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Las luces de Navidad, la luz del Cristo

Del número de diciembre de 1988 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Cuando era niña, lo que más me gustaba de la Navidad eran las luces: las luces de colores en las casas y jardines, las luces de los árboles de Navidad, las luces en las calles, los faroles adornados, y las velas (aunque fuesen eléctricas) en las ventanas de las casas vecinas. En contraste con el crudo aire invernal y el temprano anochecer, me parecía que las luces hacían de cada casa un hogar y daban a nuestro pequeño pueblo una sensación de comunidad que no tenía en ninguna otra época del año.

Pero lo que más me gustaba eran las verdaderas velas. En Nochebuena, cuando mi padre terminaba de leernos el relato bíblico de la Navidad, los niños nos íbamos a la cama alumbrándonos con velas. Con su luz suave y apacible, la vela creaba un ambiente de santidad; todos hablábamos en voz baja al subir la escalera y entrar en nuestras habitaciones. Luego nos metíamos en la cama, y recuerdo que más de una vez pensé, durante los breves momentos que nuestros padres tardaban en venir a apagar las velas, que probablemente la luz de una vela era la única luz que había en un establo en Belén, hace casi dos mil años.

La luz de las velas nos recuerda la santidad de esa celebración, pero apenas insinúa la radiante luz del Cristo que alboreó sobre los primeros que vieron al Mesías prometido. Esa luz llegó en formas variadas, conduciéndolos espiritual y literalmente hacia “donde estaba el niño”. Y, sin embargo, ¡cuán constante fue ese resplandor espiritual, uniendo a todos en un solo espíritu!

Los reyes magos siguieron a una estrella lejana. Los pastores, en cambio, fueron rodeados por un resplandor y la Biblia relata que era como “la gloria del Señor”; aparentemente, quedaron tan deslumbrados que “tuvieron gran temor”. Lucas 2:9. La luz de José fue una gracia interior, guiándolo en medio de la oscuridad mental, y silenciando su temor respecto al niño que su esposa había concebido.

Pero la luz más grandiosa resplandeció en la experiencia de María, quien debe de haber percibido tan claramente a Dios, que la luz del Cristo en su pensamiento — revelando la verdad de que Dios es Espíritu y que Su creación, el hombre, es completamente espiritual — sólo puede compararse con una irradiación de luz solar. Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens), escribe lo siguiente acerca de la Virgen-madre en Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras: “La iluminación del sentido espiritual de María silenció la ley material y su sistema de generación, y dio a luz a su hijo por la revelación de la Verdad, demostrando que Dios es el Padre de los hombres”.Ciencia y Salud, pág. 29.

La luz que apareció a todos estos individuos, anunciaba la llegada de Cristo Jesús. Pero más que eso, expresó realmente al Cristo, la Ciencia divina o verdad del ser, que Jesús manifestó y mediante la cual realizó su obra sanadora.

Los mensajes de Dios, Sus ángeles — que Ciencia y Salud define como “intuiciones espirituales, puras y perfectas...” Ibid., pág. 581.— acompañaron la luz del Cristo que percibieron María y José, los pastores y los reyes magos. Presentándose, como lo hicieron, antes del nacimiento de Jesús, estos ángeles fueron la prueba de que el Cristo es eterno y que esos individuos deben de haber anhelado la Verdad. A tal grado abrigaban en su corazón y en su mente la humildad, sinceridad, pureza y paciencia que vieron la verdadera luz de la Navidad, el espíritu de Dios en la tierra. En las palabras de Ciencia y Salud: “A través de todas las generaciones, tanto antes como después de la era cristiana, el Cristo, como idea espiritual — reflejo de Dios — ha venido con cierta medida de poder y gracia a todos los que estaban preparados para recibir al Cristo, la Verdad”.Ibid., pág. 333.

Tomadas en conjunto, las experiencias de los reyes magos, de los pastores, de José y de María, marcan la aurora de la Navidad y pueden servir para ilustrar el despertar progresivo de la consciencia humana a la realidad espiritual.

Los reyes magos llamaron a Cristo Jesús “Rey de los judíos” y fueron en pos de una luz lejana a fin de encontrarlo. Como no eran judíos, el título que dieron al niño muestra la distinción y el honor que le acordaron. Sus actos indicaron aún más, pues obedecieron la advertencia divina de ocultarle al rey Herodes que habían hallado al niño.

