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Todo un nuevo mundo

Del número de noviembre de 1986 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Ocurrió en el otoño de mi primer año en la universidad. Eramos como doce estudiantes reunidas en mi dormitorio hablando sobre los círculos del infierno de Dante y lo que esta obra literaria significaba en el mundo de hoy. En una esquina, del otro lado de la habitación, una joven a quien apenas conocía, comenzó a hablar sobre la curación. Me interesó, pero el tema cambió y otra persona empezó a hablar. Continué preguntándole a la joven: “¿Cómo sanas?” Finalmente, alguien cortésmente me señaló que habíamos cambiado de tema. Pero para mí, la noche, el cuarto y Dante ya se habían esfumado. Había alguien que podía hablarme sobre la curación.

Allí me encontraba: yo era estudiante de música y la cantante más enfermiza que conocía. Durante mi niñez, había pasado todos los inviernos enferma de difteria. Había llegado a la universidad cargada con una farmacia de medicinas.

Menos de una semana más tarde, con mi nariz bastante congestionada, fui al cuarto de esa joven. Era un sábado a las 12:30 de la noche, y su luz aún estaba encendida. Llamé a su puerta, y mi vida comenzó a cambiar.

Ella habló conmigo un poco y me leyó algo de Ciencia y Salud, el libro de texto de la Ciencia Cristiana por la Sra. Eddy. No recuerdo ahora precisamente qué era. Me invitó a que fuera con ella la mañana siguiente a la Escuela Dominical. Titubié, porque ya había hecho planes con otra amiga para asistir a una reunión de la comunidad cristiana de una iglesia protestante. Pero cambié mis planes y fui a la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana. Todo un nuevo mundo se estaba abriendo delante de mí.

Los estudiantes allí fueron muy pacientes con mis preguntas; las había estado acumulando durante años. Cuando era niña, tuve un maestro muy especial en la Escuela Dominical de una iglesia protestante. Profundamente religioso, a menudo cerraba su Biblia, nos miraba, y decía: “Hay tantas cosas que aún no sabemos. Es tanto lo que hay por aprender y tan poco lo que les puedo decir. Sencillamente, no sé las respuestas. Es un misterio todavía”. Pero yo sentía que sí había respuestas, y que también podrían sanarme.

Han pasado más de veinte años desde la noche en que llamé a la puerta de mi amiga. He tenido muchas curaciones maravillosas desde entonces, incluso la de difteria. Cada desafío ha sido otra oportunidad para demostrar cuánto Dios me ama y me cuida. No ha habido un sólo momento en todo este tiempo, en mi dulce vida de hogar, en mi carrera en el teatro, o en cualquier otra experiencia, en el que no haya sido tocada por la naturaleza a la semejanza del Cristo de esta hermosa Ciencia Cristiana.

Mi hijito ahora concurre a la Escuela Dominical. Sus curaciones se realizan rápidamente, y he comenzado a escribirlas en un libro para él. Cuando Ben tenía tres años, se golpeó contra la puerta de un auto. Sufrió un corte profundo en ambos lados de uno de los dedos del pie, y una de las uñas se le desprendió. En medio de sollozos, se esforzó por pensar en algunas de las cosas que había aprendido en la Escuela Dominical que lo pudieran ayudar.

“No tendrás dioses ajenos delante de mí”, Ex. 20:3. dijo. A medida que hablábamos sobre lo que esto significaba, pude ver que se iba sosegando y apaciguando. El dolor estaba aliviándose. Llamamos a un practicista de la Ciencia Cristiana y le pedimos que orara. Le limpié el dedo y se lo vendé, y al cabo de media hora íbamos camino a la casa de un amigo para nadar y jugar. No había pasado mucho tiempo cuando observé que la venda estaba sobre el césped mojado, y que Ben entraba y salía de la piscina y del cajón de arena para juegos infantiles. Cuando su padre llegó a casa esa noche, Ben le contó qué bien lo había pasado en la piscina. Se había olvidado totalmente del incidente. El dedo había sanado rápida y completamente.

Cuando recuerdo cómo encontré la Ciencia Cristiana, me acuerdo del poema escrito por Robert Frost sobre los dos caminos en el bosque, y cómo el haber escogido el menos transitado, significó un cambio total para él.

Ese llamado a la puerta de un dormitorio universitario significó un cambio total para mí.

Las experiencias de curaciones en los artículos del Heraldo se verifican cuidadosamente, incluso en los artículos escritos por niños o para niños.

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