Un hombre a quien conozco se hallaba sin trabajo. Había renunciado a su empleo, pero la renuncia había sido impuesta. Esto le ocurrió al comienzo de lo que esperaba sería una carrera promisoria en una gran industria, y la tentación de sentirse incapaz, culpable y frustrado era fuerte. Pero, como estudiante de Ciencia Cristiana, este hombre sabía que tenía que resistir tal tentación.
Recurrió a Dios, el Espíritu, por medio de la oración, y pronto pudo ver que en vez de luchar con un sentido de fracaso personal, tenía que erradicar de sus pensamientos un sentido mortal y material de la vida.
Pero, ¿cómo podía hacerlo? Al principio, le fue difícil percibir el camino, pero al continuar orando comenzó a ver más claro que Dios, el Amor divino, está siempre presente. A menudo había leído en la Biblia que el hombre es creado a la imagen de Dios; por lo tanto, llegó a la conclusión de que eternamente estaba presente la posibilidad de demostrar que él realmente era la imagen o reflejo espiritual de Dios.
Podríamos decir que él tuvo que hacer la decisión de elegir quién era realmente: si un mortal incapaz e incompleto o la imagen de Dios, el Amor divino. Ambos conceptos le parecían reales, aun cuando veía que ambos no podían realmente ser verdaderos. En efecto, eran opuestos y completamente separados el uno del otro, a pesar de que pretendían ocupar el mismo lugar.
A medida que, por medio de la oración, se comunicaba con Dios, la Mente divina, percibía cuál era el concepto que quería entender, aceptar y vivir. Era el divino. Allí mismo, en ese mismo instante, este hombre resolvió rechazar el falso sentido mortal de sí mismo, que lo veía como sujeto a fracasos, casualidades o pérdidas.
No rechazó su vida diaria, ni a las personas en su vida, pero sí rechazó el concepto en su vida de que él era algo separado de Dios. Rechazó lo que los pensamientos mundanos decían acerca de él y rehusó dejarse impresionar por sus crueles afirmaciones. No aceptó el resentimiento, la frustración, la condenación propia. En su deseo de escuchar a Dios, descartó todo pensamiento que él sospechaba que no procedía del Amor divino.
Al admitir que Dios es la única Mente, la Mente del hombre, cedió devotamente a lo que su Dios le estaba revelando acerca de su ser verdadero. Percibió que su único empleo era glorificar a Dios. Mientras se desempeñaba en diferentes trabajos que no duraron, siguió progresando al orar diariamente, y a veces cada hora, para obtener un nivel de pensamiento más elevado y más sagrado donde pudiera sinceramente admitir que Dios y Su creación era lo único que realmente estaba presente. Entonces, vio claramente que su verdadera identidad era espiritual, perfecta y completa en Dios.
A medida que continuaba reconociendo y nutriendo su comprensión de la espiritualidad, mediante su comunión con la única Mente, todo lo que parecía una situación sin esperanza, empezó a cambiar. Su forzada renuncia a su empleo se convirtió en un paso para ser un productor independiente en su industria. Le encantaba su nuevo trabajo —era remunerador y satisfactorio— pero él me dijo que lo mejor de toda esta experiencia fue que encontró su propia espiritualidad y el conocimiento de que un aparente fracaso no es el final. Más allá del fracaso puede haber progreso espiritual, y si nuestros pensamientos y esfuerzos tienen una base espiritual para su esperanza, podemos avanzar hacia ese progreso.
Si se considera al hombre como a un ser material, a la deriva en un universo hostil, no tenemos una base para la esperanza. Pero el hombre creado a la imagen de Dios y gobernado por Dios, el Amor, siempre expresa el bien infinito del Amor.
“¡Pero ése no soy yo!”, puede que usted diga. Mas piense otra vez. ¿Ha sentido usted a veces, intuitivamente, que alguna circunstancia errónea no debiera ser así? ¿Se ha rebelado contra ella y ha decidido que, aun cuando todo parece andar mal, eso no es la palabra final sobre la existencia? Si éste ha sido el caso, entonces usted ha estado recapacitando acerca de su verdadero ser, el hombre creado por Dios.
Muchos hemos tenido, de cuando en cuando, vislumbres del hombre espiritual. Si seguimos adelante con ese entendimiento y no lo pasamos por alto, la integridad y la armonía espiritual espiritual del ser nos son más tangibles. Vemos que los conceptos espirituales y las elevadas cualidades del pensamiento nos interesan mucho más que los meros objetos físicos o la manera de pensar material. No nos volvemos fríos o indiferentes hacia lo que nos rodea, sino al contrario, reconocemos el hecho acerca de la naturaleza espiritual del hombre y vivimos más persistentemente en conformidad con nuestro nuevo reconocimiento.
