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PARA NIÑOS

Papo

Del número de julio de 1988 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Era invierno. Mamá, papá, mis hermanos mellizos y yo fuimos a pasar el fin de semana a nuestra cabaña en la playa. Bien pertrechados contra la lluvia, pasamos casi todo el día jugando en la extensa playa. Luego, nos acurrucamos frente al hogar de leña para entrar en calor antes de irnos a dormir. Más tarde, entrada la noche, sonó el teléfono. El ruido me despertó, y escuché lo que papá decía por teléfono. No habló mucho, pero, después de colgar, vino a mi cama. Se sentó, y me dijo que Papo había fallecido.

Al principio me puse a llorar. Papo era mi bisabuelo, y yo lo quería mucho y no quería que se fuese. Luego, miré hacia el rincón de la cabaña donde Papo solía sentarse durante los meses de verano, cuando él vivía allí. Empecé a recordar las cosas buenas que me había enseñado.

—Tráeme el almanaque —me decía—. Veamos, ¿cuál es la montaña más alta del mundo?

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