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¿Estamos preparados para sanar?

Del número de julio de 1988 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


¿Por qué vinieron tantos a Cristo Jesús para ser sanados? ¿No se debió en gran parte a que él siempre estaba preparado para sanar? Muchos, por supuesto, vinieron a él porque habían oído de sus obras maravillosas. Otros lo conocieron, aparentemente, por casualidad. Pero estos encuentros no pudieron haber sido únicamente debido a su reputación como sanador, o simplemente por azar. Fueron el resultado de su sincera y consagrada oración.

He aquí algunos ejemplos mencionados en la Biblia: Se relata que durante su experiencia en el desierto al comienzo de su ministerio, Jesús ayunó “cuarenta días y cuarenta noches”, lo que sugiere que pasó un largo período en profunda comunión con Dios; más tarde, antes de elegir a sus doce discípulos y pronunciar el Sermón del Monte, Jesús “pasó la noche orando a Dios”; antes de responder al pedido de ayudar a Lázaro, Jesús esperó dos días, durante los cuales, seguramente, debió de haber orado profundamente; y durante la noche anterior a su juicio y crucifixión, Jesús oró fervientemente en Getsemaní. Ver Mateo 4:2; Lucas 6:12; Juan 11:6; Mateo 26:36–44.

Mediante su comunión constante con Dios, Jesús no dejó nada al azar, sino que mantuvo una devota actitud en todo lo que hizo. Porque siempre buscó hacer la voluntad del Padre, pudo apoyarse confiadamente en la manifestación del amor guiador de Dios, lo que le aseguraba estar siempre en el lugar correcto, en el momento oportuno. Sus encuentros diarios con la gente no eran encuentros fortuitos, sino el resultado lógico de su preparación para hacer el trabajo del Padre. Cuando se presentaban oportunidades para curar, Jesús no siempre necesitaba tiempo para orar más. Ya había hecho su oración y, una y otra vez, las curaciones fueron instantáneas.

Un estudio del éxito excepcional de Jesús como sanador revela una cierta presciencia sobre la preparación y ejecución de su obra. Es decir, las oraciones preparatorias de Jesús eran la esencia misma de sus obras. De esta manera, él llevó a cabo la eterna actividad sanadora de su Padre, como se relata en el libro de Isaías: “Antes que clamen, responderé yo; mientras aún hablan, yo habré oído”. Isa. 65:24. Por supuesto que para la gente que necesitaba ayuda, el acto de la curación divina parecía exigir una relación humana de sanador a paciente. Pero, por lo menos en una ocasión, alguien que fue liberado de una enfermedad, no estuvo ni siquiera presente cuando se le pidió a Jesús que lo curara. Ver Mateo 8:5–13. En la curación cristiana, el estar preparado es un factor dominante.

Como fiel seguidora del Maestro, la Sra. Eddy demostró con su ejemplo la importancia de una constante preparación, basada en la oración, para la práctica sanadora. Y su oración por sus seguidores en 1895, es hoy en día igualmente oportuna: “¡Quiera Dios capacitar a mis alumnos para que carguen con la cruz como lo he hecho yo, y respondan a la necesidad apremiante de una preparación adecuada del corazón para practicar, enseñar y vivir la Ciencia Cristiana!” Escritos Misceláneos, pág. 115.

¿Cómo puede la oración regular y consagrada ayudar a prepararnos para sanar? Para ilustrar la respuesta: Supongamos que alguien esté estudiando un tema académico y preguntándose de qué manera será este trabajo aplicable a futuras necesidades prácticas. Más que un mero ejercicio intelectual, su estudio está desarrollando indirectamente cualidades de vital importancia, tales como: disciplina, dedicación, paciencia, para nombrar unas pocas. Y aunque el individuo puede no estar consciente de ello, el desarrollo de estas cualidades a menudo aumenta su capacidad mental y moral para superar los desafíos de la vida. El desarrollo de tales cualidades es, en realidad, más decisivo que la acumulación de conocimientos académicos, pues mientras el conocimiento material es variable, la talla moral puede proporcionar una base sólida y duradera en todos los aspectos de nuestra vida.

De manera aún más profunda, la oración desarrolla cualidades que son esenciales para la vida cristiana. A medida que reconocemos la presencia guiadora de Dios, y Su tierno amor, afirmamos la naturaleza puramente espiritual de Dios y Su creación, incluso el hombre, y absorbemos cualidades divinas tales como la obediencia, la integridad, la paz, y el gozo, nuestra vida se transforma, gradualmente, en una oración viviente que nos prepara para enfrentar y resolver problemas por medios espirituales solamente.

La oración diaria y consagrada, y el someter y vencer constantemente el pecado, aseguran nuestro estable crecimiento en comprensión espiritual. El crecimiento espiritual, a su vez, nos da un claro entendimiento de la invariable perfección del hombre como la semejanza de Dios. Pero el crecimiento basado en la oración nunca es rutinario. Nuestra creciente espiritualidad se refleja en nuestra experiencia diaria; nunca somos hoy lo que fuimos ayer. Cada día trae nuevos desafíos, oportunidades extraordinarias para probar el poder sanador de Dios. Cada desafío requiere nueva inspiración para superarlo. Y sólo mediante la oración sistemática podemos experimentar el crecimiento espiritual que nos permitirá hacer frente a las oportunidades de curación que se nos presenten cada día.

