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La oración confiada del cristiano

Del número de mayo de 1988 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Quienes se sienten afligidos, que sufren, que luchan por abrirse camino en la vida, que enfrentan pérdidas o penas, quizás estén pasando por lo que a veces se llama crisis de confianza, lo cual es muy comprensible. Las dudas pueden parecer muchas. ¿Qué sentido tiene la vida? ¿Para qué continuar? ¿Para qué seguir luchando? ¿Dónde está Dios? ¿Puede Dios —puede algo— realmente hacer una diferencia?

La Ciencia Cristiana ha ayudado a muchos a contestar sus dudas, a encontrar un propósito en la vida, a encontrar a Dios y obtener curación. El mensaje de la Biblia nos da la seguridad de que podemos aprender a orar con un significado y con resultados. La comunión con Dios puede elevarse sobre un ruego vacilante, sin convicción, que trata de obtener el favor divino o la intervención especial. Podemos aprender a orar con confianza, confianza en el poder y la presencia de Dios.

Esta no es una oración nacida del egotismo, el orgullo o la superioridad personal; tampoco es una opinión humana que confía en sí misma, convencida de lo que Dios debería hacer. Más bien, es una humilde comprensión de que Dios verdaderamente es Todo-en-todo para nosotros. Es una firme y serena confianza de que el amor de Dios tiene una respuesta para toda necesidad humana y que podemos saber cuál es Su voluntad para nosotros y seguirla. El Antiguo Testamento promete: “En quietud y en confianza será vuestra fortaleza”. Isa. 30:15.

La experiencia cristiana muestra claramente que la voluntad humana, por firme o persuasiva que sea, no ofrece una oportunidad verdadera para superar la enfermedad o la pérdida, el pecado o la desesperación en forma completa y permanente. El sentido espiritual nos dice que sólo la voluntad de Dios puede dirigir nuestra vida adecuada y apropiadamente. Cuando oramos como Cristo Jesús enseñó a sus discípulos: “Hágase tu voluntad”, Mateo 6:10. estamos orando la oración confiada. En realidad, orar: “Hágase tu voluntad”, es reconocer el hecho espiritual de que la voluntad de Dios se hará y está hecha.

Conformar nuestro pensamiento y nuestra vida a la soberanía de la voluntad divina, tiene sus efectos aun en los sucesos diarios de la experiencia humana. Gradualmente, más y más de lo que hacemos y decimos expresará lo que Dios quiere que hagamos o digamos. La vida es bendecida con una firme confianza en los designios y medios divinos por encima de cualquier otro medio.

Sin embargo, para que esa confianza sea algo más que una simple esperanza temporaria o una actitud de autoconfianza que puede perderse con la primera tormenta que encontremos, es necesario que nuestra seguridad esté arraigada en la verdad espiritual. La confianza tiene que estar fundamentada sobre el entendimiento y la demostración de la realidad divina, de lo que es Dios y lo que es el hombre.

La Biblia y el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud por la Sra. Eddy, revelan la naturaleza de Dios como autoridad suprema, el único poder: omnipotente, omnisciente y omnipresente. El empezar a vislumbrar el gran poder que tiene Dios para gobernar y mantener a Su creación, disminuye sustancialmente nuestra creencia en otros poderes o nuestro temor a ellos, creencia en aparentes causas de discordia, tristeza o enfermedad. El hecho espiritual es que sólo hay un poder, una causa, y que ese único poder es Dios; el poder es el bien. El reconocer esta verdad, aun en pequeño grado, inspira una convicción sólida. Reconocer esta verdad mediante la oración, basada en nuestro entendimiento espiritual, es orar con confianza, y podemos persistir en esa confianza hasta que veamos la respuesta de Dios.

A medida que obtenemos una comprensión y convicción más profundas de la naturaleza de Dios —que El es, en efecto, lo que Su Palabra declara en las Escrituras que El es— también obtenemos un mayor entendimiento de lo que el hombre realmente es como creación de Dios. El mensaje inspirado de la Biblia y las inspiradoras demostraciones de curación hechas por Jesús, nos muestran un Dios —el único Dios— que es Espíritu, Amor que todo lo abarca, Verdad pura, Vida eterna. Dios es el bien, el bien invariable, todo el bien. Y puesto que Dios crea al hombre para ser Su imagen, el hombre —nuestro propio ser verdadero— debe ser espiritual, amoroso, verdadero, vital, conociendo y expresando sólo el bien que es Dios.

