En el Antiguo Testamento, encontramos a muchos hombres y mujeres de gran valentía y elevada espiritualidad. José y Moisés están entre ellos. Esos dos personajes notables, a quienes conocemos a través de relatos bíblicos, amaban a Dios y se esforzaban por obedecerlo. Sin embargo, como seres humanos, que percibieron la bondad de Dios de acuerdo con su comprensión individual, tuvieron experiencias muy distintas al obedecer y probar la ley de Dios.
La forma en que cada uno de ellos demostró que la bondad de Dios provee abundantemente a la humanidad para satisfacer cada necesidad de la vida, da ejemplo de esto. Cuando José percibió espiritualmente, mediante la interpretación del extraño sueño de Faraón, que, después de siete años de buena cosecha, Egipto atravesaría siete años de aguda escasez, hizo algo práctico. Recomendó a Faraón que designara a alguien para que se encargara de guardar provisiones para el futuro. Según la Biblia, dijo a Faraón: “Y junten toda la provisión de estos buenos años que vienen, y recojan el trigo bajo la mano de Faraón para mantenimiento de las ciudades; y guárdenlo”. (Ver todo el capítulo 41 del Génesis, especialmente el versículo 35.) Faraón aceptó la recomendación, puso a José mismo a cargo de recolectar y almacenar el alimento y, en consecuencia, Egipto sobrevivió el hambre.
La experiencia de Moisés fue completamente distinta. Fue el responsable de guiar a los hijos de Israel a salvo a través de sus cuarenta años en el desierto antes de llegar a la Tierra Prometida de Canaán. Virtualmente no se previó nada para este viaje. Dios instruyó específicamente a Moisés que dijera a los hijos de Israel que todos los días debían recoger su alimento del pan y de las codornices que encontraran sobre el suelo diariamente. Y siempre tuvieron el alimento que necesitaban, hasta una cantidad extra para guardar para el día de reposo cada semana. La Biblia nos dice de esta experiencia extraordinaria: “Así comieron los hijos de Israel maná cuarenta años, hasta que llegaron a tierra habitada; maná comieron hasta que llegaron a los límites de la tierra de Canaán”. (Ver Exodo, todo el capítulo 16, especialmente el versículo 35.)
Sin duda, estas dos experiencias nos muestran, en cierta medida, infinitas maneras en que la bondad de Dios puede expresarse en nuestra vida. El Principio divino, el Amor mismo, está siempre disponible, siempre presente para ser demostrado, pero no podemos delinear la manera en que cada persona será guiada en esa demostración. José fue guiado por Dios a guardar provisiones para el futuro. Moisés confió en que Dios proveería diariamente lo que los israelitas iban a necesitar. Decir que una de estas maneras es mejor que la otra, sería falsear la naturaleza infinita del Principio.
El sentido humano limitado de la vida exige que el Espíritu infinito sea definido de acuerdo con los lineamientos de los mortales y restringido por ellos. Siempre quisiera intentar despreciar la demostración del Principio divino que se manifiesta en la experiencia de alguien. Si un individuo se siente guiado por Dios a guardar para el futuro, la opinión humana sugeriría que él no confía en que Dios es la fuente de su provisión. A la inversa, si otra persona tiene un sentido claro de que puede confiar en la continua provisión diaria de Dios, se le insinuaría que no está expresando sabiduría. Pero estas opiniones mortales, ¿no son un intento de negar el cuidado eterno, inalterado, que Dios tiene del hombre?
No podemos hacer juicios sobre cómo otros demuestran el amor de Dios, porque cada demostración ilustra Su bondad inmutable. En Escritos Misceláneos, la Sra. Eddy hace resaltar este hecho con claridad, cuando declara: “Dios es semejante a Sí mismo y a nada más. El es universal y primordial. Su carácter no admite grados de comparación. Dios no es parte, sino el todo”.Esc. Mis., pág. 102.
Toda demostración verdadera de la bondad de Dios es una indicación de Su totalidad y plenitud, una totalidad que no puede ser separada en partes, porque es una unidad infinita, indivisible. Lo que estamos buscando en la demostración, es la convicción de esa totalidad, la comprensión espiritual de que se puede confiar en el Amor divino en toda circunstancia, tanto ahora como en el futuro.
A medida que aprendemos esto, percibimos que el modo de demostrar el Principio divino es obedecer la reglas del Principio. Seguir las reglas de Dios, ser justos, honestos, prudentes y confiar en El implícitamente son algunas de las formas de obedecer Sus leyes, que son la constante expresión de Su gracia. La Sra. Eddy habla de estas reglas espirituales que están siempre a nuestro alcance y que son espiritualmente impelidas. Ella escribe en Ciencia y Salud: “Del infinito Uno en la Ciencia Cristiana, procede un solo Principio y su idea infinita, y con esa infinitud vienen reglas y leyes espirituales y su demostración, que, como el gran Dador, son las mismas ‘ayer, y hoy, y por los siglos’;...”Ciencia y Salud, pág. 112.
Ya sea que lo hayan comprendido así o no, tanto José como Moisés siguieron las reglas que demuestran el Principio divino: José, al utilizar la sabiduría que Dios otorga al hombre; y Moisés, al confiar absolutamente en la provisión de Dios, que es inmediata y continua. Su obediencia no solamente los puso a ellos directamente en armonía con el sustento siempre presente de la Vida, sino a todos aquellos de quienes ellos eran responsables. El Principio divino es Vida.
Del mismo modo que esos dos hombres que amaban a Dios probaron que Dios, como Vida, es la fuente misma del ser del hombre, nosotros también podemos demostrar la abundancia inagotable que Dios decreta para Sus hijos. La Ciencia Cristiana demuestra que nuestra verdadera identidad es la del hombre espiritual que Dios creó, el hombre a quien la Vida divina forma y mantiene.
En realidad, jamás podemos estar separados de la infinitud, puesto que nuestra verdadera naturaleza expresa la naturaleza ilimitada de la Vida divina. Nuestro privilegio es vivir cerca de Dios y obedecerlo, cualquiera que sea la forma en que Su Cristo, la Verdad, nos guíe. Así llegamos a comprender las bendiciones que Dios siempre está confiriendo al hombre y a beneficiarnos con ellas.
El Principio divino es por siempre el mismo, y protege al hombre con imparcialidad y amor. Puede que percibamos el amor de Dios de distintas maneras, dependiendo de nuestra percepción espiritual y de las lecciones que estamos aprendiendo. Pero, ¡qué tranquilizador es saber que Dios nunca nos falla cuando Lo obedecemos inteligente y confiadamente!
