Cuando era niña, amaba las verdades de la Ciencia Cristiana; pero al terminar mis estudios escolares, este amor a veces era más académico que vital y práctico. Cuando enfrentaba un desafío, me veía tentada a sentirme abrumada. Sabía que había muchas verdades maravillosas en las que podía confiar, y ponía todo mi empeño para entenderlas; pero no estaba segura acerca de cuál de estas verdades sería la correcta para sanar la dificultad que enfrentaba en ese momento. Lo que necesitaba era un sentido más claro de la naturaleza científica de la Ciencia Cristiana.
Lo que es verdaderamente científico no deja nada la azar. Su firmeza puede ser demostrada. Tiene una base en la ley, una base en la que se puede confiar. Para ver precisamente cuán demostrable y confiable es la Ciencia del Cristo, yo necesitaba entender y vivir más firmemente, partiendo de la base de sus verdades.
El hecho de que un Dios incorpóreo que es todo amor, Principio divino, ha creado al hombre a Su imagen y semejanza, es fundamental en la práctica de esta Ciencia. Todo lo que es real manifiesta este Principio que es Espíritu, no materia. El hombre, como la expresión del Espíritu divino, es completamente espiritual. Está bajo la jurisdicción de Dios, no de la materia. Y este hecho espiritual puede ser probado científicamente en demostraciones del dominio de Dios.
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