Cuando era niña, amaba las verdades de la Ciencia Cristiana; pero al terminar mis estudios escolares, este amor a veces era más académico que vital y práctico. Cuando enfrentaba un desafío, me veía tentada a sentirme abrumada. Sabía que había muchas verdades maravillosas en las que podía confiar, y ponía todo mi empeño para entenderlas; pero no estaba segura acerca de cuál de estas verdades sería la correcta para sanar la dificultad que enfrentaba en ese momento. Lo que necesitaba era un sentido más claro de la naturaleza científica de la Ciencia Cristiana.
Lo que es verdaderamente científico no deja nada la azar. Su firmeza puede ser demostrada. Tiene una base en la ley, una base en la que se puede confiar. Para ver precisamente cuán demostrable y confiable es la Ciencia del Cristo, yo necesitaba entender y vivir más firmemente, partiendo de la base de sus verdades.
El hecho de que un Dios incorpóreo que es todo amor, Principio divino, ha creado al hombre a Su imagen y semejanza, es fundamental en la práctica de esta Ciencia. Todo lo que es real manifiesta este Principio que es Espíritu, no materia. El hombre, como la expresión del Espíritu divino, es completamente espiritual. Está bajo la jurisdicción de Dios, no de la materia. Y este hecho espiritual puede ser probado científicamente en demostraciones del dominio de Dios.
Una noche en que asistí a una reunión de testimonios de los miércoles en una iglesia filial de la Iglesia de Cristo, Científico, percibí algo que fue indispensable para comprender cómo se efectúan estas demostraciones. Un miembro de la congregación, al dar testimonio del poder sanador de Dios, dijo que el entender el hecho espiritual contrario había sido vital para su curación. Las palabras resonaron en mis oídos, y sentí que Dios tenía un mensaje para mí en el significado de esas palabras. Cuando regresé a casa, busqué esta frase en los escritos de la Sra. Eddy. Encontré que ella menciona hecho contrario una sola vez en sus escritos, y dice: “El hecho contrario relativo a cualquier enfermedad es necesario para sanarla. El declarar la verdad tiene por objeto reprender y destruir el error”.Ciencia y Salud, pág. 233.
Gradualmente me di cuenta de que el hecho espiritual contrario tenía que ser la verdad de Dios y el hombre que corrige el concepto equivocado de que el hombre es material, propenso a la enfermedad, que es pecador y mortal. Para corregir cualquier equivocación necesitamos los hechos; y para corregir una equivocación o una mentira acerca de Dios y el hombre, necesitamos el hecho espiritual exacto que da testimonio del Principio y su semejanza, y los trae a luz.
Llegué a comprender que como el Espíritu divino es todo sustancia e inteligencia verdaderas, el único lugar en que cualquier error podía pretender existir debía ser en una consciencia mortal equivocada, “equivocada” porque Dios es la única inteligencia, la única Mente. Cuando esta falsa consciencia es enfrentada con la verdad espiritual, la equivocación —la mentira— debe ceder a la evidencia del Espíritu y su creación.
Más adelante, aprendí otra lección maravillosa. Comprendí que la Mente divina revela el necesario hecho espiritual contrario a la consciencia que espera con humildad. En la oración no tiene por qué haber un largo proceso de búsqueda de la verdad que contrarreste la equivocación. Pero sí necesitamos escuchar serenamente lo que la Mente nos revela.
A veces, podemos sentirnos confundidos o perplejos acerca de lo que necesita ser corregido. La oración humilde y sincera, que confía en Dios y entiende su amor siempre presente, nos hace receptivos al Cristo, la Verdad; y la Verdad hace que el error sea identificado y destruido. Esto no requiere un sondeo intelectual o psicológico. El ceder la Cristo es lo que expone la mentira y revela el hecho espiritual.
¿Cuántas veces perdemos el tiempo contemplando la equivocación, la mentira —creyendo que es algo, temiéndola— en lugar de rechazarla inmediatamente y reemplazarla con la verdad específica que la corrige? Si hemos estado aceptando una mentira como real y no hemos logrado identificarla como nada —como no formando parte de Dios o del hombre— podemos comenzar a liberarnos de ella entendiendo que nosotros somos el reflejo de la única Mente divina, omnisciente. Cuando obedecemos a esta Mente, el pensamiento y la vida se ponen en armonía con Dios. Estamos más dispuestos a aceptar el hecho espiritual y ver la irrealidad de la falsedad que nos ha engañado.
