La Biblia relata la historia de un hombre que vino a Cristo Jesús y le pidió que hablara con su hermano para que dividiera una herencia con él. Jesús no aceptó que se le diera el papel de juez. En vez, advirtió al hombre que se precaviera contra la codicia, porque la vida de un hombre no consiste en las cosas que posee. Jesús señaló la importancia de no confiar en las riquezas materiales, sino, más bien, aprender a ser “rico para con Dios”. Ver Lucas 12:13–21.
El Maestro enseñó a sus discípulos que así como un padre afectuoso cuida de las necesidades de su familia, así el Padre celestial de ellos respondería a sus necesidades. Apartó el pensamiento de ellos de los afanes materiales y les dijo que debían buscar a Dios primero y que todo lo que necesitaran lo tendrían. Les aseguró: “No temáis, manada pequeña, porque a vuestro Padre le ha placido daros el reino”. Lucas 12:32. Tenemos que responder al amor de Dios confiando en Sus promesas y abriendo nuestro pensamiento para recibir el bien que El siempre está proveyendo. Nuestra verdadera herencia de todo bien se realiza a medida que comprendemos, mediante pasos de demostración, nuestra relación con Dios como Sus amados hijos.
Cristo Jesús comprendió que él era Hijo de Dios. Recurría a su Padre en procura de todas las ideas que necesitaba para cumplir su propósito de mostrar que el reino de Dios es una realidad presente y no un sueño lejano. La naturaleza de Dios fue expresada en él más plenamente que en nadie más, y el título de Cristo le fue dado al hombre Jesús porque mostró la naturaleza de Dios en todo lo que dijo e hizo.
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