Aun cuando no esté familiarizado con el Dios único, el pensamiento humano busca una esperanza en algo superior a sí mismo. Cuando lo hace, la luz puede parecer al principio remota y tenue, pero eso se debe solamente a que la Verdad aparece como exigua y distante a los sentidos limitados. Cuando nos volvemos hacia la luz, vislumbramos el bien y el poder en toda su pureza. Entonces la consciencia humana abandona sus tesoros terrenales ante la idea-Cristo y encuentra un sentido más profundo y más dulce del ser, y una razón más amplia para tener esperanzas.

Los pastores “que velaban y guardaban las vigilias de la noche sobre su rebaño” vieron y escucharon una noticia gloriosa: “Os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo el Señor”. Lucas 2:8, 11. Indudablemente que esos hombres eran judíos — y tal vez judíos muy devotos — que estaban esperando al Mesías prometido. ¡Imposible recibir nuevas más maravillosas que ésas!

El pensamiento humano en calma expectante abre el camino para que alboree la Verdad divina. La dedicación a las tareas cotidianas “velando y guardando las vigilias”, aun en la noche, nos prepara para sentir la gloria del Señor. El pensamiento alerta reconoce a su Mesías, su ideal del Cristo. En tales momentos, comprendemos el gozo y altruismo verdaderos, y nos sentimos impulsados, como los pastores, a compartir con otros las buenas nuevas.

José simboliza la fe que puede convertirse en entendimiento espiritual. La lealtad al bien, la confianza en las promesas e instrucción de Dios elevan el pensamiento a una nueva apreciación de la perfección y el poder de Dios. José pudo trascender lo meramente humano por medio de una completa sumisión a lo divino. Mediante un claro reconocimiento de que los caminos de Dios no son nuestros caminos, él incluso pudo dejar de lado temores que la opinión popular indudablemente hubiera considerado justificables. Es mediante tal confianza que nosotros también experimentamos cómo lo divino abraza lo humano. Nos sentimos a salvo y percibimos al Cristo como nuestro Salvador.

La maravilla del relato de Navidad corresponde a María. La Biblia nos habla de un ángel que se aparece trayéndole las nuevas sobre el niño que ella iba a concebir. Los mensajes divinos que recibieron los pastores y José, simplemente anunciaban la llegada del Cristo. Pero entre María y el ángel que se le presentó hubo comunicación. María le preguntó en sustancia: ¿Quién será el padre de este niño? La respuesta angelical a su pregunta reveló este hecho espiritual: el niño de María “será llamando Hijo de Dios” Lucas 1:35., porque Dios es su Padre.

El corazón puro está unido al cielo; ve a Dios, como lo declara la bienaventuranza. La comprensión espiritual está naturalmente en comunión con el Espíritu. No siente separación entre Dios y Su hijo porque tal separación no existe. Cuando vemos a Dios, percibimos también nuestra verdadera naturaleza, la verdad acerca de quiénes somos. Y el mensaje que recibimos es que el hijo de Dios es el único hijo; o sea, hijos e hijas de Dios es lo que realmente somos.

El Cristo representado en los radiantes momentos de la primera Navidad, nos enseña que quienes piden con humildad, reciben. Podemos pensar que estamos poniendo nuestras esperanzas en una Deidad lejana. Quizás creamos en un Cristo personal, en un Mesías humano. Quizás tengamos fe en Dios, pero que sólo nos veamos como seres humanos que necesitan salvación. Quizás hasta comprendamos que Dios es el verdadero Padre del hombre, la fuente de nuestro ser, y, por lo tanto, reconozcamos que somos, en realidad, inmortales y espirituales.

Aún así, el grado de comprensión que aparentemente tenemos de la Verdad, realmente no tiene importancia. Aun cuando los reyes magos, los pastores, José y María tuviesen diferentes perspectivas y diferentes necesidades, el Cristo llegó a cada uno de ellos allí donde él o ella estaba. Las esperanzas de los reyes magos se colmaron, las creencias de los pastores se cumplieron, la fe de José se justificó y las intuiciones y comprensión espirituales de María fueron confirmadas.

Cada año las luces en la época de Navidad vienen y se van. Pero la luz del Cristo es eternamente brillante, capaz de resplandecer en todos los corazones. El Cristo está con todos nosotros, conduciéndonos a lugares celestiales de la consciencia, donde reconocemos a extraños como parte de la familia, sentimos un solo latido donde están reunidos muchos corazones, damos testimonio de un niño, un Padre, un hogar, un amor. Eso es lo que el evangelio de Juan declara que es: “aquella luz verdadera, que alumbra a todo hombre, venía a este mundo”. Juan 1:9.

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