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Poco tiempo antes de las Navidades de 1981, me enfermé.

Del número de noviembre de 1986 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Poco tiempo antes de las Navidades de 1981, me enfermé. Al principio, no tenía control de un dedo ni podía caminar normalmente. Pronto, sin embargo, no podía discar el teléfono y ni aun tomar el receptor. Los dedos y extremidades se inmovilizaron.

Un practicista de la Ciencia Cristiana estuvo ayudándome por medio de la oración, y mi decisión fue de permanecer con la Ciencia Cristiana, aunque había presión extrema de personas que me amaban para que tuviera tratamiento médico, porque simplemente no podían ver cómo la Ciencia Cristiana podía posiblemente ayudar. En lugar de argumentar con ellos, me mantuve firme. Este era el camino que yo iba a tomar, y eso era todo.

La curación no vino en la forma que yo esperaba. Yo pensaba que me levantaría una mañana en completo control de mis extremidades. En su lugar, hubo toda una serie de curaciones, o victorias, por medio de las cuales aprendí mucho. El primer paso de progreso fue una victoria sobre la oposición. Era muy claro que yo no estaría dispuesto a ir a un hospital, o llamar a un médico. Esta era mi decisión, la que todo el mundo pronto aceptó.

Un momento difícil ocurrió una noche cuando tuve gran dificultad para respirar. Llamé al practicista por teléfono, y dijo que él oraría por mí inmediatamente. Yo me pregunté cómo esta situación se iba a resolver, pero confié en Dios. Entonces me vino el pensamiento de virarme sobre el otro lado. Con la ayuda de mi querida esposa, quien me apoyó durante toda esta experiencia, me volví del otro lado, y pronto caí en un ligero sueño.

Cuando me desperté, comencé a poner mis pensamientos en orden. Reconocí que toda la dificultad era una ilusión ridícula. Aunque esto parecía haber comenzado cuando los dedos y las extremidades perdieron fuerza y movimiento, me di cuenta de que actualmente la materia nunca tuvo poder o vitalidad que rendir. “La exposición científica del ser” en Ciencia y Salud por la Sra. Eddy, (pág. 468), comienza: “No hay vida, verdad, inteligencia ni sustancia en la materia. Todo es Mente infinita y su manifestación infinita, porque Dios es Todo-en-todo”.

Cuando me sentía confuso, siempre volvía a mi punto de partida de Dios perfecto, hombre perfecto: “Todo es Mente infinita y su manifestación infinita”. Razoné que la Mente infinita manifiesta ideas infinitas; que, en realidad, yo era una idea perfecta de Dios, y que derivaba completo poder y actividad de El. Recordé las palabras de Cristo Jesús (Juan 8:32): “Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres”. Y pude ver que la comprensión de la realidad espiritual disipa la ilusión mortal.

Desde ese momento, hubo evidencia de curación. Primero mi respiración se tornó más normal. Entonces el alimento volvió a tener buen sabor. Los movimientos comenzaron a volver. Un día, mi esposa me preguntó: “¿Por qué sonríes?” “Observa mi mano”, le dije. “¡Se está moviendo!”, exclamó ella. Muy poquito, pero podía moverla. Cada día trajo progreso.

Llamé a la Sala de Lectura de la Ciencia Cristiana de la localidad y pregunté a la bibliotecaria que buscara una frase que yo recordaba del Himnario de la Ciencia Cristiana. Cuando me dijo que era del Himno N.° 354, la busqué yo mismo y medité sobre esta estrofa:

Es el Espíritu quien guía nuestro andar,
y si el trabajo nuestro es,
la fuerza es de Dios”.

Reclamé la fuerza que Dios me había otorgado, y me senté. Luego, pude usar una silla de ruedas. Lo próximo fue que pude caminar alrededor de una mesa agarrándome a ella. En poco tiempo, estaba empujando la silla de ruedas por toda la casa. Cinco semanas después de haber aparecido la enfermedad, entré a mi iglesia filial caminando vacilante para atender a una reunión de testimonios de los miércoles, donde públicamente expresé mi gratitud a Dios.

La curación pronto fue cien por cien completa, y mi esposa y yo fuimos a Hawai, en un viaje que habíamos proyectado seis meses antes. Nunca consideramos cancelar el viaje. A medida que yo con regocijo batía las enormes olas y nadaba en el rompiente, mi esposa me dijo, refiriéndose a la libertad de mis movimientos: “¡El practicista debería verte ahora!” “Así es como él me vio siempre”, le contesté. Verdaderamente, ¡la Ciencia Cristiana sana!


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