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PARA NIÑOS

Papo

Del número de julio de 1988 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Era invierno. Mamá, papá, mis hermanos mellizos y yo fuimos a pasar el fin de semana a nuestra cabaña en la playa. Bien pertrechados contra la lluvia, pasamos casi todo el día jugando en la extensa playa. Luego, nos acurrucamos frente al hogar de leña para entrar en calor antes de irnos a dormir. Más tarde, entrada la noche, sonó el teléfono. El ruido me despertó, y escuché lo que papá decía por teléfono. No habló mucho, pero, después de colgar, vino a mi cama. Se sentó, y me dijo que Papo había fallecido.

Al principio me puse a llorar. Papo era mi bisabuelo, y yo lo quería mucho y no quería que se fuese. Luego, miré hacia el rincón de la cabaña donde Papo solía sentarse durante los meses de verano, cuando él vivía allí. Empecé a recordar las cosas buenas que me había enseñado.

—Tráeme el almanaque —me decía—. Veamos, ¿cuál es la montaña más alta del mundo?

—El monte Everest.

—¿Cuál es el desierto más grande del mundo?

—El Sahara.

—¿Cuál es el continente más pequeño? —me preguntaba.

Y yo le respondía: —Australia.

Recordé cuando me enseñó las capitales de cada uno de los estados de los Estados Unidos de América, precisamente en el verano antes de que las aprendiésemos en la escuela. Y los relatos que me contaba sobre sus viajes por todo el país cuando era joven, sobre los barcos que naufragaron en la playa, sobre los osos que aparecieron en las dunas de arena, y sobre la canción “¡Oh, Susana!”, que me enseñó a tocar en la armónica.

Luego, pensé en lo que es el bien. Pensé sobre el bien que hay en toda amistad especial, el que jamás se puede perder, aunque no podamos volver a ver a esa persona. Había aprendido en la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana que todo lo que es bueno tiene que venir de Dios. Y si viene de Dios, es eterno. Eso significa que el bien no tiene comienzo ni fin. Pensé: “Papo no se ha terminado ahora para mí. No podré hablar con él por teléfono, pero puedo recordar todo lo bueno que aprendí de Papo, y compartirlo con mis amigas. El expresaba tanto amor, y todo ese amor no puede perderse, porque el amor viene de Dios, que está siempre con nosotros”.

La muerte es creer que la vida y la bondad tienen comienzo y fin; que están en la materia. La bondad viene de Dios y jamás tiene fin, porque Dios no tiene comienzo ni fin. El siempre está aquí.

Luego, me acordé del Padre Nuestro, que Jesús dio a sus seguidores en el Sermón del Monte. Hay una parte de la oración que dice: “Y no nos metas en tentación, mas líbranos del mal”. Mateo 6:13. En Ciencia y Salud, donde ella da la interpretación espiritual de esta oración, la Sra. Eddy escribe: “Y Dios no nos mete en tentación, sino que nos libra del pecado, la enfermedad y la muerte”.Ciencia y Salud, pág. 17. Me di cuenta de que no podía caer en la tentación de creer que todo el amor que Papo había dado, sentido y vivido, podía morir. No podía morir. Y cada vez que pensaba en Papo, me sentía bien interiormente. De modo que el amor que sentía por él tampoco podía morir.

La última frase del Padre Nuestro dice: “Porque tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos”. Mateo 6:13. Y Ciencia y Salud dice: “Porque Dios es infinito, todo poder, todo Vida, Verdad, Amor, está por encima de todo, y es Todo”.Ciencia y Salud, pág. 17.

Puesto que Dios nos hizo a todos a Su imagen y semejanza, jamás podemos estar separados de la Vida eterna y del amor de Dios. Por cierto que Papo no podía estarlo. Ni yo tampoco.

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