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Antes de conocer la Ciencia Cristiana*, me sentía sola y desesperada...

Del número de diciembre de 1988 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Antes de conocer la Ciencia Cristiana Christian Science (crischan sáiens), me sentía sola y desesperada. Había sido clasificada siquiátricamente como esquizofrénica, maniática depresiva y que tenía tendencias sicóticas. Durante seis años, mi único sustento había sido la pensión que, como incapacitada, recibía del servicio de seguridad social. No podía dormir, y con frecuencia permanecía sentada durante toda la noche muy atemorizada. Cuando amanecía, me atemorizaba pensar en la próxima puesta del sol.

En mi busca de alivio, había tratado muchas terapias, incluso la siquiatría, la terapia naturista y medicamentos. Nada me había ayudado. Finalmente me di cuenta de que había agotado todas mis posibilidades excepto una, Dios. Con frecuencia, Le había suplicado que me ayudara, sin embargo, llegué a percatarme que nunca realmente pensé en que Dios pudiera ayudarme.

En un momento en que me sentía muy decaída oré, sintiendo que ya no podía soportar por más tiempo mis dificultades. Dije en alta voz: “Dios, Te doy tres días”. Había decidido que si para el final de ese tiempo no había encontrado tranquilidad, pondría fin a mi vida. Más tarde aquel día, tomé el directorio de teléfonos y me llamó la atención la lista de iglesias. Decidí hablar con alguien sobre mis problemas. Entonces recordé que una amiga en la escuela había dado un informe sobre Ciencia Cristiana en el que decía que Dios sanaba. Eso era todo lo que recordaba, pero llamé a una Sala de Lectura de la Ciencia Cristiana que estaba cerca de mi casa.

Durante mi conversación telefónica con la bibliotecaria de la Sala de Lectura, expresé mis temores de que el cristianismo era como una especie de Armagedón con fuego y azufre. La bibliotecaria me aseguró de que Dios no era así. También me dijo que yo era la hija amada de Dios y que El podía sanarme. Me leyó el Padre Nuestro, con su interpretación espiritual que aparece en Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras por Mary Baker Eddy (ver págs. 16–17); y me alentó a ir a la Sala de Lectura.

Le di gracias y rápidamente colgué el teléfono. Entonces me reí de mí misma al pensar en que no iba a ser atraída tan fácilmente por un grupo religioso. Sin embargo, inmediatamente me vino a la mente el gentil mensaje de que yo tenía una oportunidad para elegir: elegir la vida. Me descontrolé y lloré. Después de un rato, dejé de llorar y ví mi semblante en el espejo. Pensé: “Bien, por lo menos podrías lavarte la cara; ¡te ves horrible!” Recuerdo que casi enseguida me puse ropas limpias, y salí de mi casa. Sintiéndome muy animada, fui derecho a la Sala de Lectura.

Mis primeras palabras a la bibliotecaria fueron: “¡Sentí como si me hubieran cargado hasta aquí!” “Usted fue guiada”, fue su serena respuesta. Leí uno o dos párrafos de Ciencia y Salud, incluso estas palabras (pág. vii): “Ha llegado la hora de los pensadores”. Entonces apresuradamente fui a donde la bibliotecaria, y le dije: “Usted no lo creerá, ¡pero esto era lo que yo siempre había estado buscando!”

Me sentí atraída hacia estas enseñanzas. ¡Mi sed por la Ciencia Cristiana había nacido! Compré un ejemplar de Ciencia y Salud y algunos folletos de Ciencia Cristiana, y me fui a casa para asimilar lo más que pudiera de las poderosas verdades espirituales que yo pudiera comprender. Me afirmé en este pasaje de las Escrituras: “No nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio” (2 Timoteo 1:7).

Un versículo en Proverbios (3:24) nos asegura: ”Cuando te acuestes, no tendrás temor, sino que te acostarás, y tu sueño será grato”. Aquella noche, cuando me fui a la cama, puse la cabeza en la almohada, y empecé el proceso usual de tratar de relajar mis tensos músculos faciales y del cuello. ¡Súbitamente percibí que la cara estaba no sólo totalmente relajada, sino que también yo estaba sonriendo! Dormí plácidamente de ahí en adelante. Al final de tres días, me di cuenta de que no había tenido ninguno de los síntomas del desorden mental desde ese primer día, y un mes más tarde apenas podía creer que esa dificultad jamás me hubiera sucedido.

Obtuve un nuevo empleo que incluía entrenamiento en las artes gráficas, donde podía mostrar mi pericia en la ilustración. Cuando obtuve el empleo, en la oficina del servicio de seguridad social me dijeron que tendrían que reexaminarme, pues yo reclamaba ahora que estaba bien. Me mandaron para un reconocimiento médico por el mismo siquiatra que originalmente había diagnosticado mi caso. El notificó que ya no había más razón para mi incapacidad. Me sentí verdaderamente muy regocijada por esta confirmación de que había sanado.

En los doce años desde que tuve esta curación, no ha habido recurrencia de los síntomas. He tenido muchas otras curaciones mediante la Ciencia Cristiana, y he tenido bendiciones al recibir instrucción en clase de Ciencia Cristiana y afiliarme a la iglesia.

Estoy muy agradecida a Dios porque cuando el corazón clama en oración, la necesidad es siempre satisfecha por el Amor divino. Sobre todo, estoy agradecida por estar libre, y por saber la verdad que me dio la libertad: la Ciencia Cristiana.

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