He estudiado la Ciencia Cristiana por más de medio siglo, y creo que es hora de que comparta mi gratitud por una curación muy sagrada que he tenido.
Nací en un país que se convirtió en un violento enemigo del país nativo de mis padres. De niña, presencié matanzas y deportaciones de parte de esa nación. Nuestra propia familia sufrió muchas persecuciones y sufrimientos, y mis hermanos y yo nos quedamos sin padres.
Finalmente, después de pasar algunos años en un orfanato, me trasladé a un país neutral. Para ese entonces ya era una joven mujer. Una Científica Cristiana me presentó la Ciencia. También me ayudó para que aprendiera mecanografía y taquigrafía. Comencé a trabajar como una mecanógrafa-traductora con una firma de importación y exportación.
Un día, un joven que había nacido en el país que yo todavía consideraba como enemigo, vino a trabajar a la misma oficina. Lo ignoré por algún tiempo. Sin embargo, casi diariamente cuando yo estudiaba la Lección Bíblica (indicada en el Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana), mientras pensaba sobre las referencias de la Biblia, y de Ciencia y Salud por la Sra. Eddy, las palabras, “Ama a tus enemigos” no cesaban de venir a mi pensamiento. Ignoré el llamado, pero esas palabras se hicieron sentir con mayor frecuencia y fuerza. Finalmente, leí el hermoso artículo de la Sra. Eddy, “Ama a tus enemigos”, que comienza en la página 8 de su libro Escritos Misceláneos. Aun así, cuando pensaba acerca de este joven que trabajaba en nuestra oficina, simplemente me encogía de hombros y pensaba: “Yo no lo odio; simplemente me es indiferente”.
Pero la voz callada y suave no me dejaba en paz. Una noche, tuve una verdadera lucha conmigo misma, y exploté, diciendo: “Está bien, Dios, ¿qué esperas que yo haga? ¿Esperas que dé gracias a este joven por su país, por su gobierno, que destruyó a mis padres? ¿Esperas que le dé gracias, cuando mis tres hermanos y yo quedamos huérfanos en las calles de su hostil país?” Me brotaron lágrimas cuando cedí a la conmiseración propia reprimida que parecía brotar de mí con fuerza.
Después de haber sollozado por tiempo indeterminado, me sobrevino una especie de quietud, o paz, y una pequeña voz me dijo: “¿Cómo sabía ese joven cuando nació cuál era su nacionalidad?” Este fue un pensamiento sorprendente. Pensé: “Si, ¿cómo vamos a saber de qué nacionalidad somos al nacer?”
Las palabras de San Pablo “nací libre”, vinieron a mí más fuertes que nunca (Hechos 22:28, según la versión King James). Vi el hecho espiritual de que yo también había nacido libre, y que el joven en mi oficina nació libre; que todas las personas son creadas libres en su verdadero ser como hijos de Dios. Vi el peso que nos imponemos a nosotros mismos y a los demás cuando clasificamos a la gente como enemigos. Al día siguiente, fui a la oficina y saludé a mi colega cordialmente como si estuviera saludando a un hermano.
Y ese fue el fin de mi forma de ver a las personas como pertenecientes a una u otra nación. También dejé de identificar a una nación por sus actos inhumanos. Esta curación me hizo comprender la necesidad de considerar en oración, con más fervor, la “Oración diaria”, del Manual de La Iglesia Madre por la Sra. Eddy (Art. VIII, Sec. 4): “ ‘Venga Tu reino’; haz que el reino de la Verdad, la Vida y el Amor divinos se establezca en mí, y quita de mí todo pecado; ¡y que Tu Palabra fecunde los afectos de toda la humanidad, y la gobierne!”
Después de haber resuelto permanentemente, y de una forma espiritualmente científica, un problema de esta magnitud, nunca podría estar lo suficientemente agradecida por el precioso descubrimiento de la Sra. Eddy: la Ciencia Cristiana. Es maravilloso pertenecer a la Iglesia de Cristo, Científico, una iglesia que enseña y promueve el gobierno propio del individuo, y de ese modo eleva las esperanzas para que hayan mejores gobiernos en todo el mundo. Y con gratitud puedo decir que desde que pertenezco a la Ciencia Cristiana no he tenido que afrontar enfermedades físicas mayores. Mi salud se ha mantenido en buenas condiciones considerando que, en un pasado distante, sufrí de tifus y malaria en tal extremas formas que parecía un esqueleto. Estoy profundamente agradecida por esta preciosa Ciencia.
Phoenix, Arizona, E.U.A.
