Hace muchos años, cuando servía como técnico de laboratorio en el Cuerpo Médico del Ejército de los Estados Unidos, accidentalmente ingerí cianuro durante un ensayo de laboratorio. Pero no sentí temor alguno.
Se me ordenó que me presentara en la enfermería, y, una vez allí, me informaron que iba a ser enviado al hospital para recibir tratamiento. Sin esperar a que me llevaran, me presenté al Jefe del Servicio Médico, quien me envió a casa con instrucciones escritas de cómo debía cuidarme. No recibí, ni me recetaron, ni tomé medicina alguna. Luego, solicité que me dieran de baja en el servicio.
La orden para darme de baja llegó pocos días antes de Navidad. Un cuerpo de oficiales médicos me hizo un examen físico completo, después del cual me dijeron que no esperara vivir más de dos años. (Me informaron que el cianuro había dañado seriamente los riñones.) A pesar de las objeciones de los médicos, el Jefe del Servicio Médico aprobó el darme de baja. Incluso me dio una extensa lista con un régimen de comidas. Esta licencia permanente resultó ser uno de los mejores regalos navideños que jamás he recibido. Tal como el dicho dice: “La extrema necesidad del hombre es la oportunidad de Dios”.
En esa época no conocía nada de la Ciencia Cristiana. Sin embargo, dos años después, mi esposa oyó hablar de ella a través de una de sus ayudantes en el trabajo, que era Científica Cristiana. A partir de entonces hablaron sobre la Ciencia muchas veces. Tiempo después, una mañana, nuestro perro volvió a casa con un ojo lastimado. Se le preguntó a la ayudante de mi esposa si la Ciencia Cristiana podría sanar al perro. Su respuesta fue que ciertamente podía; que a nadie se le niega el cuidado de Dios. Llamamos a un practicista de la Ciencia Cristiana y, a través de su oración, el perro sanó. Esta fue nuestra primera curación en la Ciencia Cristiana.
Posteriormente, gracias al consagrado trabajo de oración de un practicista, mi esposa sanó de jaquecas. En esa época comenzamos a concurrir a una iglesia filial. Al principio me fue difícil comprender la Ciencia Cristiana. Era contraria a lo que había aprendido como químico y farmacéutico. Pero luego, comencé a ver que las que se llaman leyes físicas se basan en hipótesis y conclusiones humanas. Poco a poco me convencí de la eficacia de la Ciencia Cristiana y tuve los deseos de practicar sus enseñanzas con todo mi corazón.
Desde el momento en que había sido dado de baja, había seguido el régimen de comidas y aún continuaba haciéndolo, pero a medida que el tiempo pasaba, lo hacía con menos apego, en la misma proporción en que ganaba terreno en mi estudio de la Ciencia Cristiana. Con su prueba divina, la Ciencia fue invirtiendo la evidencia del sentido material en mi vida. Gradualmente fue desapareciendo la dependencia en tal testimonio junto con las creencias que éste mismo fomentó, y abandoné por completo las restricciones que el régimen me imponía. Había encontrado el camino en la Ciencia Cristiana, y pronto estuve completamente sano de ese problema del riñón. Poco después, mi esposa y yo nos afiliamos a una iglesia filial y tomamos instrucción en clase de Ciencia Cristiana. Durante todos estos años en que hemos sido Científicos Cristianos activos, hemos tenido numerosas oportunidades de comprobar la eficacia del descubrimiento de la Sra. Eddy.
La constante fe en Dios y la ausencia de temor, además de la devoción paciente y amorosa de mi esposa, fueron los agentes espirituales que finalmente me separaron del veredicto médico de que no iba a vivir. Han pasado sesenta años desde aquel entonces. Jamás sentí nuevamente esa confianza que erróneamente tenía en la materia, y la condición no volvió a aparecer. La libertad que experimenté fue verificada en los años siguientes por varios exámenes médicos que tuve que hacerme para el seguro y mi empleo. Puedo realmente testificar que fui sanado por la Ciencia Cristiana.
¡También he sanado de sordera!
Por un período de dos años me fue imposible oír a los lectores o al solista durante los cultos religiosos de nuestra iglesia filial. Asimismo, generalmente evitaba verme envuelto en conversaciones, pues no estaba entrenado para leer los labios. En el trabajo, la compañía me había instalado un receptor especial en mi teléfono. Las cosas se pusieron tan mal que, un día, un agente de seguros que deseaba entrevistarme acerca de un producto que nuestra compañía fabricaba, sólo pudo hacerlo con la ayuda de mis ayudantes, quienes me pasaban las preguntas para que yo pudiera contestarlas.
Durante todo ese tiempo, nunca acepté como terminante la creencia de que había perdido la facultad de oír; sabía que tal pretensión era una mentira, una ilusión. Pero tenía que demostrarlo. La Ciencia Cristiana había respondido en innumerables oportunidades a mis necesidades, incluso la curación descrita anteriormente, y una curación de huesos rotos después de una grave caída. Yo sabía que ahora ella respondería a mi necesidad.
Pasé muchas horas con nuestros libros de texto — la Biblia y los escritos de la Sra. Eddy — estudiando el tema sobre la Mente y sus facultades. Entonces, una noche, me vino el pensamiento: “Yo oigo; porque, si no es así, ¿cómo podría estar consciente de la dirección de Dios, de lo que Dios me dice?” Esto anuló el mesmerismo. Al día siguiente por la tarde, tras de un torrente de sonido, comencé a oír nuevamente, y ahora oigo mejor que nunca.
Un día, dos años y medio después de esto, cuando estaba en el trabajo, me llamaron para que fuera a la oficina del gerente general. Aquel agente con quien me había entrevistado años atrás, se encontraba con él. Hablé con este agente, y luego salí de la oficina. Más tarde, el gerente me dijo que el agente estaba sorprendido de que yo hubiera podido oír tan bien. Apenas podía creer que yo fuera la misma persona con la que se había entrevistado varios años antes.
Han pasado más de dos años desde aquel entonces, y agradezco a Dios que, a través de su revelación de la Ciencia Cristiana a la Sra. Eddy, me fue posible comprobar la verdad de sus palabras (Ciencia y Salud, pág. 407): “Ninguna facultad de la Mente se pierde”.
Palos Verdes Estates, California, E.U.A.
