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El espíritu sanador del Cristo, la Verdad, y su sabio consejo están...

Del número de julio de 1988 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


El espíritu sanador del Cristo, la Verdad, y su sabio consejo están siempre a nuestro alcance, como declaran los libros de texto de la Ciencia Cristiana, la Biblia, y Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras por la Sra. Eddy. Estoy profundamente agradecido por esta divina influencia siempre presente.

Durante mis primeros años, las llamadas enfermedades de la infancia como varicela y paperas fueron sanadas rápida y eficazmente por medio del tratamiento de la Ciencia Cristiana. Antes de los trece años de edad fui a un campamento de verano, y una severa quemadura de sol que me produjo grandes ampollas en los hombros fue tratada solamente por medio de la Ciencia Cristiana. El dolor desapareció y la piel volvió a su estado normal en poco tiempo. También, cuando era adolescente, sufrí graves quemaduras en una pierna producidas por gasolina encendida, y fueron sanadas por medio de la oración, sin dejar cicatriz alguna.

Poco después de graduarme en la universidad, y justo antes de comenzar a trabajar en una gran cadena de tiendas, fui a esquiar con unos amigos, era la primera vez que intentaba ese deporte. Al deslizarme con los esquíes por primera vez, caí y me torcí el tobillo tan gravemente que la patrulla de esquí tuvo que llevarme de vuelta a la cabaña. No permití que me sacaran radiografías, y traté de orar por mí mismo. Mis amigos, que también eran Científicos Cristianos, me ayudaron mucho a calmar mis temores recordándome las realidades fundamentales de mi ser espiritual.

Cuando volví a la ciudad el domingo por la tarde, llamé a un practicista de la Ciencia Cristiana para que me ayudara. Era indispensable que estuviera en mi trabajo el lunes y los días siguientes durante las dos primeras semanas, pues tenía que asistir a unos cursos de administración.

Estuve de pie todo ese lunes, ya que era supervisor de un piso en uno de los departamentos de ventas. Por momentos el dolor y otros síntomas eran alarmantes. Pero llamaba por teléfono al practicista más o menos cada dos horas, y esto me ayudó a elevar mi pensamiento hacia Dios, el Espíritu, apartándolo del cuerpo.

Reflexioné sobre esta declaración de Ciencia y Salud por Mary Baker Eddy: “La anatomía, espiritualmente comprendida, es autoconocimiento mental y consiste en la disección de pensamientos para descubrir su calidad, cantidad y origen. ¿Son divinos los pensamientos o son humanos? Esa es la cuestión importante” (pág. 462). A medida que escudriñaba mi pensamiento para descubrir cualquier vestigio de temor o sugestiones de síntomas físicos, fui reemplazando estas sugestiones con el reconocimiento de la integridad de mi ser como idea de la Mente divina, los síntomas pronto desaparecieron. Antes del fin de semana, ya caminaba normalmente. La pierna y el tobillo habían recobrado su aspecto normal y su funcionamiento.

Pocos años después de esto, tuve una experiencia mediante la cual obtuve valiosas lecciones que permanecen vívidas.

Una noche, ya muy tarde, iba manejando muy apurado por llegar a casa. En un sector de la ciudad que había sido aterrorizado por pandillas en motocicletas que atacaban a los automovilistas, pasé a tres motociclistas justo en un tramo desierto de la carretera. (Había leído en el diario relatos sobre las actividades criminales de esas pandillas y sentía temor y hostilidad hacia ellos.) Mi auto salpicó a los tres motociclistas al pasar sobre un charco sin darme cuenta. Después de una corta persecución, me obligaron a parar. Pronto estuve fuera del auto, y me golpearon hasta que perdí brevemente el conocimiento. Cuando volví en sí, los motociclistas se fueron. Subí al auto y logré manejar hasta mi casa (aunque para entonces ya tenía un ojo cerrado a causa de los golpes) y me lavé. Luego, oré y estudié lo mejor que pude la Biblia y los escritos de la Sra. Eddy.

Ciencia y Salud pone énfasis en que toda experiencia es mental, no física; en que la realidad es Dios, el bien, la Mente perfecta, incluso su manifestación perfecta e infinita, el hombre; en que lo que San Pablo describe como “la mente carnal” (ver Romanos 8:7) —todo lo que se oponga a Dios— es irreal.

Una clara declaración de la realidad espiritual expuesta en Ciencia y Salud apartó mi pensamiento del cuerpo hacia el Espíritu; esto trajo como resultado una mejoría en la inflamación, y en el cambio de color que había comenzado a aparecer: “El Espíritu bendice la multiplicación de sus puras y perfectas ideas. De los elementos infinitos de la Mente única emanan toda forma, color, cualidad y cantidad, y éstos son mentales, tanto primaria como secundariamente” (pág. 512). Dos profundas heridas en mi rostro comenzaron a cerrarse. A la mañana siguiente, había poca evidencia de los golpes. Fui a mi oficina como siempre, no hice mención alguna del incidente y nadie me hizo preguntas.

Pensé que ahora la curación ya era total. Pero dos semanas después, comencé a despertarme varias veces durante la noche, aterrorizado por imágenes del incidente que se repetían. Y aparecieron cicatrices en mi rostro, justo donde antes estaban las dos heridas que se habían cerrado sin dejar huella alguna. Era obvio que tenía que orar más.

Entonces medité sobre este pasaje en Eclesiastés: “Aquello que fue, ya es; y lo que ha de ser, fue ya; y Dios restaura lo que pasó” (3:15). Me esforcé por saber lo que Dios sabe, a conformar mi pensamiento y mi vida (ya sea que se le llame “pasado”, “presente” o “futuro”) a Su creación, la creación del Espíritu. Habacuc, refiriéndose a Dios, dice: “Muy limpio eres de ojos para ver el mal” (1:13).

Mi tratamiento metafísico inicial había encarado con éxito los efectos inmediatos que el altercado había tenido sobre mí. Pero los pensamientos que aún mantenía sobre esos tres motociclistas también necesitaban ser resueltos espiritualmente. Persistí en identificar correctamente a cada individuo con la Mente divina, como Su idea espiritual, el hombre. Continué manteniendo fielmente en mi pensamiento esos conceptos durante unos días, especialmente en la noche antes de irme a dormir. En pocos días, las pesadillas desaparecieron y jamás volvieron a presentarse. Las cicatrices desaparecieron junto con las pesadillas.

La Ciencia Cristiana ha sido un amigo infalible y guía espiritual. Me ha mostrado, de manera más completa, lo profundo de la Biblia, me ha alertado y ha corregido mi camino; y, lo más importante, me ha permitido conocer a Dios.


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