarios.