Recientemente vi una película de ciencia ficción producida en la década de los 60. Mostraba a un genetista sumamente preocupado por la visión maltusiana de que la población mundial excedería los recursos alimenticios. “Para el año 2000”, dijo alarmado, “la población de la tierra será de tres billones y medio. ¿Qué haremos entonces?”
Esa película reflejaba la preocupación popular de hace un cuarto de siglo. No obstante, ahora —mucho antes del año 2000— la población mundial ya excede los cinco billones. Es casi imposible concebir tal cantidad de gente. Pero si pusiéramos cinco billones de personas paradas una al lado de la otra, la línea de gente circundaría la tierra en el punto ecuatorial más o menos unas setenta y cinco veces. Si bien no estoy seguro si este ejemplo hace más concebible el tema en cuestión, no obstante, sugiere que el lugar y lo que vale cada uno de nosotros podría perderse fácilmente en un mundo tan vastamente poblado.
Ante tal inmenso número de personas, la pregunta que el Salmista dirigió a Dios: “¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria?”, Salmo 8:4. puede parecer una parodia o una súplica. Ciertamente se requeriría una Mente infinita para conocer al hombre si fuéramos a considerar a hombres y mujeres en estos términos. De hecho, la Ciencia Cristiana describe a Dios como Mente infinita, pero el interrogante es: ¿Cómo comenzamos a aproximarnos al amor infinito y eterno de un Dios infinito y a sentirlo en nuestra vida diaria?
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