Eramos seis hermanos y quedamos huérfanos de padre y madre. Yo, la mayor, tenía dieciséis años, mientras que la menor, una delicada niñita de apenas tres años, precisaba mucho del cuidado y amor de una madre, y también todos los demás.
Relataré brevemente cómo fueron esos primeros años de mi juventud, y el consiguiente cambio que sobrevino abruptamente, del tierno afecto pasamos a un tratamiento frío e inhumano. Nos fue posible pagar por cada servicio que se nos prestaba; pero eso parecía no hacer ninguna diferencia. Las caritas tristes evidenciaban los rigores padecidos, y mientras mi corazón sufría más por mis hermanitos que por mí misma, me sentía incapaz de salvarlos de todo eso.
Esta experiencia no fue en vano para mí. Y estoy agradecida que más tarde tuve la oportunidad de perdonar y olvidar todos los sinsabores del pasado y amar sinceramente a los causantes, quienes a su vez, respondieron plenamente. ¡Quién podría decir que esta experiencia sería justamente lo que necesitábamos para aprender una gran lección!
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