En sus escritos, la Sra. Eddy habla con frecuencia del poder de la Verdad para invertir el proceso de creer en los sentidos materiales y de escuchar o mirar lo que éstos proponen como realidad fundamental. El Espíritu es nuestra fuente de vida y bienestar; es el Principio divino, nuestra sustancia misma. Nuestra Guía escribe: “Con su prueba divina, la Ciencia invierte el testimonio del sentido material”.Ibid., pág. 215. Esta inversión descansa sobre los hechos espiritualmente científicos del ser, es decir, que la ley de Dios gobierna al hombre. En efecto, estamos invirtiendo el veredicto de lo que parece ser ley al apelar a la ley verdadera de Dios, que siempre asegura la armonía. Ciencia y Salud declara: “Dios nunca decretó una ley material para anular la leys espiritual”.Ibid., pág. 273. Cuando nos damos cuenta de que la ley material se basa en el error fundamental que resulta del testimonio siempre cambiante de los sentidos materiales, recurrimos sinceramente a la ley divina de la armonía, que es invariable e irrefutable.
A medida que trabajaba para entender los hechos espirituales, maravillosos cambios comenzaron a tener lugar en mi vida. Cuando aprendí que Dios ya le ha dado a cada uno de Sus amados hijos una integridad espiritual invariable y perfecta, o buena salud, comencé a desafiar las supuestas leyes de contagio, herencia y la creencia de que uno está expuesto a las condiciones del tiempo. Y comencé a tener un sentido mucho mejor de la salud. Otros miembros de mi familia también fueron bendecidos en ese aspecto. Por ejemplo, resfríos, gripe y malestares estomacales simplemente desaparecieron por no haber quien creyera en ellos.
Uno de nuestros hijos siempre había corrido de una manera extraña que parecía contraída, a menudo con los brazos pegados al cuerpo y los puños cerrados. El niño se quedaba con frecuencia sin aliento después de correr y a veces tenía una tos semejante al crup. Después que, en gran parte, me liberé mentalmente del temor, esa situación cambió. Estaba aprendiendo a mantenerme aferrada al hecho espiritual y a ver al niño como el reflejo totalmente espiritual de su Padre-Madre Dios. Comprendí que él siempre había expresado la perfección de Dios, y siempre estuvo libre de las falsas pretensiones de herencia y vida en la materia. Estaba aprendiendo a reconocer el Espíritu divino como la única sustancia del niño.
Pude comprender que Dios nunca sentenciaría a Su hijo amado al dolor, la enfermedad o la limitación. El Amor divino ve a su creación como representando su plenitud: salud perfecta, ser armonioso, acción y funcionamiento correctos. Estas verdades, firmemente mantenidas y vividas, actuaron como agente sanador.
Pero yo no me había dado cuenta de que la curación se estaba efectuando hasta una noche de fin de año en que el niño pidió quedarse levantado hasta tarde para recibir el Año Nuevo por primera vez. Se lo permití. Al sonar la campanada de la medianoche, oí el estruendo de cacerolas al ser golpeadas en el porche de entrada. Poco después, miré hacia afuera, hacia la noche terriblemente fría. Allí estaba ese mismo muchachito, todo abrigado, corriendo libremente en un alegre abandono en medio de la calle, con la cabeza echada hacia atrás, mirando las estrellas. Con los brazos extendidos y una luz de Bengala en cada mano, trazaba grandes círculos de luz. Me di cuenta de que no estaba asustada en lo más mínimo por el niño a causa del tiempo. Con toda humildad, me regocijé por las bendiciones que la Verdad había traído a nuestra familia.
Encontrar el hecho contrario espiritual puede ser un ejercicio de alegría y dominio; trae, no simplemente curación para nuestros problemas diarios, sino también el despertar del pensamiento para recibir el bien infinito siempre presente de Dios.
¿Por qué querría alguien simpatizar con un error cuando ese error es una negación de la presencia y del poder de Dios, el Amor infinito? Allí mismo donde la manifestación del error parece estar, Dios se está expresando a Sí Mismo completa y perfectamente. Cuanto más amamos a Dios y al hombre, Su expresión, tanto más fácil es reconocer la verdad. Algún día estaremos tan ocupados reconociendo y amando el hecho espiritual contrario, que no nos sentiremos tentados a creer en ninguna mentira ni aun por un segundo.
En las palabras de la Tercera Epístola de Juan: “Amado, no imites lo malo, sino lo bueno”. 3 Juan 1:11. Este conocimiento firme de la Verdad y el bien y el adherirse a ellos, debe tener un efecto inspirador y sanador que nos bendice a nosotros, a quienes nos rodean y al mundo.