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El regalo de regalos

Del número de diciembre de 1986 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


¡Cuán vívidamente permanece el recuerdo de los regalos que atesoramos! Recuerdo que cuando cursaba segundo grado en la escuela, recibí un impermeable amarillo vivo con unas hermosas hebillas negras y un enorme sombrero que hacía juego. Fue un regalo de color — de color brillante — que causó sorpresa y deleite a unos ojos infantiles.

Cuando pensamos en nuestros seres queridos y consideramos qué regalarles para Navidad, ¿acaso no debiéramos meditar fervorosamente sobre el regalo que Dios nos hizo, es decir, Su regalo del Mesías? Cristo Jesús ha mostrado a la humanidad de una vez por todas el camino de la salvación, el camino al reino de los cielos, y éste es el regalo más grandioso de todos.

¿Dónde nos hallaríamos sin este Mostrador del camino? ¿Dónde nos hallaríamos sin las palabras profundas y las obras poderosas del Cristiano por excelencia? Como los israelitas de antaño que anhelaban y esperaban al Mesías prometido, nosotros también tenemos necesidad de un Salvador, un Salvador a quien escuchar, seguir y adorar.

Cristo Jesús nos enseñó, por sobre todo, la presencia constante del amor de Dios. Mediante su propia comprensión consumada de la Deidad, Jesús reveló que la naturaleza de nuestro Padre celestial es Amor divino, por siempre misericordioso, infinitamente poderoso, maravillosamente benigno.

Nadie vivió el amor mejor que Jesús, ni antes ni después de él. No sólo conocía a Dios, el Amor divino, sino que reveló la naturaleza benéfica del Amor.

Piensen en la manera en que Jesús fue abandonado en su crucifixión por todos, excepto por uno de sus doce discípulos y por algunas pocas mujeres que lo seguían. A pesar de ello, después de su resurrección volvió a esos mismos discípulos para consolarlos y enseñarles aún más. En el pensamiento del Maestro no había el más leve rastro de amargura, ni de resentimiento ni de enojo. Sólo el reflejo del Amor divino que se ve en el perdón, en mansedumbre, en el afecto desinteresado y en reprimendas apacibles. Jesús vivió sus propias palabras: “Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen”. Mateo 5:44.

Es indudable que nosotros tenemos muchas oportunidades para sentir la presencia de Dios y expresar el amor desinteresado. Si un amigo nos traiciona o algún miembro de nuestra familia nos olvida, podemos recordar el ejemplo de Jesús. Su vida es luz espiritual que revela el bienestar del Amor divino.

Por este profundo regalo — el hijo de Dios; el Mesías, nacido de una virgen, para mostrarnos el camino de la salvación — debemos una deuda de gratitud infinita a nuestro Padre celestial, y, sin embargo, este regalo significa mucho más de lo que vemos a simple vista. Como el paquete que algunas veces recibimos, una caja dentro de otra caja, y ésta dentro de otra caja, hay otro regalo de Dios revelado en la vida de Cristo Jesús.

Este regalo valioso es el Cristo mismo. Esto no significa el Cristo como sinónimo de Jesús. Más bien, el Cristo es la Verdad ideal que Jesús vivió tan perfectamente, revelando la verdad del ser que no conoce nacimiento ni muerte, ni venida ni ida.

Jesús comprendió mejor que nadie su filiación espiritual, es decir, su unidad con su Padre celestial. Mediante su origen singular y su comprensión espiritual insuperable, pudo revelarnos al Cristo, o la idea verdadera de Dios. Pudo ayudarnos a comprender nuestra filiación con Dios, mediante su ejemplo.

