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El hombre: la otra mitad del descubrimiento

Del número de julio de 1988 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Con mucha frecuencia llevamos un extenso equipaje relacionado con nosotros. Somos como quien va de viaje por un solo día pero que cree que tiene que empacar todo lo que le pertenece. Llevamos un yo que necesita ser defendido, un yo que necesita ser amado, un yo que necesita ser mejorado en gran medida. No obstante, algunas veces captamos vislumbres inspiradoras de que el Amor divino e infinito es verdadero. Vemos entonces que este Amor es tan concreto y tan completo que pone todo bajo una nueva luz.

Cuando reconocemos al Amor divino, aun en cierto grado, tenemos el sentir que Ezequiel describió cuando se refirió a Dios diciendo: “Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros”. Ezeq. 36:26. En esos momentos nos sentimos fortalecidos y elevados por encima de nuestra acostumbrada opinión tradicional acerca de nosotros mismos. Podemos conducirnos sobre la base de lo que estamos viendo espiritualmente. Anteriormente, es posible que hayamos supuesto que no éramos capaces de conocer la verdad o sanar, simplemente porque no teníamos una individualidad que fuera capaz de hacerlo. Pero la lección de esas experiencias espirituales es que Dios Mismo nos da nuestra individualidad. El crea nuestra verdadera identidad y nos la da, y El nos la está mostrando si escuchamos.

La Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens), en vez de esperar a que tropecemos con tales experiencias lo suficiente como para llegar a las conclusiones correctas, nos muestra cómo podemos trabajar partiendo de las conclusiones correctas de que el hombre es literalmente —y en este mismo momento— el reflejo del ser de Dios.

Podemos ver hasta qué grado limitaríamos nuestra capacidad y demostración creyendo en un Dios perfecto, pero, al mismo tiempo, creyendo en una individualidad imperfecta por medio de la cual podemos conocer y demostrar ese bien divino y omnipresente. Por lo tanto, necesitamos aceptar la Ciencia del hombre, así como la Ciencia de la Mente. Ellas son, por supuesto, una y la misma: la Ciencia del cristianismo. Si sólo tenemos la mitad de las instrucciones o la mitad de un plan detallado, no tenemos algo con lo cual trabajar eficazmente. Por eso es esencial que comprendamos el total descubrimiento que la Ciencia Cristiana ha hecho.

Tal vez digamos que estamos dispuestos a ello, pero el hombre perfecto, nuestra individualidad que Dios crea, parece muy lejano. ¿No será esto parte de la razón por la cual parece de esta manera, que estamos partiendo de una suposición equivocada? Tendemos a comenzar con la convicción de que nuestro ser verdadero está en la materia y después tratamos de alcanzar desde allí al hombre perfecto. Esto no puede ser. Pero empezando con la verdadera omnipresencia de Dios, el bien (y el hombre como el constante testigo de ese bien), sentimos y vemos lo que antes no sentimos ni vimos.

La Ciencia Cristiana no promete que esto sea fácil o que se logre sin esfuerzo. Después de todo, es el camino de Cristo Jesús. Esto significa nuestro continuo esfuerzo por despojarnos del “viejo hombre”, con su miríada de pecados, como también nuestro gozo de vestirnos del “nuevo hombre”. No obstante, gradualmente progresamos, y las verdades espirituales nos parecen más concretas y descriptivas de la realidad cuando comprendemos, al menos en cierto grado, la presencia verdadera y actual del Amor divino.

“El hombre es idea, la imagen, del Amor; no es físico”.Ciencia y Salud, pág. 475. Mary Baker Eddy explica en Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras. Cuando obtenemos más del sentido del Amor divino, la imagen del Amor también se nos manifiesta. Hay una buena ilustración de esto en el libro Twelve Years with Mary Baker Eddy. Irving C. Tomlinson, Twelve Years with Mary Baker Eddy (Boston: The Christian Science Publishing Society, 1966), pág. 61–62.

Una madre y sus dos hijos hicieron un largo viaje desde uno de los estados del centro de los Estados Unidos para ver a la Sra. Eddy en New Hampshire. Evidentemente, fue un viaje difícil, porque la hija de siete años de edad, tenía una hinchazón en la cabeza que le causaba tanto dolor que ni siquiera podía ponerse un sombrero de paja liviano. Mucha gente se había congregado en Pleasant View ese cuatro de julio. Después que la Sra. Eddy le dirigió la palabra a ese grupo de personas, la madre y los niños formaron fila en una línea de recepción para hablar con la Sra. Eddy. Así es como la madre recuerda lo ocurrido.

