He sentido verdadero aprecio por la Ciencia Cristiana desde que era joven. Pero no fue hasta que dejé mi casa para ir a la universidad que realmente comencé a comprobar estas enseñanzas. Durante ese período, percibí cómo el estudio diario de la Ciencia Cristiana eleva y bendice nuestras vidas.
Aunque disfrutaba de los temas académicos en la universidad, me di cuenta de que mi verdadera meta —ya sea como estudiante o como participante de cualquier otra actividad— era aprender más sobre Dios y mi relación con El como Su expresión, y que lo más importante era demostrar lo que estaba aprendiendo.
Mientras estudiaba en la universidad, tuve que luchar durante varias semanas con un serio problema físico. La curación se produjo mediante la Ciencia Cristiana. Pero ocurrió cuando me faltaban unos pocos días para rendir un examen en uno de mis cursos. Estaba informado acerca de la fecha del examen, pero no había podido estudiar durante el período en que no me había sentido bien. De modo que comencé a preocuparme.
Durante años, había creído que la Ciencia Cristiana era principalmente para la curación de problemas físicos. Pero, al concurrir a la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana y a las reuniones de la organización universitaria de la Ciencia Cristiana, me enteré de que toda clase de situaciones discordantes —físicas, económicas, emocionales, y demás— habían sido sanadas por medio de la Ciencia Cristiana.
Al comenzar a prepararme para este examen, decidí apoyarme por completo en Dios. Mi motivación era la de expresar a Dios, la inteligencia divina. A medida que buscaba humildemente la dirección de Dios, sentí, sin ninguna sombra de duda, que debía dedicar el poco tiempo que me quedaba a prepararme para la parte escrita del examen. Obedecí a esta intuición espiritual y hasta fui a ver a un ayudante de cátedra para tratar una variedad de conceptos, que, según creía, serían el tópico del examen escrito. Aunque no pude dedicar mucho tiempo al estudio, me presenté al examen sintiendo que estaba bien preparado.
El ayudante de cátedra a cargo del examen nos hizo sobresaltar al anunciarnos que se habían perdido la mitad de los mil doscientos exámenes. De manera que pocos minutos antes del examen, los ochos ayudantes de cátedra rápidamente prepararon otro examen, que fue el que rendimos.
Demás está decir que para mí esto fue una prueba de que, cuando recurrimos a Dios de todo corazón para que nos guíe, somos conducidos en la dirección correcta. Los 99,5 puntos que obtuve (de un total de 100) fueron simplemente una gratificación adicional. (A modo de comentario, el profesor nos dijo después que cuando habían ido a pintar su oficina a comienzos de esa semana, una caja que contenía exámenes había sido colocada por equivocación en otra oficina.)
En el verano siguiente, tomé instrucción en clase de Ciencia Cristiana y me encantaron todas las nuevas ideas que me fueron presentadas. En la clase se nos enseñó la manera de orar por nosotros mismos de una forma eficaz; cómo dar un tratamiento en la Ciencia Cristiana. Cuando comenzaron nuevamente las clases, sentí gran satisfacción al poder poner en práctica lo que había aprendido en clase.
Tiempo después, tuve un problema físico. Durante varios días, se había ido acumulando una presión en la cabeza, haciéndome sentir dolores muy fuertes. Oré, reconociendo mi naturaleza real como hijo de Dios, y sentí que estaba orando por mí de un modo bastante eficaz.
Sin embargo, durante los días subsiguientes, aunque pude continuar cumpliendo con mis obligaciones, seguía sintiendo bastante dolor. Un día, mientras esperaba que comenzara una clase, sintiendo conmiseración propia, recurrí a Dios con el corazón lleno de humildad. Entonces me di cuenta de que había estado haciendo el trabajo de curación innecesariamente difícil. Había estado tan determinado a sanar el problema mediante mis propias oraciones devotas, que había omitido reconocer a Dios como el único poder sanador verdadero.
Había leído relatos de que alumnos de la Sra. Eddy tenían numerosos pacientes esperando para ser sanados a las puertas de sus oficinas de practicistas. Una tras otra, las curaciones se realizaban sin esfuerzos. Estos estudiantes veían la verdad y comprendían la presencia y el poder de Dios con tanta claridad que las curaciones se efectuaban naturalmente. Tan pronto como comprendí que Dios es el poder sanador y que nuestra tarea es dejar que la verdad brille a través de nuestras vidas, la presión en la cabeza cedió rápidamente y sin dolor. Ciertamente, la base de esa curación había sido establecida durante mis oraciones diarias y los esfuerzos sinceros que había hecho hasta ese punto. Pero la curación completa vino en forma instantánea, cuando finalmente dejé de lado ese sentido falso de responsabilidad y permití que la Verdad me sanara. Quedé maravillado por la simplicidad que esto encerraba.
Por las curaciones relatadas aquí y un sinnúmero de otras, por las lecciones que aprendí y el progreso espiritual que logré, estoy realmente agradecido. Siento un profundo aprecio por el papel que desempeñan los practicistas y las organizaciones universitarias de la Ciencia Cristiana en diversas partes del mundo.
Arlington Heights, Illinois, E.U.A.