Si estamos esperando, pero todavía no experimentando, el bien que emana del Espíritu, sólo tenemos que seguir adelante en este mismo camino mental. ¡No nos detengamos! Hay una jornada, un movimiento mental y espiritual en ello. En lugar de dejarnos impresionar por las imágenes negativas, que son como sueños de la mortalidad, avanzaremos espiritualmente hacia ese “abrigo del Altísimo”, Salmo 91:1. como lo dice el Salmista, donde sólo podemos aceptar lo que nos dice la Mente acerca de cualquier situación determinada.
Cuando, mediante la oración, enfocamos solamente el hecho espiritual, comenzamos a abandonar un sentido mortal de la vida. Nos ponemos en conformidad con el Cristo y vemos que Dios, el Alma, y nada más, nos ha formado. El libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud por la Sra. Eddy, nos muestra que es Dios quien impulsa este paso progresivo. “Enteramente separada de la creencia y del sueño de la existencia material, está la Vida divina, que revela la comprensión espiritual y la consciencia del señorío que el hombre tiene sobre toda la tierra”.Ciencia y Salud, pág. 14. El reconocimiento de que la vida es más que “la creencia y [el] sueño de la existencia material”, nos salva si estamos preparados para aprender acerca del verdadero sentido de la Vida, que es Dios.
El fracaso jamás es el final de una experiencia, aun cuando a veces puede parecer que es una posición intermedia. Pero la comprensión espiritual no confunde el final con lo intermedio. Se sigue avanzando allí donde un mero esfuerzo humano dejaría de hacerlo. Escuchar y obedecer al Espíritu nos muestra el camino para liberarnos de todo resentimiento, irritabilidad, temor, dolor, desesperación o cualquiera que sea el desafío. Nuestra santidad —la pureza de la naturaleza del hombre como reflejo de Dios— nos salva cuando la comprendemos y vivimos.
Mediante la comunicación diaria con la Mente, buscamos, de manera natural, pensamientos más divinos y conceptos más santos. Comenzamos a valorarlos y a honrarlos como quizás nunca lo hayamos hecho antes, porque estamos recurriendo solamente al Espíritu para tener la palabra final respecto a la realidad. Con gozosa admiración notamos una purificación de nuestros pensamientos y sentimientos. Damos nuevo énfasis a la capacidad de amar con pureza, de ser abnegados e inocentes. A medida que las intuiciones espirituales que el Amor divino imparte nos son más tangibles, reales y queridas, vemos que una mentalidad de ánimo espiritual está emergiendo en nosotros y gobernando nuestra vida, y que confiamos en el Espíritu.
La base material del pensamiento ha comenzado a cambiar, según lo que Ciencia y Salud define como “química moral”. El libro de texto explica: “Así como de la combinación de un ácido y un álcali resulta una tercera cualidad, la química mental y moral transforma la base material del pensamiento, espiritualizando más a la consciencia y haciendo que dependa menos de la evidencia material. Esos cambios que se efectúan en la mente mortal sirven para reconstruir el cuerpo”.Ibid., pág. 422.
Fue la espiritualidad que Cristo Jesús demostró lo que lo salvó en la tumba. Jesús se negó a aceptar el odio de sus enemigos y el concepto de que la muerte es el final. Es posible que, inmediatamente después de la crucifixión, muchos pensaron que el Maestro había fracasado totalmente. Pero Jesús no se dejó vencer porque la Vida divina y su propia inocencia y fortaleza espirituales no lo permitieron. Aun cuando es posible que haya pasado por momentos de desesperación cuando estaba en la cruz, esos momentos no gobernaron la situación. Solamente Dios, la Vida, gobierna. Y la demostración de Jesús acerca de la espiritualidad del hombre lo capacitó para comprobar este hecho.
Debemos reconocer y demostrar en nuestras oraciones y diario vivir la espiritualidad dada por Dios al hombre. Debemos estar alerta para asegurarnos de que las cualidades divinas tengan prioridad en nuestros pensamientos y acciones. A medida que lo hacemos, descubrimos más de nuestro ser verdadero. El someternos a Dios de esta manera, quita de nuestro concepto acerca del hombre el velo de la mortalidad y permite que nuestra espiritualidad divinamente otorgada salga a luz. Esta espiritualidad es nuestra fortaleza.
A medida que nutrimos, practicamos y nos regocijamos en la espiritualidad pura, ésta viene a nuestro rescate en momentos de necesidad. Vemos que nuestras esperanzas de salud y felicidad tienen una base espiritual que no puede ser negada, y no nos sentimos vencidos a mitad del camino porque sabemos bien en qué estamos confiando.