“Yo quisiera que el mundo supiera lo que vi cuando la Sra. Eddy vio a esos niños. Fue una revelación para mí. Vi por primera vez al verdadero Madre-Amor, y me di cuenta de que yo no lo tenía... Ese Amor estaba en todas partes, como la luz, pero era divino, no mero afecto humano.

“Vi a la gente caminar por el césped y vi que ese Amor se derramaba en toda esa gente... No sólo estaba presente por todas partes como la luz, sino que era una presencia inteligente que me hablaba; me di cuenta de que yo estaba llorando al ir de un lado a otro bajo los árboles y diciendo en voz alta: '¿Por qué no lo conocí antes? ¿Por qué no lo he conocido siempre?’ ”

Cuando la familia regresó al hotel, la hinchazón había desaparecido. “Tenía la cabeza”, dijo la madre, “tan plana como el dorso de su mano”.

¿Acaso no ilustra esta experiencia algo de lo que Ciencia y Salud ha estado tratando de decirnos, que el Amor divino es una realidad y que está aquí, que es omnipresente? A medida que comprendamos esto, empezaremos a comprendernos a nosotros mismos y a comprender al universo correctamente, y no antes.

Al comienzo, la madre obviamente estaba sorprendida del abismo entre su punto de vista común de ver las cosas y la realidad científica del ser. Pero también podemos darnos cuenta de que su individualidad realmente siempre fue capaz de hacer más de lo que ella suponía. Como lo dice en sus reminiscencias, una vez que su pensamiento fue despertado, vio ese Amor en todas partes donde posaba su pensamiento.

Lo que la mente mortal nos ha estado diciendo acerca de nosotros mismos es una parodia superficial. ¿Y acaso no es aquí donde viene el arrepentimiento? Tenemos que arrepentirnos de conceptuarnos como mortales limitados, pues, de hecho, somos la imagen del Amor. La Sra. Eddy escribe: “Por medio del arrepentimiento, el bautismo espiritual y la regeneración los mortales se despojan de sus creencias materiales y de su falsa individualidad. Sólo a una cuestión de tiempo se reduce la declaración divina: 'Todos Me conocerán [a Mí, Dios], desde el más pequeño de ellos hasta el más grande’ ”.Ciencia y Salud, pág. 242.

Hacemos bien en recordar que las sugestiones de la mente mortal tendrán todas un efecto. No tiene mucha importancia si nos llevan al orgullo, a la justificación propia o a la insuficiencia. Cualesquiera de ellas centran el pensamiento en la falsa creencia de la individualidad mortal. Nos engañan en cuanto a lo que realmente somos. Retardarían, si pudieran, nuestro descubrimiento de que no tenemos nada de nosotros mismos, y que lo tenemos todo —incluso nuestra completa individualidad— de El en quien tenemos nuestro ser.

La regla de la Ciencia es que activamente neguemos la individualidad material y falsa, la cual se presenta tan persuasivamente como nuestro propio ser. ¿Por qué? No porque estemos suprimiendo algo que realmente es así. No porque querramos desechar algo que es desagradable por algo más agradable, sino porque en el hecho espiritualmente científico, no hay un ser material. El aparente ser, definido básicamente por la limitación y mera opinión humana, es simplemente un montón de conceptos equivocados. Todo lo que atesoramos como lo más amado y conocido jamás ha estado en la materia, aunque ciertamente es real. El amor genuino que sentimos, el desinterés, el gozo en la belleza y bondad espirituales, todo esto es real y es la luz —el reflejo— del Espíritu, el Alma.

¿Qué somos nosotros para creer que podemos demostrar el Cristo, la Verdad?, podríamos preguntarnos. Gran parte de la perturbación viene de esa pregunta, de esa resistencia a obedecer la Ciencia del hombre y la insistencia de creer que somos pobres mortales pecadores, que no es posible que conozcamos la Verdad. Un pobre pecador mortal no puede conocerla. Pero el hombre, la imagen del Amor, es el reflejo mismo de la Verdad, y eso es lo que realmente somos.

Ciencia y Salud nos da la regla muchas veces. ¿Acaso no es tiempo de que comprendamos claramente la Ciencia del hombre de la manera en que la Sra. Eddy la descubrió? No hay nada que perder y mucho que ganar.

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