Entonces, el Cristo, o la Verdad, ciertamente estuvo presente antes del nacimiento de Jesús. El Cristo siempre ha existido. Mas Jesús ejemplificó esta Verdad a tal grado que la humanidad se despertó al conocimiento más pleno de esta Verdad. Podríamos decir que el Cristo es el legado permanente que Dios nos ha dado a nosotros y a generaciones futuras. La divinidad que expresó Jesús, está aquí hoy a fin de que la reconozcamos y la reflejemos. Si bien Jesús dejó la tierra, la presencia del Cristo permanece y siempre permanecerá.

La Sra. Eddy explica la relación entre Jesús y el Cristo. En Ciencia y Salud escribe: “Jesús demostró al Cristo; probó que el Cristo es la divina idea de Dios, — el Espíritu Santo, o Consolador, que revela al Principio divino, el Amor, y conduce a toda la verdad”. Más adelante, añade: “Cristo expresa la naturaleza espiritual y eterna de Dios. El nombre es sinónimo de Mesías y alude a la espiritualidad que es enseñada, ilustrada y demostrada en la vida de la cual Cristo Jesús era la encarnación”.Ciencia y Salud, págs. 332—333.

Para reconocer el regalo de Dios, es decir, Su Hijo, el Cristo eterno ejemplificado en el Jesús encarnado, es necesario armonizar nuestros pensamientos con Dios, pensamientos humildes, puros y consagrados a las cosas espirituales. Es sólo mediante la oración y la práctica de la curación que comprendemos al Cristo, la Verdad. Se requiere un gran sacrificio de nuestra parte, disciplina y quietud espiritual para sentir la presencia del Cristo constantemente, y, algunas veces, parece que no estamos dispuestos o preparados para recibir este regalo sublime.

Cuando cultivamos nuestra receptividad a la idea de Dios, Su Cristo — y esto es lo que la Ciencia Cristiana nos ayuda a hacer — los resultados pueden ser sorprendentemente inspiradores. Es posible que, sin esfuerzo, nazca en nuestra consciencia una idea sanadora que realmente necesitábamos. Es posible que hallemos un sentido más claro de dirección en donde antes había confusión e indecisión. Es posible que hasta sintamos que nuestro afecto hacia los demás se está fortaleciendo y purificando. Estas son señales del Emanuel, “Dios con nosotros”.

Es necesario que nuestra celebración de la Navidad, por sencilla o elaborada que sea, rinda honor tanto a Jesús, el hombre, como al Cristo, la Verdad salvadora. Nuestra festividad será más enriquecedora si profundizamos nuestro amor por el Cristiano por excelencia, por sus palabras y obras, y adoramos al Cristo impersonal, que está aquí presente para que lo reconozcamos y lo reflejemos. Sin la vida de Cristo Jesús, no estaríamos tan conscientes de Dios y Su Verdad salvadora. Sin embargo, el Cristo mismo no está limitado por la historia ni por las celebraciones navideñas.

Un himno del Himnario de la Ciencia Cristiana afirma este último punto maravillosamente, diciendo:

De Navidad podéis guardar
humano símbolo exterior,
mas no juzguéis a quien halló
al Cristo en su corazón.Himnario, N.° 170.

La presencia diaria del Cristo fortalece nuestro amor hacia Jesús y aumenta nuestra alegría por su nacimiento. Mediante la Ciencia Cristiana, nuestro reconocimiento del Cristo eterno crea en nosotros una profunda gratitud por la vida de nuestro Maestro.

La Navidad realmente es una temporada sagrada. Es una temporada para alabar a Dios por Sus regalos maravillosos y valiosos. Es una temporada para compartir nuestros propios regalos, que son símbolos de amor desinteresado. Nuestra generosidad, grandiosa o modesta, será más rica en relación al grado en que aceptemos los regalos de Dios. Cuando seguimos el ejemplo de Jesús, y dejamos que el Cristo gobierne nuestra vida diaria, inevitablemente tenemos más que compartir porque nuestros regalos expresan menos las cosas del mundo y más las cosas del Espíritu. Tales regalos bendicen a toda la humanidad y glorifican a Dios.

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