Cristo Jesús enseñó a sus seguidores a vigilar. A diferencia de la vigilancia militar, la vigilancia cristiana tiene lugar en el pensamiento. Es una actividad espiritual. No obstante, así como un centinela exige que se convenga de antemano una contraseña para identificar a aquellos que pueden pasar por su puesto, así a los pensamientos que vienen a nuestra consciencia para ser admitidos, nosotros los ponemos a prueba de acuerdo con las normas establecidas en las enseñanzas de Jesús.
Es evidente que Jesús vigilaba sus pensamientos. Así lo indican sus obras. Donde los demás admitían el sufrimiento y el pecado como inevitables, él impedía esas injusticias y admitía sólo la capacidad del hombre creado a semejanza de Dios. “Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto”, Mateo 5:48. bien podría haber sido su contraseña cuando iba de un lugar a otro sanando enfermos y redimiendo pecadores. Su lema al promover la paz debe haber sido: “Amad a vuestros enemigos”. Mateo 5:44. Aun en la cruz, dijo de quienes lo habían puesto tan injustamente allí: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”. Lucas 23:34.
Los que crucificaron a Jesús estaban lejos de expresar ese amor. Por tanto, no estaban en paz, ni siquiera cuando creyeron que habían matado al hombre que expresó más amor que ningún otro, y que ellos consideraban como su enemigo. Los líderes judíos estaban tan obsesionados por el temor a la posibilidad de que se extendiera la influencia del cristianismo, que acudieron a Pilato para pedirle que apostara guardias en la tumba de Jesús durante tres días después de su entierro. Ellos querían estar seguros de que los discípulos no retiraran el cuerpo y que circularan el rumor de lo imposible (¡para ellos!), es decir, que había resucitado como profetizó que lo haría. Según el Evangelio de San Mateo, había guardias apostados para vigilar la tumba. Después, cuando los guardias vinieron a informar a los principales sacerdotes que, a pesar de su vigilancia, Jesús efectivamente había resucitado, éstos les pagaron para que dijeran que los discípulos habían retirado el cuerpo.
Han transcurrido siglos desde que Jesús demostró la paz de Dios en un grado tan elevado como jamás el mundo ha conocido, logrando la victoria total sobre el odio mediante el amor espiritual. Sin embargo, todavía hoy, el concepto generalmente aceptado para mantener la paz, permanece esencialmente igual: destruir, o de lo contrario, controlar por medios materiales todo lo que se considere como un enemigo y reprimir militarmente el levantamiento de todo lo que parezca ser una influencia hostil. Lo que prevalece es la clase de vigilancia que se hizo afuera de la tumba de Jesús. Con temor y recelo, vecinos vigilan a vecinos, y naciones vigilan a naciones. Lo que debiéramos estar aprendiendo es a vigilar de la manera que lo hizo Jesús dentro de la tumba.
En lugar de hacerse conjeturas sobre lo que otros hacían o pensaban, y en vez de preguntarse si le sería posible traspasar la enorme piedra y evitar la guardia, Jesús debe de haber estado vigilando para ver la revelación de la Vida eterna, de la Verdad inalterable y del Amor omnímodo, su Padre, Dios. Debe de haber estado vigilando para ver el aparecimiento del reino de los cielos, que con tanta certeza sabía que siempre había estado a mano, vigilando para ver aparecer ante la vista humana el verdadero concepto del hombre como imagen y semejanza ilimitada de Dios, inmortal, espiritual, que ama y es amado. El estaba espiritualizando, purificando su pensamiento, es decir, pacificando.
La clase de paz que era fundamental en la resurrección de Jesús trasciende la mera ausencia de conflicto. Expresa la inmortalidad inmaculada del hombre por medio de la salvación del pecado, el sufrimiento y la muerte. Muestra que la meta de la humanidad, para ser práctica, debe ser más que un cese del conflicto mundial, por muy deseable que esto sea. Debido a que la prueba de la resurrección perdura como un hecho establecido, la Sra. Eddy pudo indicar otro lema para la paz: “El hombre malvado no es el gobernante de su prójimo honrado. Entiéndase que el triunfo en el error significa derrota en la Verdad. El lema de la Ciencia Cristiana es bíblico: ‘Deje el impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos’ ”.Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, pág. 239.
¿Vigilamos celosa y temerosamente a quienes en el pasado actuaron de tal modo que nos indujeron a creer que estaban en contra de nosotros? ¿Estamos siempre dispuestos a ser más astutos, estar mejor armados y destruirlos? Entonces, es preciso que pongamos en práctica el lema de la Ciencia Cristiana. Después de todo, aquellos a quienes hemos aprisionado en cuarteles mentales deben, bajo el gobierno de Dios, superar su pasada manera de actuar. Debemos esperar que todos, incluso nosotros mismos, seamos cada día mejores. Si vamos a seguir el ejemplo de Jesús, tenemos que amar a nuestros enemigos. Esto requiere que nos liberemos, por medio de la oración, de las pequeñas frustraciones de todos los días, que tienden a transformarse en conflictos importantes. El ex Secretario de Estado de los Estados Unidos, Henry Kissinger, estuvo acertado al referirse a las necesidades de nuestros tiempos cuando dijo: “El mayor peligro de la guerra me parece que no está en las acciones deliberadas de hombres malvados, sino en la falta de capacidad de hombres acosados por acontecimientos que no pueden controlar y son arrastrados por ellos”. Cita aparecida en “The hot line: A quiet line keeps things cool,” The Middlesex News, 22 de septiembre de 1985.
¿Insistimos en la posibilidad de que todo lo que dicen o hacen ciertas personas tiene la intención de ofender? ¿Permitimos que la amenaza que estos supuestos enemigos puedan ser para nuestra situación personal haga que nuestra imaginación se deje arrastrar, y que nos sintamos como gallinas cluecas asustadas aun cuando no hubo ninguna intención de ofender? Tal falta de vigilancia es la antítesis misma de la Ciencia Cristiana. Dios ha revelado, mediante esta Ciencia, que el Amor, el bien, es Todo-en todo; por consiguiente, el odio, las insinuaciones, la sospecha, deben indicar algún grado de duda acerca de la veracidad de esta revelación divina. Debiéramos apoyar el lema que nos permite perpetuar y comprender, mediante la práctica de la Ciencia Cristiana, la esencia misma de la obra del Maestro. La Sra. Eddy escribe: “En toda época y en todo clima la profecía: ‘En la tierra paz, buena voluntad para con los hombres’ debe ser el lema del cristianismo”.No y Sí, pág. 44.
El vigía fiel ciertamente verá las señales de la venida de tal progreso humano que se manifiesta en receptividad para negociar, para cumplir con los acuerdos y para tener una buena disposición. Pero, a pesar de lo importante que son estos factores, en realidad, él está a la espera de mucho más. Está a la expectativa de la omnipresencia de la Verdad y el Amor divinos que no deja lugar para oposición o resistencia. El hombre de Dios es enteramente bueno, no tiene maldad. Y a medida que esta comprensión se manifiesta y toma forma en nuestra vida mediante la demostración, la plena confianza y la confiabilidad se equilibrian en los asuntos humanos.
El propósito de la vigilancia cristiana no es oponer una posición a otra en los asuntos humanos, sino sanar y salvar a todos de la complacencia en la ilusión mortal de que la materia tiene poder. En la realidad de la creación espiritual de Dios, Dios es la única Mente o poder. Esto elimina la guerra. Y debido a que hay un solo Dios, una Mente, no puede haber muchas mentes maquinando la guerra o previniéndola; tampoco puede haber muchas posiciones ante los problemas de la supervivencia y el progreso. De hecho, la Vida pacífica es la realidad eterna.
Aun aquellos que están severamente oprimidos pueden, mediante la vigilancia cristiana que excluye el resentimiento o el desaliento, despertar a la presencia poderosa de los motivos y las acciones que representan a Dios, y darse cuenta de su fuerza liberadora. Estableciendo la paz en la consciencia al hacer guardia con las contraseñas de la paz, nos capacita a todos para demostrar, gracias a la ayuda divina, que el pacífico reino de los cielos verdaderamente se ha acercado.