El hombre no puede ser definido o confinado por la materia o la corporalidad si refleja al Espíritu infinito, la Mente divina. Dios, el Espíritu, es nuestro Padre, nuestro creador. El hijo de Dios es heredero de la realidad divina, no de la mortalidad. La confianza del sentido espiritual, apremiándonos a comprender que la creación de Dios debe reflejar Su naturaleza y bondad fundamentales, nos da tal sentido de dignidad y propósito que las imposiciones de desaliento o temor necesariamente deben desvanecerse del pensamiento.

Mediante nuestro entendimiento espiritual de Dios y el hombre, obtenemos la convicción del más elevado propósito y bondad de la vida; construimos nuestra confianza sobre el hecho de que la verdad de Dios y el hombre es la verdad sanadora. La verdad espiritual tiene un poderoso efecto en la experiencia humana. En el grado en que la realidad divina es aceptada y comprendida en la oración, transforma la base misma de nuestro pensamiento. Y cuando el pensamiento cambia radicalmente a favor de la Verdad divina, mucho en nuestra vida debe cambiar. Pensamientos enfermizos y cuerpos enfermos cambian. Se produce la curación.

La Sra. Eddy reconoció que en la oración radica la gran diferencia para la vida humana. Ella se complacía en orar y dio a sus estudiantes una gran orientación sobre la importancia de la oración en la vida diaria. En una ocasión, respondiendo al crítico que falsamente había dicho de ella: “.. . la Sra. Eddy no es dada a la oración”, ella escribió: “Tres veces al día, me retiro para implorar la bendición divina para los enfermos y los afligidos, con el rostro vuelto hacia la Jerusalén del Amor y la Verdad, en oración silenciosa al Padre que ‘ve en lo secreto’ y con la confianza de un niño de que El me recompensará ‘en público’. En medio de cuidados y labores agobiantes me vuelvo constantemente al Amor divino para que me guíe, y hallo descanso”.Escritos Misceláneos, pág. 133.

Indudablemente es de vital importancia entender la verdad espiritual fundamental sobre la cual la oración confiada del cristiano —con su natural expectativa de curación— debe estar fundada. Sin embargo, las más hermosas declaraciones de afirmaciones de la Verdad pueden ser desalentadoras si hemos pasado por alto lo que es indispensable para progresar, es decir, lo que siempre se requiere de nosotros en términos de autoexamen y regeneración práctica.

La Ciencia del cristianismo exige que cada seguidor se esfuerce sinceramente por conformar su vida a la ley moral y espiritual de Dios. Es prácticamente imposible estar confiado en la desobediencia. Podemos examinar con regularidad nuestro pensamiento para ver a qué nos estamos aferrando: ¿estamos sirviendo a los ídolos de la sensualidad, la riqueza material o el poder personal para satisfacer los deseos egocéntricos? ¿O estamos haciendo humildemente todo lo que podemos para seguir los mandamientos de Dios, encarando con sinceridad nuestra necesidad de hacer las cosas mejor cuando necesitamos hacerlas mejor? Podemos mirar dentro de nuestro corazón y ver cuánto de nuestra vida estamos dando sin egoísmo al servicio de Dios, para glorificar a Dios. ¿Nos amamos unos a otros como Jesús amó?

A medida que respondemos a nuestro autoexamen (no a la opinión o el juicio personal de otro) y hacemos un sincero esfuerzo por cumplir con las continuas exigencias de crecimiento espiritual, nuestra oración será cada vez más una verdadera y constante oración confiada. El Nuevo Testamento nos habla a todos: “Amados, si nuestro corazón no nos reprende, confianza tenemos en Dios; y cualquiera cosa que pidiéremos la recibiremos de él, porque guardamos sus mandamientos, y hacemos las cosas que son agradables delante de él”. 1 Juan 3:21, 22.


Tú guardarás en completa paz a aquel
cuyo pensamiento en ti persevera;
porque en ti ha confiado.
Confiad en Jehová perpetuamente.

Isaías 26:3, 4

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