Nuestro crecimiento espiritual cotidiano asegurará que no cedamos a la tentación de regresar al error. Nunca podemos retroceder a equivocaciones o actitudes que ya hemos realmente superado. Dios nos guía en una sola dirección, hacia adelante. Así que debemos seguir mirando hacia adelante. Y nuestro progreso diario y nuestras oraciones consagradas seguramente darán fruto. En Ciencia y Salud, la Sra. Eddy observa: “Al caminar nos guiamos por la vista. Miramos delante de nuestros pies y, si somos prudentes, miramos más allá de un mero paso en la línea de progreso”.Ciencia y Salud, pág. 429.

Esta adelanto espiritual inevitablemente incluye un sincero deseo y una creciente habilidad para ayudar a otros mediante la oración. Cuando estamos motivados por el amor a Dios y a la humanidad, aprendemos a ver todo lo que hacemos como una actividad sanadora, una preparación, basada en la oración, para satisfacer necesidades humanas.

El estudio diario de las Lecciones Bíblicas del Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana, inspira, eleva y espiritualiza el pensamiento, proveyendo una valiosa fuente de ideas espirituales para que el estudiante medite sobre ellas y las practique. Lejos de ser una rutina intelectual, el estudio regular de las Lecciones Bíblicas nos ayuda a prepararnos para la práctica sanadora, regenerando el pensamiento y haciéndolo así más receptivo al Cristo sanador.

Un joven estudiante de Ciencia Cristiana abrigaba el profundo deseo de ayudar a otros por medio de la oración. Pero como nadie le había pedido ayuda, sintió que no estaba cumpliendo completamente con su obligación, como Científico Cristiano, de ser obediente al mandato de Jesús: “Sanad enfermos”. Mateo 10:8. Una mañana, mientras estudiaba la Lección Bíblica, estas palabras de Ciencia y Salud llamaron su atención: “Conócete a ti mismo, y Dios proveerá la sabiduría y la ocasión para una victoria sobre el mal”.Ciencia y Salud, pág. 571. Durante todo ese día, el estudiante meditó sobre esas palabras. Se dio cuenta de que encontrar una oportunidad para curar no era su responsabilidad personal. Puesto que en su trabajo de oración había reconocido que Dios era la verdadera fuente de su ser, podía confiar en que Dios proveería “la sabiduría y la ocasión para una victoria sobre el mal”. Esa noche hubo un llamado a su puerta. Era alguien solicitando ayuda por medio de la Ciencia Cristiana. Esta experiencia inspiró al Científico a continuar abrigando la idea de dedicarse a la práctica pública de la Ciencia Cristiana, y encontró que se le presentaban más oportunidades para sanar en proporción a su preparación para satisfacerlas. Debido a que nuestro entendimiento teórico de la Verdad está generalmente más avanzado que nuestra demostración actual, debemos crecer hacia el ideal de la curación instantánea mediante el Cristo, que Jesús demostró. Pero una franca autocrítica y la purificación de nuestros motivos y de nuestra vida acelerarán nuestro progreso. Nada debería disuadirnos de reconocer que la Verdad puede ser demostrada ahora, porque es verdadera ahora.

El sanar a otros requiere una profunda dedicación, un estudio sistemático y mucha paciencia, compasión y amor. El practicista se da cuenta de que el carisma personal y la elocuencia no sanan. Sabe que el único modo de ser practicista de la Ciencia Cristiana en todo momento, es vivir la Ciencia Cristiana constantemente. En un sentido fundamental, su vida es su práctica. Sana mediante el poder del Cristo que él expresa. La dedicación del practicista a este ideal normalmente comienza mucho antes de que reciba el primer llamado para dar tratamiento, porque la preparación para sanar está en proporción a la liberación del pecado.

¿Cómo podemos ganar y retener la confianza en nuestra habilidad para sanar? Debemos recordar que nuestra práctica no depende de la habilidad personal. El sanador cristiano se ocupa en los negocios del Padre. Esta es la práctica de Dios. El amor divino es supremo y nunca falla. La participación en los negocios del Padre requiere una preparación del corazón, una obediencia al Amor, en la que el Amor se ve reinando supremo en cada detalle de nuestra vida.

Hay una gran necesidad de curación en el mundo de hoy. Muchos tratan de alcanzar la Verdad y el Amor. Mediante la Ciencia del cristianismo tenemos los medios prácticos —en realidad, los únicos medios verdaderamente eficaces— para ayudar a satisfacer esa necesidad. Tenemos mucho para dar. Y si estamos completamente preparados, podemos confrontar cada oportunidad de sanar con el espíritu de la compasiva respuesta que el apóstol Pedro dio al hombre cojo que estaba sentado a la puerta del templo: “Lo que tengo te doy”. Hechos 3:6.

¿Estamos preparados?

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