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Las riquezas del amor de Dios

Del número de julio de 1988 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


La Biblia relata la historia de un hombre que vino a Cristo Jesús y le pidió que hablara con su hermano para que dividiera una herencia con él. Jesús no aceptó que se le diera el papel de juez. En vez, advirtió al hombre que se precaviera contra la codicia, porque la vida de un hombre no consiste en las cosas que posee. Jesús señaló la importancia de no confiar en las riquezas materiales, sino, más bien, aprender a ser “rico para con Dios”. Ver Lucas 12:13–21.

El Maestro enseñó a sus discípulos que así como un padre afectuoso cuida de las necesidades de su familia, así el Padre celestial de ellos respondería a sus necesidades. Apartó el pensamiento de ellos de los afanes materiales y les dijo que debían buscar a Dios primero y que todo lo que necesitaran lo tendrían. Les aseguró: “No temáis, manada pequeña, porque a vuestro Padre le ha placido daros el reino”. Lucas 12:32. Tenemos que responder al amor de Dios confiando en Sus promesas y abriendo nuestro pensamiento para recibir el bien que El siempre está proveyendo. Nuestra verdadera herencia de todo bien se realiza a medida que comprendemos, mediante pasos de demostración, nuestra relación con Dios como Sus amados hijos.

Cristo Jesús comprendió que él era Hijo de Dios. Recurría a su Padre en procura de todas las ideas que necesitaba para cumplir su propósito de mostrar que el reino de Dios es una realidad presente y no un sueño lejano. La naturaleza de Dios fue expresada en él más plenamente que en nadie más, y el título de Cristo le fue dado al hombre Jesús porque mostró la naturaleza de Dios en todo lo que dijo e hizo.

La Sra. Eddy, una profunda pensadora cristiana, vio esta importante diferencia. Escribe: “La palabra Cristo no es propiamente un sinónimo de Jesús, aun cuando comúnmente se emplea así... Cristo expresa la naturaleza espiritual y eterna de Dios. El nombre es sinónimo de Mesías y alude a la espiritualidad que es enseñada, ilustrada y demostrada en la vida de la cual Cristo Jesús era la encarnación”.Ciencia y Salud, pág. 333.

El Maestro estaba ricamente dotado de cualidades espirituales, y sabía que esas cualidades eran la expresión de su Padre. Ante la presencia de Jesús, la gente sentía el gran amor de Dios para con ellos. El utilizaba las riquezas del amor de Dios para bendecir a otros, y, a su vez, se bendecía él mismo. Tenía un solo propósito en su servicio a Dios y a la humanidad.

¿Cómo podemos ser ricos para con Dios hoy en día? Dando generosamente de nuestra vida en el servicio de Dios, como lo hacía el Maestro. El era completamente desinteresado; él vivía de acuerdo con los preceptos que enseñaba: “De gracia recibisteis, dad de gracia”. Mateo 10:8. Recurriendo a las fuentes espirituales de amor, inteligencia y gozo, y expresándolos, podemos vencer la sensación de que, como seres mortales y finitos, siempre nos está faltando algo. No puede haber escasez en el Amor infinito.

Por supuesto, no es posible lograr la comprensión espiritual simplemente afirmando o declarando la verdad espiritual, pero a medida que nuestra vida se ajusta más estrechamente al ejemplo del Maestro, aprendemos que las cualidades cristianas no se deprecian con el uso. Más bien, aumentan nuestro valor y nos enriquecen cuanto más las usamos. Las cualidades cristianas no pueden ser medidas o circunscritas por la evaluación mundana.

Una niñita había aprendido en la Escuela Dominical que Dios es Amor. Un día en que su madre le estaba preparando un baño, sólo salía un chorrito de agua de la llave porque su madre no quería que se quemara. La niña miró a su madre y le dijo: “Eso no es como el amor de Dios. El amor de Dios ¡FLUYE!” Esta niñita había aceptado de manera natural la profunda verdad acerca de la naturaleza del amor de Dios y de lo abundantemente que fluye ese amor para bendecir a Sus hijos.

Cuando estemos encarando desafíos específicos como escasos recursos, costos en aumento e impuestos elevados, quizás algunas veces nos preguntemos cómo va a ser posible que respondamos a nuestras obligaciones. En esos momentos podemos recurrir a Dios en oración y obtener nueva seguridad de que nada puede restringir Su afluencia que satisface todas nuestras necesidades.

San Pablo, quien dejó a un lado riquezas y posición para ser un fiel servidor de Cristo, escribió a los romanos: “No debáis a nadie nada, sino el amaros unos a otros”. Rom. 13:8. La manera mundana de pensar puede estar muy lejos de confiar en que el amor es la única moneda, pero Cristo Jesús nos dejó la rica herencia de su vida que él vivió en total confianza de que Dios es la fuente práctica de todo bien. Nosotros también podemos experimentar, en términos concretos, las riquezas del amor de Dios.

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