Las parábolas de Cristo Jesús tenían el propósito de elucidar la naturaleza del reino de Dios, el cual, dijo a sus discípulos, se había acercado, y que estaba “entre vosotros”. Y las lecciones que Jesús enseñó son aún sumamente esenciales si esperamos comprender hoy el significado del reino de los cielos en nuestra vida. La inspiración de sus parábolas se mantiene tan actual en un mundo de computadoras, superconductores y aceleradores de partículas como lo era hace dos mil años en una época de arados de madera, de sencillos barcos pesqueros y de caminos polvorientos transitados a pie o a lomo de burro.
El Evangelio según San Mateo nos habla de un día especialmente atareado en la vida de Jesús. Ver Mateo 12:22–50; 13:1–53. Ese día ocurrieron enfrentamientos con los fariseos, obras sanadoras espectaculares y una prédica importante a las multitudes en la manera extraordinaria del Maestro. Y “aquel día”, según San Mateo, Jesús enseñó algunas de sus más poderosas parábolas.
Entre ellas, se hallaba la parábola de la semilla de mostaza: “El reino de los cielos es semejante al grano de mostaza, que un hombre tomó y sembró en su campo; el cual a la verdad es la más pequeña de todas las semillas; pero cuando ha crecido, es la mayor de las hortalizas, y se hace árbol, de tal manera que vienen las aves del cielo y hacen nidos en sus ramas”. Mateo 13:31,32.
El lenguaje figurado es muy vívido. Podemos imaginarnos el cuadro, casi verlo, como si estuviéramos allí escuchando a Jesús. ¿Pero qué hay en esta sencilla parábola que pueda ayudarnos a descubrir algo más de la naturaleza esencial del reino de Dios?
Es obvio que Jesús escogió una semilla en especial como el centro de la lección. No obstante, no es una bellota o una castaña o alguna otra semilla “grande”. Es, en vez, una semilla pequeña. Y aún dentro de “la más pequeña de todas las semillas” radica un gran milagro: la promesa de nueva vida y crecimiento continuo. Crecerán profundas raíces y saldrán brotes verdes. Luego el tallo y las ramas se pondrán fuertes. Finalmente, crecerá un gran arbusto con flores y fruto que llegará casi a diez metros de altura, y hasta habrá un refugio para “las aves del cielo”.
La parábola nos da confianza, esperanza y una promesa. Y no es de sorprenderse que Jesús haya escogido esa pequeña semilla para su ilustración. Mucho de lo que Jesús enseñó durante su ministerio, indica a sus seguidores que se aparten del exceso. No es la riqueza material, el poder político, el prestigio o un lugar de prominencia, por ejemplo, lo que haría que alguien conociera el reino de Dios. No es la acumulación de materia lo que nos hace ganar el cielo, sino más bien, la pureza y la sencillez del Cristo, la Verdad. Lo que se necesita es un corazón sincero y una visión espiritual pura. Lo que se requiere es esa semilla de discernimiento puro, la chispa brillante de amor incondicional, el afecto genuino por las cosas del Espíritu.
Esto se desarrolla en nosotros como algo provechoso y verdaderamente grandioso, o sea, un hogar para ideas espirituales y riquezas espirituales. Todo lo que necesitamos para sentirnos satisfechos y felices ya está dentro de la consciencia, dentro de la consciencia pura, sencilla y espiritual.
La Ciencia Cristiana enseña que Dios es infinito, Mente divina; la única Mente o inteligencia que gobierna al universo. El hombre de Dios — nuestro verdadero ser — no es una consciencia separada ni finita, sino la expresión ilimitada e inteligente de la Mente, siempre unida a la inteligencia divina.
No obstante, para que esta realidad espiritual sea práctica, se requiere oración y purificación espiritual. Y en la medida en que abandonamos la obstinación, el materialismo y el egoísmo, podemos demostrar progresivamente la alegría, la paz, la acción ilimitada, la luz y el discernimiento espiritual de la consciencia divina. Sólo a medida que nuestra comprensión actual de la realidad se desarrolle mediante el sentido espiritual podremos realizar la gloria y el significado verdaderos del reino de Dios dentro de nosotros.
En Ciencia y Salud, la Sra. Eddy se refiere a la necesidad de un cambio de consciencia, de una base material a una espiritual, de esta manera: “A medida que el pensamiento humano cambie de un estado a otro, de dolor consciente a la consciente ausencia de dolor, del pesar a la alegría, — del temor a la esperanza y de fe a la comprensión —, la manifestación visible será finalmente el hombre gobernado por el Alma y no por el sentido material. Al reflejar el gobierno de Dios, el hombre se gobierna a sí mismo”. Ciencia y Salud, pág. 125.
El gobierno de Dios es el reino y autoridad verdaderos de Su armonía. Y a medida que progresamos para dar testimonio del orden divino, gobernándonos a nosotros mismos propia y devotamente, el sentido material y falso de la existencia es reemplazado de manera natural con el sentido espiritual. Vemos, o comprendemos, en mayor medida, la “manifestación visible” de la creación del Alma, incluso al hombre como la idea espiritual, completa y perfecta. Percibimos lo que, en realidad, siempre ha estado presente y es verdadero. Contemplamos la gloria del cielo, donde todas las cosas son hechas nuevas.
Y lo mismo ocurre con la semilla de mostaza, lo viejo es hecho nuevo. De la pequeña semilla proviene un crecimiento nuevo, nueva vida, nueva belleza: una nueva criatura. Esto es lo que nos sucede a medida que descubrimos el reino del cielo dentro de nosotros. Todo cambia. Somos hechos nuevos. Hallamos nuestro lugar en la realidad de Dios y sentimos el poder de ella ya activo en nuestra vida para curar y redimir. Nos vemos como Dios nos creó: Su semejanza espiritual, completa, libre y pura.
Puede que sea una semilla pequeña, pero verdaderamente contiene una gran promesa.
Gracia y paz os sean multiplicadas,
en el conocimiento de Dios y de nuestro Señor Jesús.
Todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad
nos han sido dadas por su divino poder,
mediante el conocimiento de aquel que nos llamó
por su gloria y excelencia.
2 Pedro 1:2, 3