Cuando era niña, lo que más me gustaba de la Navidad eran las luces: las luces de colores en las casas y jardines, las luces de los árboles de Navidad, las luces en las calles, los faroles adornados, y las velas (aunque fuesen eléctricas) en las ventanas de las casas vecinas. En contraste con el crudo aire invernal y el temprano anochecer, me parecía que las luces hacían de cada casa un hogar y daban a nuestro pequeño pueblo una sensación de comunidad que no tenía en ninguna otra época del año.
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