Antes de conocer la Ciencia Cristiana Christian Science (crischan sáiens), me sentía sola y desesperada. Había sido clasificada siquiátricamente como esquizofrénica, maniática depresiva y que tenía tendencias sicóticas. Durante seis años, mi único sustento había sido la pensión que, como incapacitada, recibía del servicio de seguridad social. No podía dormir, y con frecuencia permanecía sentada durante toda la noche muy atemorizada. Cuando amanecía, me atemorizaba pensar en la próxima puesta del sol.
En mi busca de alivio, había tratado muchas terapias, incluso la siquiatría, la terapia naturista y medicamentos. Nada me había ayudado. Finalmente me di cuenta de que había agotado todas mis posibilidades excepto una, Dios. Con frecuencia, Le había suplicado que me ayudara, sin embargo, llegué a percatarme que nunca realmente pensé en que Dios pudiera ayudarme.
En un momento en que me sentía muy decaída oré, sintiendo que ya no podía soportar por más tiempo mis dificultades. Dije en alta voz: “Dios, Te doy tres días”. Había decidido que si para el final de ese tiempo no había encontrado tranquilidad, pondría fin a mi vida. Más tarde aquel día, tomé el directorio de teléfonos y me llamó la atención la lista de iglesias. Decidí hablar con alguien sobre mis problemas. Entonces recordé que una amiga en la escuela había dado un informe sobre Ciencia Cristiana en el que decía que Dios sanaba. Eso era todo lo que recordaba, pero llamé a una Sala de Lectura de la Ciencia Cristiana que estaba cerca de mi casa.
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