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Salud y buen estado físico: ¿enfocados en el yo o en la nueva comprensión espiritual?

Del número de noviembre de 1986 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Un anuncio publicitario nos insta a participar en seminarios sobre nutrición y dieta. Otro trata de interesarnos en cursos de control de tensión nerviosa, sesiones de biofeedback y temporadas de relajamiento en el agua. Además, están los consabidos ejercicios aeróbicos y de acondicionamiento físico, todo esto, por supuesto, después de las clases de tenis y de correr. Y todo hay que hacerlo entre sesiones para el bronceado y cuidado de la piel.

Si bien es cierto que el ser disciplinado y el estar normalmente activo es algo encomendable, la búsqueda de ese buen estado físico puede volverse muy absorbente. Muchos parecen creer que mantenerse en buen estado físico en la década del ochenta es tan complicado como manejar un tablero de instrumentos de control en un avión de reacción durante el despegue.

Cristo Jesús dijo a sus seguidores algo muy diferente: “No os afanéis por vuestra vida, qué habéis de comer o qué habéis de beber; ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir”. Mateo 6:25. Enseñó que primero debemos buscar ese reino de Dios que él mostraba a la humanidad. Entonces, dijo, veríamos cómo Dios satisface nuestras necesidades.

Tal vez su declaración parezca hermosa, pero de otro mundo, de una era diferente, algo que podría parecer ingenuo en términos del conocimiento de “alta tecnología” que hoy en día tenemos del cuerpo. Si nos sentimos tentados a pensar así, haríamos bien en recordar los efectos inmensamente prácticos que el cristianismo de Cristo ha tenido al restablecer la salud. Sin embargo, este cristianismo enseña lo opuesto al enfoque del yo material y sus necesidades.

Mary Baker Eddy, quien fundó la Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens), logró un claro reconocimiento de ese punto. Su propia experiencia la había llevado a una búsqueda, a veces desesperada, de la salud. Había probado los métodos ortodoxos para recuperar la salud, y también algunos de los no ortodoxos que hoy podrían colocarse bajo el título de métodos curativos basados en la teoría holística. Curación por medio del agua o hidroterapia, homeopatía, dieta, y un sistema para el mantenimiento de la mente y el cuerpo, fueron algunas de las alternativas que ella probó. Ninguna dio resultado.

Finalmente obtuvo su salud del mismo modo que muchos la habían obtenido en los tiempos del Nuevo Testamento. En un momento de crisis física respondió tan plenamente al Cristo, la idea espiritual de Dios que había hecho de Jesús el sanador y Salvador de la humanidad, que ella fue sanada. Dejó de enfocar su pensamiento en el yo y el cuerpo para elevarlo hacia la luz de una nueva comprensión espiritual. Su descubrimiento y su subsiguiente estudio de la Biblia la llevaron a escribir: “Los medicamentos y la higiene no pueden usurpar con éxito el lugar y el poder de la fuente divina de toda salud y perfección”.Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, pág. 167.

La Ciencia del Cristo que la Sra. Eddy descubrió, decididamente tiene compasión por la necesidad de salud que tiene la humanidad. Pero enseña que la plenitud y la salud del hombre provienen de un amor desinteresado hacia Dios que nos lleva a conocerlo y aceptarlo como el Principio y el “todo” del ser verdadero. Esto requiere progreso en la curación del pecado, la curación de un esfuerzo egocéntrico de vivir como si Dios no existiera.

En vez de encontrar la ley de la salud, la perdemos cuando pensamos excesivamente en el cuerpo y su miríada de síntomas y condiciones. La ley divina de la salud es, en verdad, la ley del Amor divino, el Principio del ser. Es Dios, el Principio divino, quien sostiene la salud y sana el cuerpo, tal como lo demostró Cristo Jesús. Así que la mejor manera de cuidar nuestra salud es poner todo nuestro esfuerzo en aprender más acerca de Dios y obedecerlo.

El libro del Exodo relata que Dios dijo: “Yo soy Jehová tu sanador”. Ex. 15:26. Sin embargo, no entendemos a Dios pensando en términos de cuánto hará El por nosotros. Eso mantendría nuestro enfoque en el yo humano material y limitaría drásticamente nuestra atención a todo lo que Dios es, y el entendimiento de ello.

Comenzamos a percibir a Dios cuando estamos dispuestos a amarlo. A medida que descubrimos Su naturaleza, amamos más y más y sin reservas a este Dios que es la fuente de toda luz y bondad espirituales. Y a medida que nos damos cuenta de que Dios es fundamental, el Principio único, Lo buscamos en primer lugar por encima de todo lo demás en nuestra vida.

¿No es esto la sencilla pero profunda fuente de salud que la humanidad está buscando por vías tan complicadas? Como lo demuestran los testimonios de curaciones en cada edición de El Heraldo de la Ciencia Cristiana, un entendimiento siempre renovado del Principio divino, el Amor, trae ajustes y curación prácticos a nuestra vida diaria. Corrige desequilibrios corporales causados por pensamientos de ansiedad y cargados de tensión. Cura el vicio, tiene el efecto de regular el cuerpo con más precisión y armonía que cualquier otro método. Sana la enfermedad tanto funcional como orgánica, porque el Principio divino es la fuente de toda armonía.

Lo que incrementa la salud es la creciente comprensión del orden ilimitado, la integridad y la completa perfección que es Dios. Esa perfección pertenece al hombre como imagen y semejanza de Dios. Al vivir en mayor conformidad con aquello que ya está gobernando con amor total al hombre espiritual y a la creación, tenemos necesariamente más amor, paz, equilibrio y salud.

Esta naciente comprensión espiritual nos revela un mundo nuevo. Nos hace ver con claridad que los temores y conflictos que nos han parecido tan reales están basados en el concepto erróneo de que estamos separados de Dios o que El está ausente. El nunca está ausente. Su bondad inteligente está presente en todas partes; así que Sus leyes para el hombre son siempre buenas, y ponen de manifiesto no el desorden ni la destrucción, sino la vida y la salud.

El consejo de Jesús de que no nos afanemos por nuestro cuerpo, sino que busquemos a Dios y Su reino, es sencillo pero indeciblemente profundo. Todavía sigue liberando al ser humano del embotado círculo de su preocupación por el yo. Todavía sigue elevando a la humanidad a un mejor conocimiento de la verdadera vida del hombre como hijo de Dios, mantenido en perfecta plenitud.


Todo aquel que lucha,
de todo se abstiene;
ellos, a la verdad, para recibir una corona corruptible,
pero nosotros, una incorruptible.

1 Corintios 9:25

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